(369) Palabras que fueron ofensivas e injustas
por parte de Hernando, pues, como ya hizo en su tiempo, le echó en cara la
derrota que habían tenido anteriormente frente a Almagro: “Le dijo Hernando
Pizarro al capitán Alonso de Alvarado que no había él de ir tan despacio como
lo había hecho él (Alvarado) cuando
fue desde Lima a Abancay, donde le desbarataron. Alonso de Alvarado le
respondió que él había hecho lo que debía e lo que el Gobernador Pizarro le
había mandado. Después de hablar otras cosas e porfías, Hernando Pizarro entró
en su tienda, y Alvarado se fue a la suya. Dicen algunos que hubo entre los dos
cierto desafío, y que los capitanes, viendo el grande daño que resultaría de su
enfrentamiento, los pusieron en paz, e se determinó que se aguardase al día
siguiente para que llegasen todos los soldados que faltaban, lo cual se hizo
sin que hubiese más alborotos”.
Aunque Almagro actuó comprensivamente con
quienes deseaban desertar, y empleó más la diplomacia que la fuerza para
retenerlos, hubo un caso en el que se mostró implacable, quizá porque el
afectado trató de hacer proselitismo: “Sabido por un vecino del Cuzco, que se
llamaba Villegas, que Hernando Pizarro venía cerca, procuraba salir de la
ciudad, y, para que fuese más valorado su servicio (a la causa de Pizarro), habló con algunos que deseaban lo mismo que
él, y hasta quería llevar consigo a Paullo Inca, del cual tenía mucha necesidad
el Adelantado Almagro para muchas cosas por ser considerado por los indios como
su Inca. Cuando ya Villegas iba a salir de la ciudad para realizar su
propósito, no faltó quien diera de ello aviso a Almagro, e lo mandó prender.
Como le pesó en gran manera lo que había intentado, mandó que se confesase y
que le hiciesen cuartos (ejecutarlo y
descuartizarlo después). Villegas, creyendo salvar la vida acusando a
otros, dijo que cinco amigos de Almagro le habían obligado a hacerlo, y que se
habían concertado para irse con él. Almagro los mandó prender, echándoles culpa
sin tener ninguna, e queriéndole ya cortar la cabeza a Villegas, dijo la
verdad, que no tenían culpa los cinco que estaban presos, y Almagro mandó
soltarlos, e hizo justicia de Villegas sin quererle perdonar”.
Ya a punto de producirse el
enfrentamiento, Almagro hizo una nueva consulta con sus capitanes y consejeros
(entre los que estaba Don Alonso Enríquez de Guzmán). Se trataba, otra vez, de
una única alternativa: salirle al paso a Hernando Pizarro, o esperarle bien
descansados y preparados dentro de la ciudad del Cuzco, siendo esta opción la
que entonces les pareció más oportuna.
Acabado el día de espera que le pidieron
sus capitanes, Hernando Pizarro puso en marcha su ejército, y tuvo la
satisfacción de saber, por algunos que se pasaron a su bando, que Almagro
estaba en muy malas condiciones físicas. Parece ser que la moral de su ejército
era baja y que Rodrigo Orgóñez era de los pocos que mostraban un espíritu
decidido.
(Imagen) El gran RODRIGO ORGÓÑEZ, todo un
carácter, a pesar de que las posibilidades de victoria eran casi nulas, siguió
animoso en la batalla. Al final tuvo que rendirse, y, sin respetar el juego limpio, lo mató un soldado. Fue una
muerte injusta, pero en aquellas guerras civiles, encendidas de odio, todo
valía, y, con frecuencia, perder era morir. También su herencia provocó
vergonzosas disputas. En 1545, siete años después de su muerte, el entonces
Príncipe Felipe ordenó una declaración de testigos para un largo pleito (que no
sabemos cómo acabó). El texto de la imagen explica con qué objeto. Ocurría que
se disputaban los bienes de Rodrigo Orgóñez cuatro demandantes: 1.- El fiscal
Francisco de Prado reclamaba diez mil ducados que debía Orgóñez. 2.- Diego
Méndez, vecino de la ciudad del Cuzco (y hermano de Rodrigo Orgóñez) reclamaba
toda la herencia. 3.- El fiscal Villalobos defendía que Méndez tenía razón,
pero sostenía que, por ciertos delitos que este había cometido, todos los
bienes habían de ser confiscados por la Hacienda Real. 4.- Beatriz de Dueñas,
mantenía que los bienes eran de su hijo, Rodrigo Orgóñez, y que le
correspondían a ella como heredera. Luego ocurrieron cosas: Diego Méndez murió
pronto a manos de los indios de Manco Inca, y Beatriz de Dueñas tuvo problemas
por ser judía y acusada de hechicería. Por otra parte, el extraordinario
Rodrigo había muerto sin que su verdadero padre lo legitimara, trámite previo
para lavar su estigma de bastardo y lograr su deseo de ser Caballero de
Santiago.
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