(375) Samaniego era hombre de mala entraña
y, como Bachicao, salió a la calle fanfarroneando de lo que había hecho.
Entonces no pagó su crimen, pero cinco años después, siendo vecino de Puerto
Viejo, continuó alardeando públicamente de su ‘hazaña’. El alcalde le aconsejó
que dejara de airear lo que había hecho, y se revolvió contra él, diciéndole
que ‘era hombre capaz de responderle y de darle tantas puñaladas como a Pedro
de Lerma’. Lo pagó caro: fue apresado, juzgado por amenazas y por el antiguo
crimen, condenado a muerte y ejecutado: “Sacaron a Juan de Samaniego a pie, y
haciendo los indios el oficio de pregonero en su lengua y el de verdugo, lo
ahorcaron. Fue una justicia que agradó a cuantos la vieron y oyeron”.
Enlazamos de nuevo con Cieza: “Luego que la
batalla fue vencida, de la parte de Hernando Pizarro murieron solamente nueve,
y el capitán Eugenio de Moscoso había quedado tan mal herido, que murió pocos
días después. De la parte de Almagro murieron más de ciento veinte, algunos de
ellos hombres valerosos”. De repente, el cronista siente vergüenza de los
españoles: “Mas, ¿para qué quiero yo contar especialmente las crueldades de mi
nación? Huya, pues, mi entendimiento de esta parte de la batalla, dejándola sin
escribir y puesta en las tinieblas del olvido”. Pero le puede, como responsable
cronista, su obligación de contar la verdad: “Mas, si quiero callar el incendio
de esta batalla, ¿con qué fundamento escribiré de las demás, pues todas fueron
la causa de haber tan grandes males en esta miserable tierra? Y, aunque con pena,
referiré las cosas que pasaron”.
Así que nos lo sigue contando: “Terminada
la batalla, fue adonde estaba el Adelantado Almagro el capitán Alonso de
Alvarado, y, después de haber tenido algunas pláticas con él, le sacó de su
refugio, e, llegado en aquel instante el capitán Pedro de Castro, viendo cuán
feo era de rostro (todos los cronistas lo
dicen), alzando el arcabuz, le quiso dar con él diciendo: ‘Mirad por quién
se han muerto tantos caballeros’. Alonso de Alvarado, poniéndose en medio, le
estorbó lo que quería hacer, y, cabalgando el Adelantado Almagro a las ancas de
una mula en la que estaba Felipe Gutiérrez, fueron adonde estaba Hernando
Pizarro (recordemos que, unos años
después, a Felipe Gutiérrez le cortó la cabeza Gonzalo Pizarro)”. La
anécdota recoge bien la actitud vengativa de muchos de los vencedores, sin
ningún respeto a Almagro, a pesar de su vital importancia en la conquista de
Perú y de su título de gobernador. Pero también nos muestra que hubo capitanes,
como Alonso de Alvarado, que confirmaron su fama de caballerescos y
humanitarios con los vencidos. Ejemplo de lo contrario, será Hernando Pizarro.
Eufóricos con su victoria, los soldados de
Pizarro se dedicaron al pillaje en plena anarquía: “Cuando Hernando Pizarro
supo que le traían a Almagro, dijo que se alegraría de que lo hubiesen matado,
y mandó que lo encerrasen preso. Los soldados andaban robando, y tenían
diferencias entre ellos por el botín, llegando a las manos. Toda la ciudad
andaba revuelta. Las indias corrían de una parte a otra, y los vencedores iban
tras ellas para tomarlas”.
(Imagen) Vamos a seguirle un poco la pista
al capitán EUGENIO DE MOSCOSO. Tuvo un relieve notable en Guatemala al servicio
del gran Pedro de Alvarado, ocupando, además, el cargo de Tesorero. El año 1532
determinó ir a España para rematar ante la Corte algunos asuntos. Hechos sus
trámites, emprendió viaje de vuelta a las Indias, habiendo conseguido algunas
concesiones: 1.- Real cédula para que averigüen y paguen lo que se le debe a
Eugenio de Moscoso, vecino de la ciudad de Santiago, de la provincia de
Guatemala, por el año y medio que sirvió como tesorero de esa provincia. 2.-
Real Provisión a Eugenio Moscoso, nombrándolo alcaide de la fortaleza de la defensa
de Santiago de Guatemala. 3.- Nombramiento de Eugenio Moscoso en el Cabildo de
Guatemala. 4.- Real Cédula al gobernador de Guatemala para que den una legua de tierra a
Eugenio Moscoso. 5.- Real Cédula a Eugenio Moscoso, vecino de Santiago, dándole
licencia para que pueda pasar a Guatemala dos mulas para su servicio. La última
concesión es la que se ve en la imagen, con estas palabras de la Reina (que
resumo): “Por la presente doy licencia a Vos, Eugenio de Moscoso, para
que de estos Reinos podáis pasar a las nuestras Indias un esclavo e una esclava
negros para servicio de vuestra persona e casa, yendo Vos en persona a poblar o
conquistar a las dichas Indias, e no de otra manera, e habiendo de pagar dos
ducados de la licencia de cada uno. Hecha en Medina del Campo, a 28 de julio de
1532. Yo, la Reina”. Y, en efecto, un tiempo después, fue a conquistar a Perú, y ahora lo vemos
luchando con Hernando Pizarro contra Almagro, y muriendo en la batalla a pesar
de la victoria.
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