(357) Al tesorero Alonso Riquelme le
pareció algo muy sucio querer expoliar los bienes de los hermanos de Pizarro, y
se lo dijo bien claro a todos. Rodrigo
Orgóñez, mostrando que no se dejaba llevar por las ganas de venganza, consideró
sensatas las palabras de Riquelme, y convenció a Almagro y a sus hombres de que lo correcto sería “no
tomar por entonces ninguna cosa, hasta ver lo que determinaba el Gobernador
Pizarro”.
Almagro decidió estar prevenido, aunque,
ansioso por la paz, se aferró a un atisbo de esperanza: “Almagro y sus
capitanes determinaron irse a Guaitara, que era un lugar fuerte, y desde allí
tornar otra vez a intentar la paz. Llegado con su gente a los aposentos que
allí tenía, que, por estar cercados de grandes despeñaderos, eran fáciles de
defender, le dijo a Rodrigo Orgóñez que ya veía en el estado en que estaban los
negocios y que les convenía tener prudencia, de manera que sus enemigos no
pudieran tomar venganza de ellos. Orgóñez le respondió que él lo haría, aunque
tenía bien creído que Hernando Pizarro se daría maña para quedar satisfecho. E tras
decir esto, mandó al capitán Francisco Chaves que estuviese con cincuenta
hombres por donde venía el camino, e a Paullo (llama la atención que el hermano de Manco Inca siguiera aliado con
Almagro) que se quedara con él con todos sus indios, para que, recogida
toda la mayor cantidad de piedras, las juntasen en montones para tirar a los
enemigos si viniesen”.
En este punto, Cieza se deja de
ambigüedades, y da por hecho que el fatal encontronazo iba a empezar de forma
imparable: “Todos sabían que la guerra estaba ya declarada, e con tanta
crueldad e incendio tratada entre unos y otros, que no se perdonaba sangre a
sangre, ni a Dios ni al Rey se tenía temor, mandando pregonarla públicamente, y
haciéndola con tanto rigor como si los unos fueran venecianos y los otros
genoveses, o como si fueran turcos y españoles. Ya en el campo del Gobernador
no se hacía otra cosa más que lo que Hernando Pizarro mandaba. Cuando llegó la
respuesta del Adelantado Almagro, le dijo al Gobernador Pizarro que debía
partir para el valle de Lima, y así se hizo, donde estuvo dos meses. Y allí, de
inmediato, mandó que la ciudad de
Almagro, que había fundado el Adelantado, fuese deshecha, como cosa frívola que
se hizo sin derechos en términos ajenos”.
Y se puso en marcha el fatal mecanismo de
acción reacción: “Teniendo aviso el Adelantado Almagro de que la potencia de
Pizarro crecía, mandó a Lima a Juan de Guzmán y a Diego Núñez de Mercado para que le dijesen al Gobernador que no
siguiese adelante con la guerra, ni quebrantase lo que habían asentado entre
ellos”. Fueron allá, y se volvieron sin ningún resultado. Después se produjo un
primer incidente entre hombres de ambos bandos que habían salido de sus
acuartelamientos para conseguir provisiones. Prueba clara de que ya se consideraban
enemigos. Los de Almagro hirieron a tres de los de Pizarro y apresaron a uno llamado Felipe
Boscán. Naturalmente, tras el primer tropiezo, vino otro de mayor
consideración.
(Imagen) El tesorero ALONSO RIQUELME no
era un hombre fácil. Ya vimos que tuvo algún conflicto serio con Hernando
Pizarro, y, sin embargo, se nos ha
mostrado ahora como una persona ecuánime al oponerse a que se convirtieran en
botín los bienes de Hernando y Gonzalo Pizarro. Pero, dado su cargo, es muy
posible que consiguiera una gran riqueza de manera dudosa. El historiador
peruano Raúl Porras lo consideró “el más aguzado cuervo de la conquista”. Murió
en 1548, quizá ejecutado por Gonzalo Pizarro en las guerras civiles, y sus
bienes dieron origen a un largo pleito.
Primeramente, el magnífico Pedro de la Gasca ordenó que fueran subastados,
según se ve en el documento de la imagen (lo resumo): “Yo, el licenciado Pedro
de la Gasca, del Consejo de la Santa Inquisición y Presidente de estos Reinos
del Perú, por cuanto por muerte del tesorero Alonso Riquelme quedaron muchos
bienes en esta ciudad (Lima), los
cuales están inventariados, y conviene que se vendan en publica almoneda,
poniéndose lo obtenido en la caja de las tres llaves de Su Majestad hasta que
se acaben la cuentas que yo he mandado tomar del dicho tesorero… (ordena que así se haga)”. Pero reclamó
los bienes su hija, Catalina Riquelme. Y, habiendo fallecido ella, los pidió en
un largo pleito un tal Francisco de Plasencia, quien aparece como heredero de
Catalina sin que se sepa por qué, ya que vivía aún su marido, Juan Tello de
Sotomayor, el cual, por cierto, tuvo un papel importante al servicio del Rey en
las guerras civiles de Perú.
No hay comentarios:
Publicar un comentario