jueves, 28 de marzo de 2019

(Día 790) Estando Enríquez con Felipe Gutiérrez, les atacaron varios hombres, al parecer amigos de Hernando Pizarro. Inca Garcilaso añade datos de la guerra de las Salinas. Habla de la desfigurante herida de Alonso de Loaysa.


     (380) Pero Enríquez se ganaba con facilidad enemigos: “Entonces me vio Hernando Pizarro, y yo le dije: ‘Señor, reconozco que he errado con vos. No queráis más venganza de mí que la que he sufrido esta noche, y tenedme bajo vuestra mano’. Él, noblemente, me perdonó. Pero verdad es que, dos meses después, estando en casa de un gran amigo mío que se llama Felipe Gutiérrez, que fue gobernador de Veragua (territorio costero frente al Caribe), de donde vino fracasado, los dos sentados junto a un brasero, entraron cinco hombres que pusieron mano a sus espadas, y nosotros a las nuestras. Estuvimos batiéndonos por espacio de media hora, y por estar nosotros desprotegidos, a Felipe Gutiérrez le dieron una gran cuchillada en la mano, y a mí, una no pequeña en la cabeza, otra en un brazo y otra en una pierna. Así nos dejaron, pensando quizá que era cuanto bastaba para quitarnos la vida. Pienso que Hernando Pizarro no lo mandó, pero que se hizo creyendo que le agradaría. Yo no había hecho nada para que me deseasen tanto mal, porque, para matar a otro, ha de haber injuria señalada, y yo no se la había hecho a nadie”.
     Básicamente, lo que cuenta Enríquez es siempre cierto, aunque le encanta teatralizar los sucesos, lo que sirve también para que su lectura gane en amenidad. Con lo que acaba de decir confirma el panorama de anarquía y pillaje que hubo  en las guerras civiles, y que todos los cronistas comentan. Abundaron los comportamientos heroicos, pero las venganzas fueron miserables, sin respeto a los vencidos, robando cuanto podían y matando sin escrúpulos, ajenos por completo al código del honor militar. Le dejamos ahora a Enríquez, y lo recuperaremos pronto para ver su impresionante relato sobre cómo fue ejecutado Almagro.
     No estará de más completar datos de la batalla de las Salinas recurriendo a Inca Garcilaso de la Vega, quien, a su vez, copia bastante de lo que dijeron López de Gómara y Agustín de Zárate, los cronista ‘académicos’ de la Corona. El primero no estuvo en Indias, y el segundo, poco tiempo. Dice Garcilaso que, al comenzar la batalla, la arcabucería de Pizarro hizo mucho daño a los de Almagro: “Conocí a un caballero llamado Alonso de Loaysa, natural de Trujillo, que salió de aquel enfrentamiento herido por una pelota de las de alambre, que le cortó la quijada baja con todos sus dientes y parte de las muelas. Este tipo de pelotas las llevó a Perú desde Flandes el capitán Pedro de Vergara (a quien ya le dediqué una imagen). Consisten en dos pelotas unidas por un alambre y metidas juntas en el arcabuz, y, al salir disparadas, se separan, de manera que con ese hilo de hierro que llevan en medio, cortan cuanto por delante topan”.
     Ya conocemos el triste final que tuvo más tarde Pedro de Lerma, pero ahora nos enteramos de que estuvo a punto de matar a Hernando Pizarro, y de que fue tan bravo como Rodrigo Orgóñez. Probablemente la obsesión de los dos por acabar con Hernando se debiera, además de al odio personal, a un intento de descabezar a su ejército, ya que ellos estaban en clara inferioridad de condiciones. Pedro de Lerma y Hernando Pizarro se enfrentaron con las lanzas.

     (Imagen) Qué fiables son los cronistas de Indias. Habla Inca Garcilaso de la Vega de que Pedro de Vergara trajo de Flandes un uso demoledor de las pelotas de arcabuz. Se las unía de dos en dos con un alambre, de manera que, además de golpear, se convertían en temibles guadañas. Dice que conoció al capitán ALONSO DE LOAYSA (hermano de Jerónimo de Loaysa, arzobispo de Lima), al que un disparo de arcabuz, con esta técnica, “le cortó la quijada baja con todos sus dientes y parte de las muelas”. Pues bien: encuentro en un documento del año 1553 (el de la imagen) una total confirmación de lo que dice Garcilaso. Está en un expediente de méritos y servicio que presentó un nieto de Alonso, mostrando que fue el prototipo de otros muchos mutilados que siguieron entregados con asombroso coraje a la vida militar. Describe la tremenda herida y cómo se sobrepuso: “Salió malherido de un balazo que le dieron en el rostro, que le partió el labio y la quijada, y estuvo a punto de muerte, y, aunque sanó, le quedó el rostro muy lastimado, con feas señales. En el alzamiento de Gonzalo Pizarro, nunca le siguió, aunque eran amigos y de la misma tierra (Trujillo), sino que fue a juntarse con Pedro de la Gasca, que tenía la voz de Vuestra Majestad, ayudándole a prender al dicho Gonzalo Pizarro en el valle de Jaquijaguana”. Continúa contando que después luchó contra el último rebelde, Francisco Hernández Girón, y que sufrió otra herida terrible: “Salió herido de un balazo que le dieron, que le rompió la celada de acero y la cabeza, hasta llegar a los sesos, de lo que estuvo su vida en gran peligro”. Todos lo verían con gran admiración, pero sería difícil no pestañear ante su desfigurado aspecto.



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