(379) Como era de suponer, con Enríquez
hicieron lo mismo, y se produjo una escena que, dada su zumbona manera de
narrar, parece de vodevil: “Yo me vine a mi posada, donde me hice fuerte con cinco
o seis hombres, pero me prendieron en ella y me pusieron cinco arcabuceros para
guardarme. Los cuales me sacaron a las once de la noche al campo, con los
arcabuces al hombro y sus mechas encendidas. Díjome uno de ellos: ‘Señor, haga
vuestra merced una cortesía’. Yo me quité el bonete y dije: ‘Beso las manos a
vuestras mercedes’. Respondiéronme que aquello no era lo que ellos querían,
sino dineros, porque sabían que estaba rico y tenía veinte mil castellanos. Les
dije que era más el ruido que el dinero. Entonces me ataron las manos muy
fuertemente, y cuando apretaron los cordeles, les dije: ‘Señores, ¿cuánto
queréis que os dé?’. Contestaron que cinco mil castellanos, mil para cada uno,
‘para que veáis lo bien que nos portamos con vos’. Y yo les dije: ‘Más me pedís
de lo que tengo’. ‘Hagamos los que nos mandó el señor Hernando Pizarro’, dijo
uno para meterme miedo. Y ciertamente me lo metió. Entonces creí y me
certifiqué de que me querían matar por todo lo que yo le había hecho al dicho
Hernando Pizarro, y por lo cruel que él había sido ese día”.
Nos imaginamos a Enríquez bañado en sudor
frío, aunque presume de valentía: “Me determiné a morir sin darles un maravedí,
porque me pareció que el dinero no había de excusarme de la muerte, y era
perder la vida y la hacienda, la cual quise más para mi mujer y deudos que para
ellos. Alcé los ojos al cielo y dije: ‘A
ti, Dios, que estás en los altos cielos, alzo mis ojos y encomiendo mi ánima’.
Me volví a ellos y les dije: ‘No os daré ni un solo maravedí porque no lo
tengo; haced lo que tengáis que hacer’, ya tragada la muerte, no temiéndola
mucho, por debérsela yo a Hernando Pizarro en lo dicho y hecho contra él, y
porque, por mi pobreza y por mis pecados, o los de mis padres, pues he nacido
en ella, he tenido tanta conversación con esta dama, que casi he tenido vida
marital por mares y por tierras con Su Merced (la muerte) desde que supe andar”. Con esta frase queda claro que
Enríquez, que pertenecía al más ilustre linaje y era un hombre de mundo,
conocido y tratado hasta por la realeza, procedía de una familia casi arruinada. Su tono irónico es
insuperable.
La tensión aumentó peligrosamente: “Me
respondieron los arcabuceros: ‘Pues tantas ganas tenéis de morir, esperad un
poco’. Y uno me puso la mano en el corazón, y cuando lo halló, puso la boca del
arcabuz en él, echó pólvora en el cebador y metiole fuego. Y, como el arcabuz
no estaba cargado, nada salió, pero me metió el miedo en el cuerpo. Dijo luego
otro: ‘Mejor saldrá este arcabuz’. Y ocurrió lo mismo. Yo lo atribuí a milagro.
Entonces dijeron ellos: ‘Iremos con vos adonde tengáis el dinero’. Yo me alegré
con estas palabras, y les dije: ‘Venid a mi posada, que allí os contentaré’. Me
desataron las manos y fuimos a ella, donde fue mediador entre ellos y yo el
capitán Gabriel de Rojas, un gran amigo mío (almagrista entonces, pero bien relacionado en los dos bandos), y
nos puso de acuerdo por quinientos castellanos, y se los di al día siguiente”.
(Imagen) Vimos que, cuando Alonso Enríquez
de Guzmán iba a volver a España, MANUEL DE ESPINAR le entregó un amplio informe
para el Rey, en el que, además de alabar las cualidades del propio Enríquez, le
daba su versión del conflicto entre Pizarro y Almagro. Espinar (o Espinal)
había llegado a las Indias en 1536 como Tesorero de Su Majestad en la
gobernación de Almagro. En las guerras civiles siempre estuvo en contra de los
pizarristas, tanto que Gonzalo Pizarro lo ejecutó por ser leal a la Corona. En
el texto de la imagen (pertenece al segundo folio del informe y se lee bien),
Espinar no se anda con rodeos respecto a lo que vimos de la actuación de fray
Francisco de Bobadilla. Lo acusa tajantemente de provocar la derrota y muerte
de Almagro haciéndole caer en la trampa de confiarle a él, como juez único, la
decisión sobre el conflicto que tenía con Pizarro, tras convencerlo de que le
daría la razón. Su sentencia fue todo lo contrario, favoreciendo descaradamente
a Pizarro y dejando a Almagro completamente desautorizado. Con ello provocó el
inmediato estallido de la guerra de las Salinas, donde veremos derrotado al
siempre dubitativo Almagro, y ejecutado sin piedad. No vale la excusa de que,
dejarlo vivo suponía que continuara el peligro de nuevas guerras (de hecho las hubo
con él muerto), porque, como el mismo Almagro les argumentaba cuando lo iban a
matar, podían esperar la pronta llegada de su muerte, por anciano y por
enfermo, y, además, había otra solución humana y perfecta, muchas veces
practicada en las Indias: enviarlo preso adonde Carlos V para que él dictara la
sentencia justa y definitiva.
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