(368) Son muchas las veces que Cieza se
apiada de los indios, cuyo mayor martirio era ir de marcha como porteadores a
través de sierras escarpadas. Y vuelve a hacerlo: “Hernando Pizarro, con toda
su gente, anduvo hasta llegar al valle de Nasca, donde proveyó todo su ejército
de las cosas necesarias, sacando a
muchos de los pobres indios para llevar sus cargas. Tomó el camino de la sierra
hasta salir en los Lucanes. Tras descansar algunos días, anduvo por despoblados
y campos nevados hasta que llegó a la provincia de los indios almaraes.
Mientras Hernando Pizarro y sus hombres
avanzaban rápidamente hacia el objetivo, Almagro sufría los estragos de su
enfermedad. Y Cieza toma nota de la trágica situación en que se encontraba
entonces, y de la que padecerían después Pizarro y muchos de los hombres de los
dos bandos: “Al Adelantado D. Diego de Almagro le fatigaba su mal con tan
grandes dolores, que pensó morir. Viendo sus capitanes cuán peligroso le era
estar en tierra tan fría, le llevaron al valle de Yungas. E tanto se acongojó
un día, que tuvo quitada el habla, estando tan fuera de sentido que ni conocía
a quien le miraba ni oía a quien le hablaba, y todos creyeron que allí iba a
morir. Mas su fortuna, o, por mejor decir, sus pecados, no permitieron que se
librase de morir con otro género de muerte (más
cruel), aunque poca ventaja se llevaron los unos y los otros al acabar casi
todos de forma parecida”. Así que Almagro superó esta dura crisis. Se retomaron
las discusiones sobre lo que convendría hacer. Supieron entonces que Hernando
Pizarro ya iba subiendo la sierra, acercándose amenazante a las posiciones de
la tropa de Almagro. Viendo al lobo cerca, se acabaron las dudas y se impuso la
acción: decidieron dirigirse a la ciudad del Cuzco.
Por
lo que cuenta Cieza, así como en el primer conflicto se pasaron muchos del bando de Pizarro al de
Almagro, ahora el intento de fuga era en sentido contrario, lo que parece un
síntoma de que el que ya tenía apariencias de ‘caballo ganador’ era Hernando
Pizarro, quien, por otra parte, contaba con un sólido prestigio de veterano
militar duro y eficaz. En su acelerada marcha hacia el encuentro con Almagro,
había impuesto a sus hombres seguir el camino más costoso porque era el más
directo. Y sus prisas provocaron una protesta de los capitanes: “Tanto era su
deseo de vengarse de Almagro, que cualquier retraso lo tenía por molestia, y,
para que no se dilatase el tiempo, les dijo a sus capitanes que partiesen de
inmediato hacia el Cuzco con los soldados que tenían, sin aguardar a los que
faltaban. A todos les pareció muy mal el apresuramiento que tenía, y le pidieron
a Alonso de Alvarado que hablase con Hernando Pizarro para que no quisiese
pasar adelante sin esperar a toda la gente, pues quizá Almagro hubiese mandado
desde el Cuzco algunos capitanes que podrían apresarlos en algún paso
peligroso. Alvarado fue a hablar con Hernando Pizarro, y tuvieron algunas
palabras sobre si sería bueno caminar o aguardar”.
(Imagen) Nadie le puede negar a Almagro los
méritos de su impresionante biografía. Ahora está en vísperas de la catástrofe
total, viejo y muy enfermo. Como el lúcido Orgóñez temía, liberando al valioso
y peligroso Hernando Pizarro, había reforzado a sus enemigos, quienes, además,
contaban ya con mucha más gente en su ejército. Por si fueran pocos los
tormentos de Almagro, había enviado a su hijo a Lima, el feudo de los pizarristas,
convertido casi en un rehén cuando Hernando Pizarro había dejado de serlo. Con
solo 16 años, Almagro el Mozo se va a transformar en un huérfano ansioso de
venganza. Encabezará, en la sombra, la conspiración que acabó con la vida de
Pizarro, y luego mostrará coraje y valor para luchar contra los pizarristas y
el representante del Rey, Cristóbal Vaca de Castro, perdiendo la vida en la
guerra civil de Chupas. En medio de la guerra civil, el Gobernador Almagro
sufría también la indisciplina y el desamparo de los funcionarios del Rey. En
la imagen vemos cómo la ejemplar reina Isabel (mujer de Carlos V), en una orden
dirigida a los escribanos que dictó solo dos meses antes de la muerte de
Almagro, les dice (resumido): “Don Diego de Almagro, nuestro Gobernador y
Capitán General de Nueva Toledo me ha comunicado que tiene necesidad de hacer
informaciones y escrituras de algunas cosas que tocan a nuestro servicio, y que
teme que vosotros, los escribanos, no querréis dar testimonio de ello, de lo
que él habría agravio y daño, e yo tomelo por bien, y, por ende, vos mando que,
cuando fuereis requeridos por el dicho Adelantado Don Diego de Almagro para
hacer alguna información u otros actos y escrituras, lo efectuéis”.
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