(370) Nos cuenta Cieza: “El Adelantado
Almagro estaba muy enfermo, y sin condiciones para intervenir personalmente en
la batalla. Lo mismo que el capitán Saavedra. Sabiendo que Hernando Pizarro
había ya atravesado el río Apurima, todos recibieron muy gran turbación. Pero
Orgóñez, no espantado por tales noticias, mandó a los capitanes que saliesen
con sus banderas e se hiciese recuento de la gente que había. Almagro, muy
debilitado e angustiado, se puso sentado en una silla a las puertas de su casa.
Orgóñez, después de hacer el recuento, vino con gran denuedo hacia él con mucha
alegría en su rostro, y le dijo que había cuatrocientos hombres, y que mirase
lo que convenía hacer porque ya tenía al enemigo a la puerta. Almagro, con
palabras tristes, le dijo (patéticamente):
“¿No habría algún medio de paz si se requiriera a Hernando Pizarro que no
llegase al enfrentamiento, ya que Su Majestad sería tan deservido por ello y
habría muerte de muchos?”
La respuesta de Orgóñez fue contundente: “Le
dijo que, si los requerimientos pasados no habían aprovechado, no había
necesidad de que se hiciese ninguno más, y, puesto que él había querido darle
la vida a Hernando Pizarro, digno era de cualquier mal que le sucediese”. Se
supo que los enemigos estaban ya a muy corta distancia: “Vino la noticia de que
dormirían a dos leguas y media de la ciudad, y causó muy gran alboroto en ella,
determinándose salir al campo para impedirle la entrada en el Cuzco. Viendo
Almagro que no podía hallarse en persona en la batalla ayudando a los suyos,
mandó al capitán Gabriel de Rojas que hiciese salir fuera de la ciudad a toda
la gente. Salieron doscientos cuarenta de a caballo, y los demás de a pie, de
los que unos cien no habían estado en el recuento y los habían hecho salir a la
fuerza, lo cual aprovechó poco porque se quedaban escondidos entre los
edificios. Y mandó asimismo el Adelantado Almagro a Paullo Inca que saliese con
seis mil indios para que ayudasen a los soldados. Noguerol de Ulloa, por estar
herido, se quedó en la ciudad”.
Va a comenzar lo que ha pasado a la
Historia como la batalla de las Salinas, a cuya zona se dirigen los que ahora
se han preparado en el Cuzco: “Salieron al amanecer y llegaron cerca de las
Salinas, desde donde enviaron corredores hacia la parte por la que sabían que
venían los enemigos. Hernando Pizarro se había dado mucha prisa en andar, y, ya
por la tarde de ese mismo día, se quedaron
a dormir en un cerro muy alto, tan cerca de los de Almagro, que los
podían ver, y también los enemigos a ellos. Orgóñez daba grandes gritos
haciendo creer a todos los que con él estaban que Hernando Pizarro no había de
tener ánimo para enfrentarse con ellos. El Adelantado Almagro, que había
llegado en unas andas, se esforzó en hablar, y animaba a sus capitanes para que
luchasen fuertemente en la batalla, diciéndoles que, pues tenían la justicia de su parte, procurasen lograr la
victoria y hacer gran castigo en los enemigos”.
(Imagen) Cuenta Cieza que los capitanes
JUAN DE SAAVEDRA y FRANCISCO NOGUEROL DE ULLOA (ya he hablado de ellos
anteriormente) no se encontraron en condiciones para poder luchar en la batalla
de las Salinas. Tras la derrota, ninguno de los dos fue castigado por Pizarro. Enviados
por Almagro, habían coincidido años atrás en el primer viaje que los españoles
hicieron explorando las tierras de Chile. Saavedra dio entonces el nombre a lo
que hoy es la ciudad de Valparaíso (así se llamaba su pequeño pueblo conquense).
Noguerol fijó luego su residencia en Arequipa (Perú), vivió inmerso en las guerras civiles, cambió repetidas
veces de bando, y terminó incorporándose en las fuerzas realistas para luchar
contra Gonzalo Pizarro, a quien, tras ser derrotado, lo ejecutaron. En un largo
pleito, Noguerol tuvo que venir a España para defenderse. Su primera mujer,
Beatriz Villasur, había denunciado que tenía en Perú una nueva esposa, Catalina
de Vergara. Lo condenaron a destierro por
bigamia. En el documento de la imagen, vemos que el Rey le concedió la dispensa
del tiempo que le quedaba por cumplir. De hecho, cuando Beatriz murió, pudo
legalizar su matrimonio con Catalina de
Vergara. Acabó su vida en Medina del Campo, ya anciano, rico y bien casado.
Había iniciado su brillante peripecia de conquistador con solo 16 años, cuando
su importante padre, Mendo Noguerol, alcalde del castillo de Simancas, fue
sañudamente asesinado por el temible obispo comunero don Antonio de Acuña, a pesar de que Mendo lo tenía preso.
Con el visto bueno del Rey, luego fue ejecutado el clérigo, y Carlos V,
atenazado por los escrúpulos propios de la época, se abstuvo de comulgar hasta
que el Papa le dio la autorización.
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