(881) El lugar en que estaba parapetado el
ejército de Girón era perfecto y de gran amplitud: "Tenían alimentos y
munición en gran abundancia, y su gente había alcanzado y gozado una de las
mayores victorias que este imperio ha habido, que fue la de Chuquinga".
Inca Garcilaso no acaba de mencionarlo, pero Alonso de Alvarado, el gran
mariscal derrotado física y moralmente en esa batalla, iba a participar también
en esta, la de Pucará, aunque habrá que esperar para saber en qué puesto, quizá
como simple capitán, dado que su prestigio había quedado arruinado. El ejército
del Rey empezaba con cierta desventaja: "Se encontraba en un campo
completamente raso, sin ninguna defensa natural, con poca provisiones y menos
munición. Pero, no obstante, para no estar tan descubiertos, se fortificaron
como mejor pudieron. Hicieron en poco tiempo una cerca que les llegaba hasta
los pechos. Hernández Girón puso su artillería en lo alto de un cerro".
Después comenta que Girón casi se divertía tirando pelotas que llegaban al
campo contrario, e incluso más lejos. No hubo daños, y el cronista, como de
costumbre, le encuentra una explicación divina: "Se consideró como un
milagro que, lo que estaba hecho (las pelotas de la artillería) con las campanas
destinadas al servicio de Dios, no hiciese daño a enemigos que no le habían
ofendido. Y así se interpretó por hombres muy respetados que se encontraban en
los dos bandos. Estando los dos ejército a la vista uno de otro, quisieron los
capitanes y soldados famosos de ambos bandos mostrar cada cual su valentía. En
las primeras escaramuzas murieron dos soldados importantes de la parte del Rey,
y otros cinco no tales se pasaron a Francisco Hernández, y le dieron cuenta de
todo lo que en el ejército había. Le dijeron que el general Pablo de Meneses había
pretendido dejar su cargo, porque, por las diferencias que había entre los que
más mandaban, no obedecían lo que él ordenaba. De lo cual se alegraron mucho
Francisco Hernández y todos los suyos,
esperando que la discordia ajena les diera la victoria".
Habla también Inca Garcilaso, utilizando
el texto del Palentino, de que, durante ese tiempo previo al inicio de la
batalla, hacían alardes de valentía algunos de ambas partes, acercándose y
desafiándose de palabra y con respuestas supuestamente graciosas que recuerdan
el humor de Francisco de Carvajal. De las anécdotas que hubo, casi todas
insípidas, voy a recoger solamente una, porque fue dramática. El cronista
cuenta que Raudona (no dice el nombre), de carácter orgulloso, fue uno de los
que salieron a campo abierto para provocar a los de Girón: "Habló de lejos
con Juan de Illanes, sargento mayor de los rebeldes, y, creyendo que podría
apresarle espoleando a su caballo, arremetió contra él, pero, por estar mal
concertado su caballo, lo apresaron a él. Les dijo a los que le llevaban que
había prometido a los oidores que no volvería sin haberse hecho con algunos de
los principales, y que por eso había arremetido contra el sargento mayor".
Tan imprudente chulería le trajo fatales consecuencias, como vamos a ver.
(Imagen) Nos hemos dejado atrás a FRANCISCO MENACHO, el que tuvo la osadía de hacer
lo que nadie había hecho: atravesar con
su caballo a nado el río Apurimac. Un héroe casi anónimo, que, afortunadamente,
presentó el año 1561 un expediente de méritos y servicios (el de la imagen)
lleno de peripecias (que habrá que resumir). Llevaba 29 años de incesante
actividad en las Indias. Llegó a Santa Marta (Colombia), y allí luchó contra
los indios durante tres años, "con sus armas y su caballo", muriendo
muchos compañeros. Fue con el licenciado Jiménez a descubrir Bogotá por el río
Grande (el Magdalena), con cinco bergantines. Se perdieron tres, ahogándose todos, y el resto volvió a Cartagena de
Indias. En Nombre de Dios encontró a Francisco Martín (hermanastro de Pizarro),
que buscaba ayuda contra los indios. Él se embarcó para hacerlo, y sufrió otro
naufragio del que se salvaron solamente diez hombres. Regresó a Panamá. Luego marchó
con el capitán Fuenmayor para ayudar a
los que estaban en Lima con Pizarro cercados por los indios. Solucionado el
problema, partió para la campaña de Huánuco, "y estuvieron un año
perdidos, con grandes sufrimientos, comiéndose los caballos y los perros".
Luchó, uniéndose a Vaca de Castro, contra Diego de Almagro el Mozo tras el
asesinato de Francisco Pizarro, y lo derrotaron en la batalla de Chupas, pero
él recibió un tremendo golpe en la cabeza, del que estuvo mucho tiempo herido,
con riesgo de muerte. En la rebelión de Gonzalo Pizarro, se puso de inmediato al
servicio del Rey con Diego de Mora, y después con Pedro de la Gasca, hasta derrotar
a Gonzalo en Jaquijaguana. Luchó contra el rebelde Francisco Hernández Girón, y,
sintiéndose orgulloso, habla de su travesía del río Apurimac, subrayando la
importancia que tuvo: "Fui solo a ver el puente del río Apurimac, y hallé
que los enemigos lo habían quemado, siendo el río tan caudaloso, que nunca se vadeó. Me aventuré a pasarlo por un
lugar que encontré, pasé el río arriesgando mi persona, y vi que al otro lado
no había gente de Girón. Me atreví a ir hasta su campamento, y volví al mío
para dar cuenta de su situación y de cómo pasar el río sin problemas, y así lo
hizo todo el ejército". La osadía de FRANCISCO MENACHO resultó clave para
la victoria final, y su larga y sufrida trayectoria fue un ejemplo de fidelidad
al Rey, algo muy poco frecuente en las guerras civiles.
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