(384) Este pobre ‘mozo’ va a ser una de
las figuras más tristes de la historia de las Indias. Le vemos ahora con solo dieciséis
años, y pasará pronto por el mal trago de la ejecución de su padre, aunque no
fue testigo directo. Estará luego bajo la tutela de quienes lo ejecutaron.
Quizá disimulara su odio, pero lo llevaba en lo más profundo de su alma, hasta
el punto de liderar la conspiración que acabó tres años después con el
asesinato de Francisco Pizarro. Empujado por las circunstancias, llegó a
rebelarse contra el Rey, y fue sometido por su enviado, Vaca de Castro, siendo
después procesado y ejecutado a la edad de veinte años. Lo veremos con detalle
en su momento.
Mientras se desarrollaba la batalla de las
Salinas, muchos le dijeron a Pizarro que debía ir al Cuzco y parar aquella
barbaridad, pero les contestaba con una
excusa para no hacerlo: “Les decía que lo haría si no estuviesen los indios en
rebeldía, pues era necesario llevar mucha gente para atravesar sus pueblos. En
ese tiempo llegó fray Vicente de Valverde con el nombramiento de obispo, que
fue el primero que hubo en Perú (recordemos
que, tres años después, lo mataron los indios en la isla Puná)”.
Curiosamente, cuando supo Pizarro en Lima que la batalla de las Salinas había
terminado con victoria de los suyos, tuvo la natural alegría y, dejando de lado
su excusa anterior sobre el peligro del viaje, decidió ir al Cuzco. Es evidente que no deseó que se
evitara el enfrentamiento con Almagro, pero todo indica que tampoco quiso
perdonarle la vida, puesto que fue tan despacio que, cuando llegó a la ciudad,
ya lo habían ejecutado.
La aventura de Alonso de Alvarado en
territorio de los chachapoyas va a ser exitosa, pero hubo mucho desastre y
sufrimiento en varias de las que Hernando Pizarro impulsó para que sus hombres
(que ya temían el mal resultado) quedaran satisfechos en conquistas
hipotéticamente interesantes, aunque es cierto que en algunos territorios se
encontraron más tarde grandes riquezas mineras (por ejemplo, en Potosí). El
primero que se apuntó a las campañas que promovió Hernando Pizarro fue Pedro de
Candía, convertido para entonces en un hombre muy rico. Como ya sabemos,
su protagonismo en la conquista de Perú
fue de primer orden, sobre todo hasta el momento en que apresaron a Atahualpa. Pero
le faltaba capacidad de mando e inteligencia práctica, como nos muestra Cieza:
“Era vecino de esta ciudad del Cuzco un Pedro de Candía (es raro que le dé un trato casi anónimo). Tenía en dinero cien mil
ducados, y, para gastarlos y quedarse sin nada, bastó que una india de su
servicio, con quien se decía que tenía conversación (puritano Cieza), le dijera que, pasada la cordillera de los Andes,
daría con una tierra muy poblada y riquísima. Al tener aquella noticia,
creyendo que era cierta, sin acordarse de que en estas cosas nunca dicen verdad
los indios y ocasionan que se pierdan muchos capitanes con sus hombres, le
pidió a Hernando Pizarro que le diese aquella conquista, cuya tierra se llamaba
Ambaya, nombrándolo a él como capitán de la expedición. Hernando Pizarro, como
lo que más deseaba era ver fuera de la ciudad a los muchos españoles que allá
estaban, porque había más de mil seiscientos, le dio la conformidad”.
(Imagen) Todos tenemos defectos, y la
valía depende del conjunto, positivo o negativo. Tomemos como ejemplo al dominico FRAY VICENTE DE VALVERDE, del que
hemos visto muchas actuaciones. Sin duda tuvo sus ambiciones personales, pero
pesaba mucho en su haber la valentía y una
profunda fe religiosa, inevitablemente impregnada de caridad. Recordemos
que se jugó el tipo saliendo ‘a cuerpo gentil’ para enfrentarse cara a cara con
el superpoderoso Atahualpa, sin otra arma que un libro de rezos. En el preciso
instante en que Pizarro y Almagro están a punto de empezar un duelo a muerte, fray
Vicente llega a Lima, no solo como el primer obispo del Cuzco, sino también con
otra responsabilidad, la de Protector de los Indios, cargo creado con evidentes
buenas intenciones, pero difícil de ejercer, debido a los abusos que cometían
los españoles con los nativos. La imagen muestra parte de las sugerencias que
el obispo le envió al Rey. Después de centrarse en la importancia de su evangelización,
le sugiere en este folio lo siguiente: “Que es mejor que las encomiendas de
indios sean perpetuas, para evitar irregularidades. Que no conviene que los
indios de un mismo cacique se repartan entre dos españoles, porque se presta a
conflictos. Que de ninguna manera se les traslade de sus poblados
tradicionales. Que no se conceda indios a los gobernadores, ni a los
funcionarios, para evitar que disimulen el mal tratamiento que otros les hacen.
Que, si se les impone tributos, que sean tasados según sus posibilidades. Que
no se les obligue a mayores trabajos que los que ellos suelen tener”.
Recordemos que, tres años después, los indios mataron en la isla Puná al obispo
y a todos los españoles que lo acompañaban.
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