lunes, 14 de diciembre de 2020

(Día 1291) Parecía que las tropas rebeldes iban a tener ventaja, y Girón se reía de los enemigos, quienes, a su vez, creyeron que Dios estaba de su parte, por una interpretación providencialista.

 

     (881) El lugar en que estaba parapetado el ejército de Girón era perfecto y de gran amplitud: "Tenían alimentos y munición en gran abundancia, y su gente había alcanzado y gozado una de las mayores victorias que este imperio ha habido, que fue la de Chuquinga". Inca Garcilaso no acaba de mencionarlo, pero Alonso de Alvarado, el gran mariscal derrotado física y moralmente en esa batalla, iba a participar también en esta, la de Pucará, aunque habrá que esperar para saber en qué puesto, quizá como simple capitán, dado que su prestigio había quedado arruinado. El ejército del Rey empezaba con cierta desventaja: "Se encontraba en un campo completamente raso, sin ninguna defensa natural, con poca provisiones y menos munición. Pero, no obstante, para no estar tan descubiertos, se fortificaron como mejor pudieron. Hicieron en poco tiempo una cerca que les llegaba hasta los pechos. Hernández Girón puso su artillería en lo alto de un cerro". Después comenta que Girón casi se divertía tirando pelotas que llegaban al campo contrario, e incluso más lejos. No hubo daños, y el cronista, como de costumbre, le encuentra una explicación divina: "Se consideró como un milagro que, lo que estaba hecho (las pelotas de la artillería) con las campanas destinadas al servicio de Dios, no hiciese daño a enemigos que no le habían ofendido. Y así se interpretó por hombres muy respetados que se encontraban en los dos bandos. Estando los dos ejército a la vista uno de otro, quisieron los capitanes y soldados famosos de ambos bandos mostrar cada cual su valentía. En las primeras escaramuzas murieron dos soldados importantes de la parte del Rey, y otros cinco no tales se pasaron a Francisco Hernández, y le dieron cuenta de todo lo que en el ejército había. Le dijeron que el general Pablo de Meneses había pretendido dejar su cargo, porque, por las diferencias que había entre los que más mandaban, no obedecían lo que él ordenaba. De lo cual se alegraron mucho Francisco Hernández y  todos los suyos, esperando que la discordia ajena les diera la victoria".

     Habla también Inca Garcilaso, utilizando el texto del Palentino, de que, durante ese tiempo previo al inicio de la batalla, hacían alardes de valentía algunos de ambas partes, acercándose y desafiándose de palabra y con respuestas supuestamente graciosas que recuerdan el humor de Francisco de Carvajal. De las anécdotas que hubo, casi todas insípidas, voy a recoger solamente una, porque fue dramática. El cronista cuenta que Raudona (no dice el nombre), de carácter orgulloso, fue uno de los que salieron a campo abierto para provocar a los de Girón: "Habló de lejos con Juan de Illanes, sargento mayor de los rebeldes, y, creyendo que podría apresarle espoleando a su caballo, arremetió contra él, pero, por estar mal concertado su caballo, lo apresaron a él. Les dijo a los que le llevaban que había prometido a los oidores que no volvería sin haberse hecho con algunos de los principales, y que por eso había arremetido contra el sargento mayor". Tan imprudente chulería le trajo fatales consecuencias, como vamos a ver.

 

     (Imagen) Nos hemos dejado atrás a FRANCISCO MENACHO, el que tuvo la osadía de hacer lo que  nadie había hecho: atravesar con su caballo a nado el río Apurimac. Un héroe casi anónimo, que, afortunadamente, presentó el año 1561 un expediente de méritos y servicios (el de la imagen) lleno de peripecias (que habrá que resumir). Llevaba 29 años de incesante actividad en las Indias. Llegó a Santa Marta (Colombia), y allí luchó contra los indios durante tres años, "con sus armas y su caballo", muriendo muchos compañeros. Fue con el licenciado Jiménez a descubrir Bogotá por el río Grande (el Magdalena), con cinco bergantines. Se perdieron tres, ahogándose  todos, y el resto volvió a Cartagena de Indias. En Nombre de Dios encontró a Francisco Martín (hermanastro de Pizarro), que buscaba ayuda contra los indios. Él se embarcó para hacerlo, y sufrió otro naufragio del que se salvaron solamente diez hombres. Regresó a Panamá. Luego marchó con el capitán Fuenmayor para  ayudar a los que estaban en Lima con Pizarro cercados por los indios. Solucionado el problema, partió para la campaña de Huánuco, "y estuvieron un año perdidos, con grandes sufrimientos, comiéndose los caballos y los perros". Luchó, uniéndose a Vaca de Castro, contra Diego de Almagro el Mozo tras el asesinato de Francisco Pizarro, y lo derrotaron en la batalla de Chupas, pero él recibió un tremendo golpe en la cabeza, del que estuvo mucho tiempo herido, con riesgo de muerte. En la rebelión de Gonzalo Pizarro, se puso de inmediato al servicio del Rey con Diego de Mora, y después con Pedro de la Gasca, hasta derrotar a Gonzalo en Jaquijaguana. Luchó contra el rebelde Francisco Hernández Girón, y, sintiéndose orgulloso, habla de su travesía del río Apurimac, subrayando la importancia que tuvo: "Fui solo a ver el puente del río Apurimac, y hallé que los enemigos lo habían quemado, siendo el río tan caudaloso, que  nunca se vadeó. Me aventuré a pasarlo por un lugar que encontré, pasé el río arriesgando mi persona, y vi que al otro lado no había gente de Girón. Me atreví a ir hasta su campamento, y volví al mío para dar cuenta de su situación y de cómo pasar el río sin problemas, y así lo hizo todo el ejército". La osadía de FRANCISCO MENACHO resultó clave para la victoria final, y su larga y sufrida trayectoria fue un ejemplo de fidelidad al Rey, algo muy poco frecuente en las guerras civiles.




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