viernes, 1 de marzo de 2019

(Día 767) Almagro tiene todavía una ligera esperanza de paz, pero también se prepara para la defensa. Pizarro se vuelve a Lima, y Hernando Pizarro solo piensa en atacar. Los hombres de Almagro hieren a tres de los de Pizarro y apresan a uno.


     (357) Al tesorero Alonso Riquelme le pareció algo muy sucio querer expoliar los bienes de los hermanos de Pizarro, y se  lo dijo bien claro a todos. Rodrigo Orgóñez, mostrando que no se dejaba llevar por las ganas de venganza, consideró sensatas las palabras de Riquelme, y convenció a Almagro y  a sus hombres de que lo correcto sería “no tomar por entonces ninguna cosa, hasta ver lo que determinaba el Gobernador Pizarro”.
     Almagro decidió estar prevenido, aunque, ansioso por la paz, se aferró a un atisbo de esperanza: “Almagro y sus capitanes determinaron irse a Guaitara, que era un lugar fuerte, y desde allí tornar otra vez a intentar la paz. Llegado con su gente a los aposentos que allí tenía, que, por estar cercados de grandes despeñaderos, eran fáciles de defender, le dijo a Rodrigo Orgóñez que ya veía en el estado en que estaban los negocios y que les convenía tener prudencia, de manera que sus enemigos no pudieran tomar venganza de ellos. Orgóñez le respondió que él lo haría, aunque tenía bien creído que Hernando Pizarro se daría maña para quedar satisfecho. E tras decir esto, mandó al capitán Francisco Chaves que estuviese con cincuenta hombres por donde venía el camino, e a Paullo (llama la atención que el hermano de Manco Inca siguiera aliado con Almagro) que se quedara con él con todos sus indios, para que, recogida toda la mayor cantidad de piedras, las juntasen en montones para tirar a los enemigos si viniesen”.
     En este punto, Cieza se deja de ambigüedades, y da por hecho que el fatal encontronazo iba a empezar de forma imparable: “Todos sabían que la guerra estaba ya declarada, e con tanta crueldad e incendio tratada entre unos y otros, que no se perdonaba sangre a sangre, ni a Dios ni al Rey se tenía temor, mandando pregonarla públicamente, y haciéndola con tanto rigor como si los unos fueran venecianos y los otros genoveses, o como si fueran turcos y españoles. Ya en el campo del Gobernador no se hacía otra cosa más que lo que Hernando Pizarro mandaba. Cuando llegó la respuesta del Adelantado Almagro, le dijo al Gobernador Pizarro que debía partir para el valle de Lima, y así se hizo, donde estuvo dos meses. Y allí, de inmediato,  mandó que la ciudad de Almagro, que había fundado el Adelantado, fuese deshecha, como cosa frívola que se hizo sin derechos en términos ajenos”.
     Y se puso en marcha el fatal mecanismo de acción reacción: “Teniendo aviso el Adelantado Almagro de que la potencia de Pizarro crecía, mandó a Lima a Juan de Guzmán y a Diego Núñez de Mercado  para que le dijesen al Gobernador que no siguiese adelante con la guerra, ni quebrantase lo que habían asentado entre ellos”. Fueron allá, y se volvieron sin ningún resultado. Después se produjo un primer incidente entre hombres de ambos bandos que habían salido de sus acuartelamientos para conseguir provisiones. Prueba clara de que ya se consideraban enemigos. Los de Almagro hirieron a tres de los de  Pizarro y apresaron a uno llamado Felipe Boscán. Naturalmente, tras el primer tropiezo, vino otro de mayor consideración.

     (Imagen) El tesorero ALONSO RIQUELME no era un hombre fácil. Ya vimos que tuvo algún conflicto serio con Hernando Pizarro, y, sin embargo, se  nos ha mostrado ahora como una persona ecuánime al oponerse a que se convirtieran en botín los bienes de Hernando y Gonzalo Pizarro. Pero, dado su cargo, es muy posible que consiguiera una gran riqueza de manera dudosa. El historiador peruano Raúl Porras lo consideró “el más aguzado cuervo de la conquista”. Murió en 1548, quizá ejecutado por Gonzalo Pizarro en las guerras civiles, y sus bienes  dieron origen a un largo pleito. Primeramente, el magnífico Pedro de la Gasca ordenó que fueran subastados, según se ve en el documento de la imagen (lo resumo): “Yo, el licenciado Pedro de la Gasca, del Consejo de la Santa Inquisición y Presidente de estos Reinos del Perú, por cuanto por muerte del tesorero Alonso Riquelme quedaron muchos bienes en esta ciudad (Lima), los cuales están inventariados, y conviene que se vendan en publica almoneda, poniéndose lo obtenido en la caja de las tres llaves de Su Majestad hasta que se acaben la cuentas que yo he mandado tomar del dicho tesorero… (ordena que así se haga)”. Pero reclamó los bienes su hija, Catalina Riquelme. Y, habiendo fallecido ella, los pidió en un largo pleito un tal Francisco de Plasencia, quien aparece como heredero de Catalina sin que se sepa por qué, ya que vivía aún su marido, Juan Tello de Sotomayor, el cual, por cierto, tuvo un papel importante al servicio del Rey en las guerras civiles de Perú.



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