(892) Se cumplió el compromiso de entregar
rehenes, pero hubo un percance. Llegó con los rehenes negros para entregarlos
su cabecilla, que se llamaba Boyano, pero le obligaron a quedarse como rehén
perpetuo. Y, por si fuera poco, lo llevaron a España, donde falleció. No
explica el cronista si lo forzaron a ir o fue un acuerdo en el que tuviera
interés el propio jefe de los negros. Acto seguido, Inca Garcilaso cuenta otro
incidente, algo ajeno a estos asuntos, pero de interés histórico: "Dos
meses antes del viaje del virrey sucedió en el Mar Océano (el Atlántico)
un caso extraño. Jerónimo de Alderete que había ido de Chile a España, para
asuntos del gobernador Pedro de Valdivia, al saber que había muerto, pretendió
su plaza, y Su Majestad se la otorgó. Él se dispuso a ir hacia las Indias con
una mujer cuñada suya, que era honesta y devota, de las que llaman beatas. Se
embarcaron en un galeón en el que iban ochocientas personas, siendo Alderete
capitán de esa nave y de seis más. La beata, mostrándose muy religiosa, le
pidió al maestre del galeón licencia para tener lumbre en su cámara durante la
noche mientras rezaba sus oraciones. El maestre se la dio porque era la cuñada
del gobernador". Inca Garcilaso subraya que fue también una imprudencia
del maestre, porque se saltó la prohibición de una norma rigurosa. Es fácil
imaginar lo que ocurrió después. La beata, por dormirse, o por un despiste, no se dio cuenta a tiempo
de que la llama había prendido en el maderamen del barco, muy inflamable por
estar impregnado de brea. También los que iban en las otras naves, en su mayoría
dormidos, reaccionaron tarde: "Cuando vieron el fuego que había en la nao
capitana, se acercaron para recoger a la gente que se hubiese echado al mar.
Pero, al llegar el fuego a la artillería, se disparó toda, de manera que los
navíos huyeron rápidamente por temor a las balas, pues, como nao capitana, iba bien artillada. Y así,
perecieron las ochocientas personas que iban dentro, unas, quemadas por el
fuego, y otras, ahogadas en el mar, lo cual causó gran lástima en el Perú
cuando se supo. Jerónimo de Alderete, que escapó del fuego y del agua, dio
orden a los demás navíos que siguiesen su viaje hacia Nombre de Dios. Él tuvo
que volver a España para que le dieran nuevas provisiones de su nombramiento
como gobernador, y otras cosas que necesitaba, porque todo lo había consumido
el fuego. Después emprendió de nuevo el camino hacia las Indias (y morirá
enfermo durante el viaje), embarcado en la armada en la que viajaba el
Marqués de Cañete, el nuevo virrey de Perú". El cronista ha dejado algo
confusa la explicación de por qué se salvó Alderete. Veo en otro relato que su
cuñada se llamaba María de la Rueda, al parecer seguidora de una nueva
corriente de espiritualidad muy mojigata. Garcilaso ha dicho que antes había
llegado al barco un médico en un bote para estar con un amigo y se quedó a
dormir a bordo por insistencia del visitado, muriendo los dos. A Alderete lo
avisó el maestre del desastre iniciado y tuvieron justo el tiempo suficiente
para huir en el mencionado bote (lo cual parece un instinto de supervivencia
poco honorable). Total: una catástrofe absoluta, en la que todo falló, sobre
todo la prudencia, la responsabilidad y la valentía.
(Imagen)
Pues vamos a seguir en un ambiente clerical, porque los padres de Luis
Jerónimo de Oré, ANTONIO DE ORÉ y LUISA DÍAZ DE ROJAS, vivían intensamente la
fe religiosa. Lo que no impidió que Antonio llegara a ser un gran conquistador,
y, además, un personaje singular. Fue músico,
intelectual y hombre muy rico (en parte porque su mujer llegó al matrimonio con
una sustanciosa dote). Trajeron al mundo 8 hijos y 6 hijas, que mamaron, no
solo la leche materna, sino también una educación cimentada en la cultura
humanista y el espíritu religioso, y, cosa extraña, sobrevivieron largamente.
Apenas hay datos sobre ANTONIO DE ORÉ, pero, afortunadamente, un hijo suyo (que
se llamaba Francisco y era sacerdote), presentó un expediente de sus méritos el
año 1591 (Antonio ya había muerto, de una enfermedad que lo dejó sin habla). Lo que dice de su larga carrera
militar, muestra que siempre fue leal a la Corona. Estuvo en el glorioso momento del apresamiento de Atahualpa. Luchó contra los rebeldes Diego de Almagro el
Mozo, Gonzalo Pizarro y Francisco Hernández Girón, en batallas ganadas y otras
perdidas, pero, finalmente, derrotando a todos, como acabamos de ver en el caso
de Girón. Fue luego corregidor en Huamanga, y allí mismo fundó el convento de
Santa Clara (año 1568) para que ingresaran en él sus seis hijas, las cuales
fueron abadesas sucesivas del mismo. Se dice que pudo construir el convento
porque, además de ser rico, encontró una mina de plata. Todas las hijas dejaron
fama de gran piedad, y su mujer, rizando
el rizo, de santidad. De los hijos, cuatro fueron franciscanos, y, el
que presentó el expediente, que era sacerdote, pedía ayudas para él y para tres
de sus hermanos franciscanos, alabando especialmente a Pedro de Oré. Hay dos
cosas extrañas con respecto al mayor y más famoso, fray Luis Jerónimo de Oré
(el de la imagen anterior): 1.- Da la sensación de que lo censura al decir que
heredó una rica encomienda que tenía su padre, y luego vendió sus derechos. 2.-
Ni lo ensalza ni pide ninguna merced para él, quizá porque era un triunfador
que había ascendido como la espuma entre los franciscanos. Por lo demás, el
convento de Santa Clara de Huamanga (el segundo de mujeres que hubo en Perú)
echó buenas raíces, como vemos en la imagen.
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