(373) Se acabaron ya las eternas y desesperadas negociaciones.
Convencidos o no de tener la razón de su parte (aunque todos sabían que iban a
zanjar a las bravas lo que solo al Rey correspondía decidir), dieron comienzo a
la carnicería: “El capitán Salinas (almagrista),
acertándole una pelota de arcabuz, cayó muerto, y Marticote, soldado valiente,
se puso en su lugar con mucho ánimo, y, haciendo gran ruido, comenzaron a
herirse mortalmente los unos a los otros. El alférez general de Almagro,
llamado Francisco Hurtado, se pasó con el estandarte a los contrarios”. Todo
indica que, ya desde el comienzo, flaqueó la moral entre la tropa del
Adelantado: “Muchos de los de Almagro, sin ponerse a prueba en la batalla, volviendo
las riendas a sus caballos, se fueron huyendo, e otros de los de a pie se
escondían entre algunas paredes arruinadas que allí había. La arcabucería de
Pizarro hacía gran daño. Los capitanes ya se habían enfrentado unos a otros, y
algunos habían caído muertos o heridos”.
Había alguien, ahora almagrista, que
tenía, por viejas cuestiones, un odio furibundo necesitado de venganza: “El
capitán Pedro de Lerma, mirando a Hernando Pizarro, arremetió contra él a
grandes voces, llamándole traidor, e tan grande encuentro le dio, que hizo que
su caballo se arrodillara, y si no llevara tan buenas armas (defensa corporal), lo habría matado.
Como los de Almagro andaban desordenados por culpa de los que se huyeron, los
de Pizarro se mostraban ya como señores
del campo, e uno de ellos comenzó a decir a grandes voces: ‘¡Victoria,
victoria por Pizarro!’. Orgóñez le oyó mientras peleaba, y arremetió contra él
diciéndole: ‘No lo verás tú, villano’. Tras lo cual, le metió la espada por la
boca, y cayó muerto en tierra. El capitán Eugenio Moscoso fue herido
mortalmente y cayó en el suelo”.
Los almagristas, que habían logrado
quitarle el Cuzco a Pizarro, y triunfado
después en la batalla de Abancay, estaban ahora en situación desesperada. Veremos
la desgracia de quienes fueron grandes capitanes siempre victoriosos en la
conquista de Perú, luchando una vez más (qué desastroso error) españoles contra
españoles: “Pedro de Lerma, después de haber luchado como buen capitán, cayó
herido en una parte del campo, y también lo fue el capitán Vasco de Guevara, e
otros muchos. Los de Almagro ya no tenían orden, e los que podían huir no lo
hacían por vergüenza. Rodrigo Orgóñez, viendo su perdición, quiso hacer entrar
en la batalla a algunos de los suyos que veía que huían, y le hirieron de un
arcabuzazo, recibiendo su caballo tantas heridas que cayó muerto. Se movió con
denuedo sin mostrar mengua e arremetió contra los enemigos. Viéndolo de aquella
suerte, le cercaron seis de ellos, e dijo a grandes voces: ‘¿No hay entre
vosotros algún caballero a quien yo me entregue?”.
Su intención era rendirse ante alguien de
su dignidad militar, y, según las costumbres de la guerra, tenía derecho a que
respetaran su vida. Pero entonces ya quedaba poco juego limpio y noble: “Le
respondió un criado de Hernando Pizarro llamado Fuentes: ‘Sí, entregaos a mí’.
Luego le tomaron entre todos, y el Fuentes, con gran crueldad, le cortó la
cabeza. Y así fue el fin de Rodrigo Orgóñez y de su orgullo. Muerto él, los de
Hernando Pizarro alcanzaron enteramente la victoria”. HONOR Y GLORIA A ORGÓÑEZ.
(Imagen) La batalla de las Salinas terminó
con la derrota de Almagro, marcando el fin de sus aspiraciones y, tras ser
procesado tendenciosamente, también el de su vida. No hubo muchas bajas en
combate. Lo malo vino después, cuando el espíritu de venganza provocó la muerte
de más de cien almagristas. Ese mezquino revanchismo se había cebado ya en el
fantástico capitán RODRIGO ORGÓÑEZ cuando se rindió. No lo hicieron preso (como
correspondía al honor militar), sino que le cortó le cabeza un criado de
Hernando Pizarro. Todo indica que se trataba de FRANCISCO DE FUENTES, quien
había llegado a las Indias en 1520, con
solo unos 15 años y cierto lustre familiar, puesto que tiempo después figuraba
como criado del soberbio Hernando
Pizarro (quien, como vimos, sufrió una demanda de una viuda porque otro criado
suyo había matado a su marido de un arcabuzazo). Francisco de Fuentes participó
en acontecimientos extraordinarios, como
el apresamiento de Atahualpa, mostrándose
contrario a que ejecutaran al gran emperador inca, con una piedad que se
desvaneció después al estallar las guerras civiles, en las que resultaba
asfixiante el odio de unos contra otros. Triunfador y rico, se casó con una de
las hijas de un gran hombre que nos
resulta muy conocido, GASPAR DE ESPINOSA, suegro asimismo de ANTONIO PICADO, el
poderoso secretario de Pizarro que murió junto a él en la misma conspiración. Es
seguro que, cuando Gonzalo Pizarro se levantó contra la Corona, Francisco de
Fuentes luchó como pizarrista, ya que, asesinado el Virrey Blasco Núñez de
Vela, su viuda, Doña Brionda de Acuña lo incluyó en la lista de los demandados
por ella. Pero, sin duda, dio un giro en sus fidelidades porque siguió vivo
hasta el año 1560.
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