(371) Es de suponer que la moral de la
tropa estaría muy baja, porque todos eran conscientes de que Hernando Pizarro
llegaba arrollador. A pesar de que las palabras del deteriorado Almagro poco
podían animar, sus hombres mantuvieron el tipo: “Le respondieron que harían lo
posible, como correspondía a su pundonor de caballeros hijosdalgo. Mirando
Almagro a Gómez de Alvarado, le dijo que se acordase de lo mucho que siempre le
había querido desde cuando vino de Guatemala con el Adelantado D. Pedro de
Alvarado (Gómez era el hermano pequeño de
Pedro). Le dijo también que, como prueba de ello, le encomendaba el
estandarte Real del Águila (la bandera
del imperio español), y que le rogaba que estuviese junto a él. Agradeciéndole
aquella honra que le daba, dijo que él haría
todo lo posible”.
Iba a empezar la batalla. Los indios lo
sabían porque todo lo rumoreaban, y no quisieron perderse el espectáculo
gratis, con gran deseo de que se matasen unos a otros: “Acudieron de muchos
pueblos no poco número de indios, alegrándose de ver aquel día, pareciéndoles
que de alguna manera se satisfacían de los daños que habían recibido de los
españoles, y deseando que ningún capitán venciera, sino que todos pereciesen
con sus propias armas, ya que eran tan valientes que doscientos mil de los
suyos no habían podido matar a ciento ochenta el año anterior, cuando los
tuvieron cercados en el Cuzco. Salieron de aquella ciudad las mujeres de los
caciques y las indias de servicio de los españoles, e todos iban a ver a los
que habían de contender en la batalla. Cuando vino el siguiente día, Hernando
Pizarro, sabiendo que el real del Adelantado Almagro estaba en las Salinas,
mandó a los suyos que se diesen prisa a andar”.
También en el bando contrario se disponían
al ataque: “Estando los de Almagro en un llano espacioso, Orgóñez mandó que
fuesen más hacia la Salinas, y el capitán Vasco de Guevara decía que estuviesen
quietos, porque, si se movían, estarían perdidos, ya que lo que querían los
enemigos era dar la batalla en lugar estrecho, donde, sin recibir mucho daño de
los de a caballo, pudiesen utilizar fácilmente la arcabucería. Aunque otros
capitanes creyeron que convenía hacerlo así, Orgóñez pudo tanto que se fue a
meter entre aquellos salitrales”.
Almagro, viejo guerrero, era ya un jubilado forzoso: “Se puso algo
desviado, en un lugar donde podía ver muy bien la batalla. Orgóñez mandó a
Paullo Inca que se pusiese con sus indios en un cerro, y que matasen a todos
los cristianos, de los de Almagro o de los de Pizarro, que viesen ir huyendo.
Diego de Alvarado e Vasco de Guevara tornaron a porfiar con Orgóñez para que se
volviese al llano que había dejado atrás, porque en la parte que ellos decían
presto desbaratarían al enemigo, ya que su gente de a caballo era más y mejor
que la que traía Hernando Pizarro. Orgóñez fue aquel día tan porfiado que no
quiso hacer caso de sus consejos, asegurando que estaban bien allí, porque,
como les había dicho, Hernando Pizarro no les haría frente, sino que, dando la
vuelta por alguna parte, iría a meterse en la ciudad del Cuzco”.
(Imagen) Hemos visto a VASCO DE GUEVARA
dando un sensato consejo de estrategia para la pelea, que, sorprendentemente,
el experto Rodrigo Orgóñez ha rechazado. Vasco, tras la derrota, siempre
luchará obedeciendo al Rey en medio de las guerras civiles. Demos un salto de
15 años hacia el futuro para leer un curioso documento de 1553 (el de la
imagen), dirigido al Rey, que nos muestra en vivo (al tiempo que habla de
Vasco) la forma de vivir en aquella España. El contenido resumido del texto
es el siguiente: “Acacio Ramírez de Sosa, vecino de Toledo, tiene un
hermano que se llama VASCO DE GUEVARA, el cual hace 23 años que pasó en
servicio de Su Majestad a las Indias, y al presente reside en el Cuzco, y ha
estado al servicio de Su Majestad en todas las alteraciones pasadas (las guerras civiles), aventurando su
persona y hacienda. Siendo como es hombre hijodalgo, y mereciente de toda
merced, el muy reverendo Obispo de Palencia le mejoró en los repartimientos de
indios. Mi hermano me ha escrito para que le envíe uno de mis hijos, y yo, por
necesidad que tengo de remediar a cuatro hijas que tengo en edad de tomar
estado, estoy determinado a enviar a mi hijo Acacio para que resida en aquellas
provincias en servicio de Su Majestad, como su tío”. Pide permiso de salida
para su hijo y para el criado que llevaría, y añade que Vasco le ha mandado
dinero para el viaje, y que, sin duda, le enviará más “con el que pueda meter
monjas a sus hijas”. Le dice al Rey que se puede informar de los muchos méritos
de Vasco a través del Obispo de Palencia. ¿Y quién era el misterioso obispo?
Pues nada menos que aquel extraordinario personaje que acabó con las guerras
civiles entre pizarristas y almagristas: PEDRO DE LA GASCA.
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