martes, 19 de marzo de 2019

(Día 782) Va a empezar la batalla. Los capitanes de Almagro tienen que evitar algunas deserciones. Orgóñez ordena el ataque pizarrista, y Vasco de Guevara se niega a ir por donde le indica, estimando que era una muerte segura.


     (372) Resulta chocante la actitud del experimentado Orgóñez, porque, a pesar de su confianza en que Hernando Pizarro se desviara hacia el Cuzco, puso a su ejército en orden de batalla para repeler un posible ataque. A su lado estaba, ente otros, el veterano capitán Pedro de Lerma, quien, recordemos, abandonó a Pizarro por sentirse rebajado de categoría al ser desplazado por Alonso de Alvarado. Le veremos en esta batalla completamente desarbolado. Hubo soldados que, temiendo una derrota inminente, huyeron a la ciudad del Cuzco, pero Gabriel de Rojas les obligó a salir al campo de batalla. Cieza detalla la distribución del ejército. Como acabamos de saber, quien llevaba el estandarte era Gómez de Alvarado, y estaban  con la artillería los capitanes Diego de Alvarado, Cristóbal Sotelo, Don Alonso de Montemayor, Don Cristóbal Cortesía, Hernando de Alvarado, Perálvarez Holguín, Diego de Hoces, Cristóbal de Hervás y Don Alonso Enríquez de Guzmán, quien esta vez sí aparece ejerciendo como capitán.
      No podía faltar el comentario moralista de Cieza ante la destrucción que traerían como consecuencia las guerras civiles: “El silencio de los indios era grande. Aguardaban ver caer muertos por su locura a los valerosos españoles. Y es gran verdad que, si los españoles que allí se juntaron para pelear entre ellos se hubiesen ocupado en descubrir y conquistar, ya se habría recorrido este nuevo mundo de las Indias, y en todas sus partes sería adorada la cruz y temido el nombre del Emperador”.
     El enfrentamiento sería inevitable: “Los de Almagro vieron que el enemigo se les iba acercando, e, cuando ya la noche quería venir, Hernando Pizarro se situó no muy lejos de sus enemigos, habiendo un pequeño río entre ambos reales. Pasaron la noche en alerta unos y otros, con el temor y la esperanza que el lector puede imaginar, pero ninguno salió a proponer la paz, tanto era el aborrecimiento que se tenían. Al otro día, bien de mañana, Hernando Pizarro mandó a sus hombres que se moviesen hacia los enemigos, habiendo primero oído misa (seguro que los de Almagro también suplicaron la ayuda divina)”. Luego, como gran capitán, Hernando Pizarro arengó a sus hombres, haciendo hincapié en la justicia de su causa, atropellada por Almagro, y prometiendo premiar generosamente a sus soldados.  Pero no se olvidó de añadir un detalle humano (que él no estaba dispuesto a cumplir por entero): “Les dijo que, si Dios les diese la victoria, la recibiesen con templanza, sin matar gente, pues todos eran cristianos y vasallos de Su Majestad”.
    Ya se tenían frente a frente las dos tropas, con sus soldados ordenados en grupos de infantería, caballería y artillería. Atravesó el río Pedro de Castro, un capitán pizarrista, con el grupo de los arcabuceros: “Al ver el general Rodrigo Orgóñez que ya habían pasado el río, mandó a Vasco de Guevara que fuese con su compañía  contra ellos. Se dice que le respondió: ‘A la carnicería me enviáis’. Otros dicen que solo respondió que ya no era tiempo. Ambas cosas he oído a personas de crédito, pero no quiero ser juez de opiniones. Al oír Orgóñez lo que Vasco de Guevara había dicho, calándose la visera, arremetió a los enemigos clamando. ‘¡Santiago, y a ellos!’. Hernando Pizarro y los suyos ya estaban de la otra parte del río, e los unos y los otros decían ‘viva el Rey’, nombrando a Almagro y a Pizarro, y así arremetieron los unos contra los otros”.

     (Imagen) Comenté en otra imagen dedicada a DON ALONSO DE MONTEMAYOR que había servido a Almagro, pero que, en las guerras civiles, optó por la legalidad, y, cuando los rebeldes fueron los pizarristas, Gonzalo Pizarro estuvo a punto de matarlo, de manera que Montemayor, harto ya de tanto peligro, huyó a México. El curioso documento de la imagen (año 1555) fue una consulta hecha por los del Consejo de Indias al Rey porque Montemayor había solicitado la concesión de dos Hábitos de Santiago, uno para él y otro para su hijo Francisco. Montemayor presentó en España una recomendación de Don Antonio de Mendoza, Virrey del Perú, y el dato favorable de que el Obispo de Palencia (Don Pedro de la Gasca) le había concedido una encomienda de indios. Los del Consejo, curándose en salud, le dicen al Rey que se presentaron algunas personas que manifestaron “que Don Alonso no solo no había hecho servicios que mereciesen mercedes, sino que había deservido a Vuestra Majestad, y que, en las alteraciones de Gonzalo Pizarro, le había escrito una carta (la vimos anteriormente) en la que se le había ofrecido”. Decían que la carta la tenía Don Pedro de la Gasca, y los de Consejo se dirigieron a él para que la remitiese e hiciera un informe sobre Montemayor. Además de enviarles la carta, La Gasca presentó el historial militar de Montemayor (está en el mismo expediente) y asombra con qué detalle y claridad lo redactó. Tras verlo los del Consejo, le dijeron al Rey que consideraban oportuno concederle lo que pedía. Si el Rey les hizo caso, lo aprovecharía solamente el hijo de Montemayor, porque él murió poco tiempo después.



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