(376) Fueron apresados todos los principales
capitanes de Almagro (cuyos nombres ya nos son conocidos). Y también alguien
que, como sabemos, siempre es protagonista de alguna anécdota curiosa: “Gómez
de Tordoya, encontrando a D. Alonso Enríquez de Guzmán, lo trajo consigo, y,
cuando llegaron donde estaban algunos de los de Pizarro, exclamó: ‘Es el señor
D. Alonso; que ninguno le haga mal’ (pero
lo decía irónicamente). Y al mismo tiempo volvía los ojos como quien
indica: ‘Veis aquí a D. Alonso el mañoso (todos
conocían que era de noble linaje y bastante pícaro); haced lo que
quisieseis con él’. Hernando Pizarro mandó que lo tuviesen preso”.
Para compensarle a D. Alonso, y porque, en
medio de sus extravagancias, es un magnífico cronista que nos aportará con
viveza datos nuevos, merecerá la pena volver atrás y transcribir su versión
(resumida) de la batalla de las Salinas. (Digo, de paso, que no había ningún lugar que tuviera ese
nombre, sino unas simples salinas en cuya zona se produjo el enfrentamiento,
convertido para siempre en la Batalla de las Salinas). D. Alonso temía ahora la
ira de Hernando Pizarro por las muchas veces que él lo había insultado con sus
durísimos juicios. Baste como botón de muestra lo que dice al empezar a contar
la batalla: “Partió D. Francisco Pizarro hacia donde estaba D. Diego de Almagro
con intención de prenderle y matarle, para así encubrir mejor sus excesos, y
especialmente los de su hermano Hernando, que es el que guía la danza como
hombre desahuciado de la divina clemencia y de las mercedes del emperador, por
los grandes excesos que codiciosamente ha hecho en Perú, acordando comer de
todo sin temer que le haga mal nada”. Cuando los de Almagro se retiraron hacia
el Cuzco, peñas arriba y perseguidos por Hernando, sufrió Enríquez un percance del
que se lamenta, al tiempo que nos revela que, en medio de la dureza de aquellas
aventuras, él viajaba como gran señor amante del lujo: “De mí os digo que,
yendo por aquellas poderosas sierras en un caballo que valía dos mil ducados,
nos caímos, y fuímonos despeñando tanto como un tiro de ballesta. Se hizo
pedazos el caballo, y yo, por el brazo izquierdo, que me lo quebré, desollándome
la pierna de ese lado e hiriéndome la cabeza. Quedé tal que, aunque los que me
hallaron me oyeron decir Credo in Deum,
me llevaron en una hamaca a cuestas de los indios a un lugar llamado Atodos.
Cuando llegué, no sabía qué había sucedido. Yo os aseguro que, si hubiera de
tornar a pasar lo que he pasado, ni por ser rey lo quisiera. Además perdí a una
negra (la mataron) y mi cama, aunque,
gracias a Dios, no me faltó porque el gobernador Almagro me dio la mitad de la
suya. También se me perdió mi vajilla de plata y ropa de vestir (luego dirá que la cama y todo lo demás se lo
robaron; se supone que los pizarristas). Llevaba ya dos años contra mi
voluntad en aquellas partes, cercado de indios (en el Cuzco), y luego permanecí lo que Dios quiso, por culpa de los
cristianos, las guerras y los intereses de los dos gobernadores. Quedé malsano,
sin parecerme que tenga brazo izquierdo, porque fue curado con falta de
medicinas, solamente con vendas mojadas de orines y entablillado con unas
cañas”.
(Imagen) El texto de la imagen es una
parte de la carta que preparó Juan Gómez de Malaguer a petición del Rey (poco
después de ser ejecutado Almagro), para que se la llevara DON ALONSO ENRÍQUEZ
DE GUZMÁN, con explicaciones de por qué el poderoso Manco Inca se había rebelado
contra los españoles. Cuenta Malaguer que Enríquez y él, mandados por Almagro,
habían hablado con Manco Inca para apaciguarlo, y les dijo que se rebeló por el
mal trato que le dieron los hombres de Hernando Pizarro cuando lo tuvieron
preso, y porque, no habiéndole devuelto su autoridad sobre el pueblo indígena,
querían establecer como cacique títere a su hermano Paullo. En muchos textos
históricos se habla de este abuso sobre Manco Inca, con trato vejatorio
incluido, porque “le mearon”. Cierto o no, lo que resulta seguro es que el
rumor (que luego se encargó de extender Diego de Almagro el Mozo) tuvo su
origen en esta carta enviada al Rey. Estando de por medio Don Alonso Enríquez,
crítico furibundo de Hernando Pizarro, cabe cierta desconfianza en los detalles
del escrito y en la lista de maltratadores que se mencionan. Pero vamos allá
con el texto de este pasaje. Manco Inca creía que era Carlos V quien ordenaba
estos comportamientos. Y les dijo, quejándose, a Malaguer y a Don Alonso: “¿Cómo el gran Apo (emperador) de Castilla manda que me tomen a mis
mujeres, me tengan preso con una cadena al pescuezo, y me meen y castiguen en
la cara? Gonzalo Pizarro me tomó a mi mujer y Diego Maldonado me amenazaba y me
pedía oro”. Sigue escribiendo Malaguer. “También se quejaba de Pedro del
Barco y de Gómez de Mazuelas; y, los que le mearon estando preso, dijo que eran
Alonso de Toro, Setiel, Alonso de Mesa, Pedro Pizarro (el cronista) y Solares. También dijo que le quemaron las cejas con
una vela encendida”. Demasiado duro para el orgullo de un emperador inca.
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