(367) Luego Cieza hace referencia a que,
probablemente, Pizarro le dio a su hermano Hernando Pizarro una amplia libertad
de actuación: “Hechas estas cosas, el Gobernador Pizarro mandó a su secretario,
Antonio Picado, que hiciese los despachos e poderes para su hermano, e algunos
dijeron que le dio ciertas firmas en blanco”.
Estando todo organizado, Hernando Pizarro
va a partir ya con el grueso del ejército hacia el Cuzco, ansioso de revancha y
firmemente decidido a derrotar a Almagro. Cieza, como otras veces, nos muestra
el sufrimiento de los indios que iban forzados a servir como porteadores:
“Hernando Pizarro y los capitanes salieron del valle de Ica llevando mucha
cantidad de indios atados, quedando
aquellos valles gastados, y muchos de los naturales muertos y robados por las extorsiones de los españoles.
Salieron con Hernando Pizarro setecientos hombres de a pie e de a caballo.
Antes de que Hernando Pizarro partiese, algunos varones doctos, que deseaban la
paz, le pidieron que se comportase con mesura, de manera que no se derramase
sangre de españoles. Hernando Pizarro les respondió que la guerra la había
causado Almagro al apoderarse del Cuzco, y que entendiesen que por ello el
ejército de Almagro o el suyo había de quedar deshecho”. Cieza habla también
del deseo de venganza de los soldados: “Había otro motivo muy grande para que
el incendio de la guerra se encendiese, y era que, como en el ejército de
Hernando Pizarro había muchos de los que estuvieron con el capitán Alonso de
Alvarado en el puente de Abancay (cuando
fueron derrotados), siendo entonces maltratados, deseaban en tan gran
manera vengarse, que no veían la hora de pelear con ellos, y tuvieron gran
influencia en que los hombres de Almagro fuesen desbaratados”.
Por su parte, Almagro y sus hombres llegaron,
como vimos, a Vilcas; se confirmó que allí había abundantes provisiones, y
permanecieron más de treinta días en aquel lugar. Terminadas estas inquietas
‘vacaciones’, se plantearon qué decisión tomar ante el avance de Hernando
Pizarro. Solo veían posibles dos opciones: ir a ocupar la ciudad de Lima (que estaba en poder de Pizarro), o
volver a la ciudad del Cuzco y aguardar a Hernando Pizarro para dar la batalla.
Pero, divididos en dos bandos y sumidos
en un mar de dudas, no conseguían
ponerse de acuerdo. Rodrigo Orgóñez le echó en cara a Almagro todos los errores
que había cometido por no hacerle caso, como el de no querer cortarle la cabeza
a Hernando Pizarro: “Dijo también que le parecía que a todos convenía ir a la
ciudad de Lima para reforzar su ejército y para enviar un navío a su Majestad
con una relación de las cosas que habían sucedido. E volviendo el rostro contra
Almagro, le pidió que no dejase de hacerlo. A algunos capitanes les pareció my
bien lo que Orgóñez decía. Pero otros opinaban que era gran desvarío volver a
Lima, y que había que volver al Cuzco, donde se podrían defender bien, aunque
todos temían la batalla porque Hernando Pizarro atacaría con mucha pujanza.
Había también algunos soldados que huían para pasarse al bando de Pizarro”.
(Imagen) La viuda de Jorge Robledo, en su
querella contra BELALCÁZAR, además de acusarlo del asesinato de su marido, le
expone al rey en varias páginas los abusos que cometió contra los indios.
Afirma que esclavizó y vendió a muchos (estaba ya entonces tajantemente
prohibido), y le acusa de permitir un comportamiento brutal a sus hombres. El
uso de perros de guerra estaba permitido (era habitual en las contiendas de
todos los países), pero, al parecer, los hombres de Belalcázar los cebaban con
carne de indios muertos, como dice la viuda en el escrito de la imagen: “En la
Gobernación de Belalcázar era cosa común, y él lo consentía, que, en matando un
español a algún indio, lo hacía cuartos, y ponía los cuartos en su cocina para
cebar a los perros poco a poco con la carne de los indios (para que atacaran ferozmente en los combates)”. Para defenderse,
Belalcázar le envió una carta al Rey
argumentando que los indios de su gobernación eran especialmente salvajes y
violentos, y que practicaban el canibalismo hasta el punto de tener muchas
mujeres que les dieran hijos para comerlos recién nacidos. Que en la zona se
practicaba el canibalismo, queda confirmado por el propio Cieza, quien por allí
anduvo peleando y no es nada sospechoso de haber odiado a los indios. Pero el
hecho cierto es que la ley vigente prohibía la brutalidad contra los nativos, y,
a Belalcázar, esas acusaciones, más la del asesinato de Jorge Robledo, le
costaron una pena de muerte. Apeló la sentencia, y nunca sabremos si habría sido definitivamente
condenado, porque murió de camino hacia España.
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