miércoles, 13 de marzo de 2019

(Día 777) Parte Hernando Pizarro con su tropa para atacar a Almagro en el Cuzco. Va con ansia de venganza. Almagro y los suyos dudan entre ir a Lima a plantar cara o esperar en el Cuzco la llegada de Hernando Pizarro.


    (367) Luego Cieza hace referencia a que, probablemente, Pizarro le dio a su hermano Hernando Pizarro una amplia libertad de actuación: “Hechas estas cosas, el Gobernador Pizarro mandó a su secretario, Antonio Picado, que hiciese los despachos e poderes para su hermano, e algunos dijeron que le dio ciertas firmas en blanco”.
     Estando todo organizado, Hernando Pizarro va a partir ya con el grueso del ejército hacia el Cuzco, ansioso de revancha y firmemente decidido a derrotar a Almagro. Cieza, como otras veces, nos muestra el sufrimiento de los indios que iban forzados a servir como porteadores: “Hernando Pizarro y los capitanes salieron del valle de Ica llevando mucha cantidad de indios atados, quedando  aquellos valles gastados, y muchos de los naturales muertos y  robados por las extorsiones de los españoles. Salieron con Hernando Pizarro setecientos hombres de a pie e de a caballo. Antes de que Hernando Pizarro partiese, algunos varones doctos, que deseaban la paz, le pidieron que se comportase con mesura, de manera que no se derramase sangre de españoles. Hernando Pizarro les respondió que la guerra la había causado Almagro al apoderarse del Cuzco, y que entendiesen que por ello el ejército de Almagro o el suyo había de quedar deshecho”. Cieza habla también del deseo de venganza de los soldados: “Había otro motivo muy grande para que el incendio de la guerra se encendiese, y era que, como en el ejército de Hernando Pizarro había muchos de los que estuvieron con el capitán Alonso de Alvarado en el puente de Abancay (cuando fueron derrotados), siendo entonces maltratados, deseaban en tan gran manera vengarse, que no veían la hora de pelear con ellos, y tuvieron gran influencia en que los hombres de Almagro fuesen desbaratados”.
     Por su parte, Almagro y sus hombres llegaron, como vimos, a Vilcas; se confirmó que allí había abundantes provisiones, y permanecieron más de treinta días en aquel lugar. Terminadas estas inquietas ‘vacaciones’, se plantearon qué decisión tomar ante el avance de Hernando Pizarro. Solo veían posibles dos opciones: ir a ocupar la ciudad de Lima (que estaba en poder de Pizarro), o volver a la ciudad del Cuzco y aguardar a Hernando Pizarro para dar la batalla. Pero, divididos  en dos bandos y sumidos en un mar de dudas,  no conseguían ponerse de acuerdo. Rodrigo Orgóñez le echó en cara a Almagro todos los errores que había cometido por no hacerle caso, como el de no querer cortarle la cabeza a Hernando Pizarro: “Dijo también que le parecía que a todos convenía ir a la ciudad de Lima para reforzar su ejército y para enviar un navío a su Majestad con una relación de las cosas que habían sucedido. E volviendo el rostro contra Almagro, le pidió que no dejase de hacerlo. A algunos capitanes les pareció my bien lo que Orgóñez decía. Pero otros opinaban que era gran desvarío volver a Lima, y que había que volver al Cuzco, donde se podrían defender bien, aunque todos temían la batalla porque Hernando Pizarro atacaría con mucha pujanza. Había también algunos soldados que huían para pasarse al bando de Pizarro”.

     (Imagen) La viuda de Jorge Robledo, en su querella contra BELALCÁZAR, además de acusarlo del asesinato de su marido, le expone al rey en varias páginas los abusos que cometió contra los indios. Afirma que esclavizó y vendió a muchos (estaba ya entonces tajantemente prohibido), y le acusa de permitir un comportamiento brutal a sus hombres. El uso de perros de guerra estaba permitido (era habitual en las contiendas de todos los países), pero, al parecer, los hombres de Belalcázar los cebaban con carne de indios muertos, como dice la viuda en el escrito de la imagen: “En la Gobernación de Belalcázar era cosa común, y él lo consentía, que, en matando un español a algún indio, lo hacía cuartos, y ponía los cuartos en su cocina para cebar a los perros poco a poco con la carne de los indios (para que atacaran ferozmente en los combates)”. Para defenderse, Belalcázar le  envió una carta al Rey argumentando que los indios de su gobernación eran especialmente salvajes y violentos, y que practicaban el canibalismo hasta el punto de tener muchas mujeres que les dieran hijos para comerlos recién nacidos. Que en la zona se practicaba el canibalismo, queda confirmado por el propio Cieza, quien por allí anduvo peleando y no es nada sospechoso de haber odiado a los indios. Pero el hecho cierto es que la ley vigente prohibía la brutalidad contra los nativos, y, a Belalcázar, esas acusaciones, más la del asesinato de Jorge Robledo, le costaron una pena de muerte. Apeló la sentencia, y  nunca sabremos si habría sido definitivamente condenado, porque murió de camino hacia España.



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