(372) Resulta chocante la actitud del
experimentado Orgóñez, porque, a pesar de su confianza en que Hernando Pizarro
se desviara hacia el Cuzco, puso a su ejército en orden de batalla para repeler
un posible ataque. A su lado estaba, ente otros, el veterano capitán Pedro de
Lerma, quien, recordemos, abandonó a Pizarro por sentirse rebajado de categoría
al ser desplazado por Alonso de Alvarado. Le veremos en esta batalla
completamente desarbolado. Hubo soldados que, temiendo una derrota inminente,
huyeron a la ciudad del Cuzco, pero Gabriel de Rojas les obligó a salir al
campo de batalla. Cieza detalla la distribución del ejército. Como acabamos de
saber, quien llevaba el estandarte era Gómez de Alvarado, y estaban con la artillería los capitanes Diego de
Alvarado, Cristóbal Sotelo, Don Alonso de Montemayor, Don Cristóbal Cortesía,
Hernando de Alvarado, Perálvarez Holguín, Diego de Hoces, Cristóbal de Hervás y
Don Alonso Enríquez de Guzmán, quien esta vez sí aparece ejerciendo como
capitán.
No
podía faltar el comentario moralista de Cieza ante la destrucción que traerían
como consecuencia las guerras civiles: “El silencio de los indios era grande.
Aguardaban ver caer muertos por su locura a los valerosos españoles. Y es gran
verdad que, si los españoles que allí se juntaron para pelear entre ellos se
hubiesen ocupado en descubrir y conquistar, ya se habría recorrido este nuevo
mundo de las Indias, y en todas sus partes sería adorada la cruz y temido el
nombre del Emperador”.
El enfrentamiento sería inevitable: “Los
de Almagro vieron que el enemigo se les iba acercando, e, cuando ya la noche
quería venir, Hernando Pizarro se situó no muy lejos de sus enemigos, habiendo
un pequeño río entre ambos reales. Pasaron la noche en alerta unos y otros, con
el temor y la esperanza que el lector puede imaginar, pero ninguno salió a
proponer la paz, tanto era el aborrecimiento que se tenían. Al otro día, bien
de mañana, Hernando Pizarro mandó a sus hombres que se moviesen hacia los
enemigos, habiendo primero oído misa (seguro
que los de Almagro también suplicaron la ayuda divina)”. Luego, como gran
capitán, Hernando Pizarro arengó a sus hombres, haciendo hincapié en la
justicia de su causa, atropellada por Almagro, y prometiendo premiar
generosamente a sus soldados. Pero no se
olvidó de añadir un detalle humano (que él no estaba dispuesto a cumplir por
entero): “Les dijo que, si Dios les diese la victoria, la recibiesen con
templanza, sin matar gente, pues todos eran cristianos y vasallos de Su
Majestad”.
Ya se tenían frente a frente las dos
tropas, con sus soldados ordenados en grupos de infantería, caballería y
artillería. Atravesó el río Pedro de Castro, un capitán pizarrista, con el
grupo de los arcabuceros: “Al ver el general Rodrigo Orgóñez que ya habían
pasado el río, mandó a Vasco de Guevara que fuese con su compañía contra ellos. Se dice que le respondió: ‘A la
carnicería me enviáis’. Otros dicen que solo respondió que ya no era tiempo.
Ambas cosas he oído a personas de crédito, pero no quiero ser juez de
opiniones. Al oír Orgóñez lo que Vasco de Guevara había dicho, calándose la
visera, arremetió a los enemigos clamando. ‘¡Santiago, y a ellos!’. Hernando
Pizarro y los suyos ya estaban de la otra parte del río, e los unos y los otros
decían ‘viva el Rey’, nombrando a Almagro y a Pizarro, y así arremetieron los
unos contra los otros”.
(Imagen) Comenté en otra imagen dedicada a
DON ALONSO DE MONTEMAYOR que había servido a Almagro, pero que, en las guerras
civiles, optó por la legalidad, y, cuando los rebeldes fueron los pizarristas, Gonzalo
Pizarro estuvo a punto de matarlo, de manera que Montemayor, harto ya de tanto
peligro, huyó a México. El curioso documento de la imagen (año 1555) fue una
consulta hecha por los del Consejo de Indias al Rey porque Montemayor había
solicitado la concesión de dos Hábitos de Santiago, uno para él y otro para su
hijo Francisco. Montemayor presentó en España una recomendación de Don Antonio
de Mendoza, Virrey del Perú, y el dato favorable de que el Obispo de Palencia
(Don Pedro de la Gasca) le había concedido una encomienda de indios. Los del
Consejo, curándose en salud, le dicen al Rey que se presentaron algunas
personas que manifestaron “que Don Alonso no solo no había hecho servicios que
mereciesen mercedes, sino que había deservido a Vuestra Majestad, y que, en las
alteraciones de Gonzalo Pizarro, le había escrito una carta (la vimos anteriormente) en la que se le
había ofrecido”. Decían que la carta la tenía Don Pedro de la Gasca, y los de
Consejo se dirigieron a él para que la remitiese e hiciera un informe sobre
Montemayor. Además de enviarles la carta, La Gasca presentó el historial
militar de Montemayor (está en el mismo expediente) y asombra con qué detalle y
claridad lo redactó. Tras verlo los del Consejo, le dijeron al Rey que
consideraban oportuno concederle lo que pedía. Si el Rey les hizo caso, lo
aprovecharía solamente el hijo de Montemayor, porque él murió poco tiempo
después.
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