lunes, 18 de marzo de 2019

(Día 781) Iba a empezar la batalla, y los indios querían verla como un espectáculo, deseando que todos los españoles se matasen. Rodrigo Orgóñez, cosa rara en él, no escucha a sus capitanes y se equivoca de estrategia.


     (371) Es de suponer que la moral de la tropa estaría muy baja, porque todos eran conscientes de que Hernando Pizarro llegaba arrollador. A pesar de que las palabras del deteriorado Almagro poco podían animar, sus hombres mantuvieron el tipo: “Le respondieron que harían lo posible, como correspondía a su pundonor de caballeros hijosdalgo. Mirando Almagro a Gómez de Alvarado, le dijo que se acordase de lo mucho que siempre le había querido desde cuando vino de Guatemala con el Adelantado D. Pedro de Alvarado (Gómez era el hermano pequeño de Pedro). Le dijo también que, como prueba de ello, le encomendaba el estandarte Real del Águila (la bandera del imperio español), y que le rogaba que estuviese junto a él. Agradeciéndole aquella honra que le daba, dijo que él haría  todo lo posible”.
     Iba a empezar la batalla. Los indios lo sabían porque todo lo rumoreaban, y no quisieron perderse el espectáculo gratis, con gran deseo de que se matasen unos a otros: “Acudieron de muchos pueblos no poco número de indios, alegrándose de ver aquel día, pareciéndoles que de alguna manera se satisfacían de los daños que habían recibido de los españoles, y deseando que ningún capitán venciera, sino que todos pereciesen con sus propias armas, ya que eran tan valientes que doscientos mil de los suyos no habían podido matar a ciento ochenta el año anterior, cuando los tuvieron cercados en el Cuzco. Salieron de aquella ciudad las mujeres de los caciques y las indias de servicio de los españoles, e todos iban a ver a los que habían de contender en la batalla. Cuando vino el siguiente día, Hernando Pizarro, sabiendo que el real del Adelantado Almagro estaba en las Salinas, mandó a los suyos que se diesen prisa a andar”.
    También en el bando contrario se disponían al ataque: “Estando los de Almagro en un llano espacioso, Orgóñez mandó que fuesen más hacia la Salinas, y el capitán Vasco de Guevara decía que estuviesen quietos, porque, si se movían, estarían perdidos, ya que lo que querían los enemigos era dar la batalla en lugar estrecho, donde, sin recibir mucho daño de los de a caballo, pudiesen utilizar fácilmente la arcabucería. Aunque otros capitanes creyeron que convenía hacerlo así, Orgóñez pudo tanto que se fue a meter entre aquellos salitrales”.
     Almagro, viejo guerrero, era ya un jubilado forzoso: “Se puso algo desviado, en un lugar donde podía ver muy bien la batalla. Orgóñez mandó a Paullo Inca que se pusiese con sus indios en un cerro, y que matasen a todos los cristianos, de los de Almagro o de los de Pizarro, que viesen ir huyendo. Diego de Alvarado e Vasco de Guevara tornaron a porfiar con Orgóñez para que se volviese al llano que había dejado atrás, porque en la parte que ellos decían presto desbaratarían al enemigo, ya que su gente de a caballo era más y mejor que la que traía Hernando Pizarro. Orgóñez fue aquel día tan porfiado que no quiso hacer caso de sus consejos, asegurando que estaban bien allí, porque, como les había dicho, Hernando Pizarro no les haría frente, sino que, dando la vuelta por alguna parte, iría a meterse en la ciudad del Cuzco”.

     (Imagen) Hemos visto a VASCO DE GUEVARA dando un sensato consejo de estrategia para la pelea, que, sorprendentemente, el experto Rodrigo Orgóñez ha rechazado. Vasco, tras la derrota, siempre luchará obedeciendo al Rey en medio de las guerras civiles. Demos un salto de 15 años hacia el futuro para leer un curioso documento de 1553 (el de la imagen), dirigido al Rey, que nos muestra en vivo (al tiempo que habla de Vasco) la forma de vivir en aquella España. El contenido resumido del texto es  el siguiente: “Acacio  Ramírez de Sosa, vecino de Toledo, tiene un hermano que se llama VASCO DE GUEVARA, el cual hace 23 años que pasó en servicio de Su Majestad a las Indias, y al presente reside en el Cuzco, y ha estado al servicio de Su Majestad en todas las alteraciones pasadas (las guerras civiles), aventurando su persona y hacienda. Siendo como es hombre hijodalgo, y mereciente de toda merced, el muy reverendo Obispo de Palencia le mejoró en los repartimientos de indios. Mi hermano me ha escrito para que le envíe uno de mis hijos, y yo, por necesidad que tengo de remediar a cuatro hijas que tengo en edad de tomar estado, estoy determinado a enviar a mi hijo Acacio para que resida en aquellas provincias en servicio de Su Majestad, como su tío”. Pide permiso de salida para su hijo y para el criado que llevaría, y añade que Vasco le ha mandado dinero para el viaje, y que, sin duda, le enviará más “con el que pueda meter monjas a sus hijas”. Le dice al Rey que se puede informar de los muchos méritos de Vasco a través del Obispo de Palencia. ¿Y quién era el misterioso obispo? Pues nada menos que aquel extraordinario personaje que acabó con las guerras civiles entre pizarristas y almagristas: PEDRO DE LA GASCA.



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