(388) El doloroso fracaso iba a tener
consecuencias posteriores: “Los españoles de Pedro de Candía venían muy
resentidos de que Hernando Pizarro les hubiese mandado por aquellas tierras, y
el capitán Alonso de Mesa tenía la intención de buscarle la muerte y soltar a
D. Diego de Almagro de la prisión en que estaba”. Sobre la biografía de Alonso
de Mesa, hace un comentario curioso el cronista Pedro Pizarro: “Como los
hombres de Candía no lograban hallar otro Perú, un tal Mesa, mulato y hombre
valiente, que iba como maestre de campo y había estado luchando en Italia, y al
que Hernando Pizarro había traído como capitán de artillería (se supone que de España), preparó un
motín”. Se estaba, pues, fraguando
una rebelión de las muchas que veremos en las guerras civiles.
Nos lo contará Cieza enseguida, pero
ahora va a dar un salto hasta Lima para
que sepamos lo que allí pasaba en ese mismo tiempo. Como vimos, Pizarro recibió
un ‘alegrón’ al enterarse de la derrota y apresamiento de Almagro, y se dispuso
a ir al Cuzco. Nuevamente le acusa Cieza de fingimiento (parece absurdo que
algún historiador le achaque falta de objetividad por un deseo de adornar la
imagen de Pizarro): “A los pocos días de recibir la noticia, determinó salir de
la ciudad de los Reyes para ir a Jauja, y de allí al Cuzco, haciendo público
que lo hacía para salvar la vida del Adelantado Almagro, mas no lo tenía él en
el pensamiento, porque se acercaba ya el tiempo en que había de morir con
muerte tan repentina y cruel, que lo podría evitar si mandara que a Almagro no
lo mataran entonces. Y partió de la Ciudad de los Reyes habiéndole dicho antes
el obispo fray Vicente de Valverde que no permitiese que se matara a más gente
de la que ya había muerto. Y, asimismo, que se acordase de la amistad que hubo
siempre entre el Adelantado Almagro y él, y, puesto que lo tenía preso y él
había recuperado la ciudad del Cuzco, tuviere piedad de él, y así sería tenido
por clemente, y no por riguroso y vengativo”. Pizarro le contestó a todo, con
efusivas pero retóricas palabras, que así lo haría, y que ese era su mayor
deseo. Luego partió hacia Jauja, dejando en Lima como su Teniente de Gobernador
al licenciado Benito Suárez de Carvajal.
Por entonces salieron del Cuzco para iniciar
sus respectivas expediciones los capitanes Alonso de Alvarado, Alonso de Mercadillo
y Pedro de Vergara. También a estos les dijo Hernando Pizarro que “tuviesen
especial cuidado de que los españoles que iban con ellos no hiciesen ningún
daño a los nativos, ni les llevasen presas a sus mujeres”. Entre sus
acompañantes estaba Diego de Almagro el Mozo, y se encontraron con Francisco
Pizarro en Jauja: “Recibió muy bien a los capitanes, e lo mismo hizo con D.
Diego, el hijo del Adelantado Almagro, y fue informado de la manera en que se
dio la batalla de las Salinas, y de las otras cosas que habían pasado en el
Cuzco. Así supo también que Hernando Pizarro estaba haciendo un proceso contra
el Adelantado D. Diego de Almagro, y que, una ver terminado, le sentenciaría
conforme a justicia”. Pizarro no va a mover ni un dedo para evitar aquella maniobra ‘de una muerte
anunciada’, aunque tuvo tiempo de sobra. O fue suya la orden de acabar con
Almagro, o se plegó a la voluntad de su autoritario y vengativo hermano.
(Imagen) Eran tiempos tormentosos, de un
‘sálvese quien pueda’. Tomemos de ejemplo la deriva de BENITO SUÁREZ DE
CARVAJAL. Pizarro lo favoreció mucho, hasta el punto de haberlo dejado como su
teniente de gobernador en Lima. Aunque Benito, siempre nadando entre dos aguas,
estaba enterado del plan que tenían los almagristas de asesinar a Pizarro y se
lo advirtió, no le hizo caso. Sin duda, Benito olfateaba los peligros, era muy
vengativo y sabía lavarse las manos como nadie. Veamos cómo amarraba las cosas.
El documento de la imagen (fácil de leer) es de junio de 1538, cuando un nuevo
conflicto iba a estallar, y nos muestra que el Rey ordena, a petición suya,
que, “el que es o fuere Gobernador de Perú (Pizarro
o Almagro)”, no le quite, sin razones suficientes, su encomienda de indios.
Ese jugar a dos bazas, sería un privilegio imposible si no contara con la
influencia de su poderoso hermano, el obispo Juan Suárez de Carvajal. Benito, siendo
todavía almagrista, se hizo pizarrista, uniéndose a Vaca de Castro en la
batalla que supuso la derrota y muerte de Almagro el Mozo. Recordemos también
que, cuando llegó el virrey Núñez Vela, sospechó de la lealtad de Illán Suarez
de Carvajal (hermano de Benito) y lo mató. Entonces Benito estaba incorporado al ejército
del rebelde Gonzalo Pizarro, quien derrotó al virrey, ocasión que aprovechó
nuestro ‘héroe’ para vengar la muerte de su hermano ordenando a un criado suyo
que lo liquidara. Nadie le castigó. Pero el saltimbanqui, según cuenta Inca
Garcilaso de la Vega, tuvo un tropiezo fatal el año 1549, tras haber
participado junto a Pedro de la Gasca (otro cambio de chaqueta) en la batalla
que le costó la vida a Gonzalo Pizarro. Lo cuenta así Inca Garcilaso de la
Vega: “Murió de una caída que tuvo desde una ventana, por el servicio e amores
de una dama, y yo le vi enterrar”.
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