(402) Estas medidas alteraron a Diego de
Sandoval, y estuvo a punto de costarle
la vida: “Viendo Sandoval que no tuvo efecto el deseo que tenía, como era
hombre de poco juicio y hablaba sueltamente, animaba a los soldados para que se
fuesen desde Quito a servir a Belalcázar, e a los caciques les decía que diesen
ruines provisiones a la gente que enviaba Aldana”. Trataba de convencerlos
diciendo que, según los poderes que había mostrado, tenía menos autoridad que
Belalcázar, que era general. Era tan indiscreto, que le pudo salir caro: “Al
saberlo Aldana, determinó aguardar a que Sandoval cesara en aquellas cosas, y,
viendo que, a pesar de su disimulación, no dejaba su propósito, estuvo a punto
de mandarlo ahorcar, lo cual no hizo para que en las ciudades no dijesen que
entraba con rigurosidad, matando a los hombres. E por entonces, ningún castigo
hizo en él, salvo el de quitarle el mando que tenía sobre los caciques y los
indios. Llegados a Quito, Sandoval seguía sin querer sosegar su ánimo ni dejar
de promover que la gente se fuese a Popayán (para unirse a Belalcázar), como si tuviese autoridad para ello.
Sabiendo Lorenzo de Aldana estas cosas, habló con el capitán Gonzalo Díaz de Pineda, y le dijo que, puesto que era en todo tan
partidario del Gobernador Pizarro, les prendiese a Sandoval y a Cristóbal Daza,
ya que él (Aldana), de momento, no
quería entender directamente en aquellos negocios por entonces”. La solución
del caso fue de lo más sensato: “Gonzalo Díaz ordenó al alguacil mayor que los
prendiese, e, sin más aguardar, los metieron en dos hamacas, e Aldana los envió
a la Ciudad de los Reyes, adonde el Gobernador D. Francisco Pizarro”. Una vez
más, Aldana solamente presentó su poder de juez de comisión, y la gente creía
que ocultaba otros más importantes: “Pero también pensaban muchos que no los
traía, porque, de tenerlos, favorecería a sus amigos y no rehusaría el oficio de
mandar, pues por todos los mortales era tan deseado. Y, después de estar veinte
días en Quito, el capitán Lorenzo de
Aldana partió para la ciudad de Popayán (actualmente
en territorio colombiano), que está de allí a ochenta leguas”.
El capitán Aldana había permanecido veinte
días en Quito, haciendo hábiles equilibrios para lograr sus propósitos:
“Algunos decían que quien tenía todo el poder en aquellas tierras era
Belalcázar, y que Aldana no traía ninguno de Pizarro, porque, de tenerlos, los
habría mostrado. Para que estas pláticas cesasen, Lorenzo de Aldana fingió
querer ahorcar a los dos hombres que más se metían en aquellos dichos. Y así,
cuando algunos caballeros honrados rogaron por ellos, los soltó. Ocasiones tuvo
para hacer grandes castigos, e siempre fue clemente y moderado, en tanta manera
que le tuvieron por blando en algunos casos”. Salió, pues, de Quito: “Al
llegar a Pasto, se encontró con que los caciques más principales estaban en
guerra (contra los españoles), y
dejándolo todo en paz, se partió para Popayán”.
(Imagen) Saquemos del anonimato a otro capitán
lleno de méritos: el asturiano GONZALO DÍAZ DE PINEDA. Hemos visto que Lorenzo
de Aldana confió en él porque, al ser muy fiel a Pizarro, podía poner
obstáculos a las ambiciones de Sebastián de Belalcázar. Díaz de Pineda fue el
primer hombre que se atrevió a dirigir una durísima expedición hacia el
Amazonas, tratando de descubrir los míticos territorios de la Canela y del
Dorado. Resultó un fiasco, pero abrió caminos nuevos, que luego quiso recorrer
también Gonzalo Pizarro, fracasando asimismo, pero dando pie a que Francisco de
Orellana navegara el Amazonas entero. Luchó más tarde bajo las órdenes de
Gonzalo Pizarro contra el virrey Núñez Vela, tuvo que salir huyendo en un
ataque imprevisto, y unos días después falleció al ingerir unas plantas
venenosas. Le hemos visto ahora como sustituto provisional de PEDRO DE PUELLES,
que era su suegro y Teniente Gobernador de Quito. Demos un salto hacia delante de
9 años. El documento de la imagen es de 1547, se lo envió al Príncipe Felipe el
obispo de Panamá, fray Pablo de Torres, dándole buenas noticias de la guerra
civil promovida por Gonzalo Pizarro, y nos muestra el horror de lo que era
aquello. Le dice que Quito y toda
la costa del Pacífico estaba ya a favor del Rey, ocurriendo de esta manera: “Andando
ciertas mujeres por las calles de Quito con una bandera diciendo ¡viva
Pizarro!, otra mujer respondió ¡viva el Rey!; PEDRO DE PUELLES, que se hallaba
en aquella ciudad como aliado de Gonzalo
Pizarro con 400 hombres, la hizo ahorcar y estar colgada de la horca dos días;
a la mañana siguiente, el capitán Pedro Salazar mató a puñaladas a Puelles, y
el pueblo se alzó proclamando a Su Majestad”. El informe del obispo era fiable,
pero todavía faltaban unos meses para la derrota definitiva y la muerte de
Gonzalo Pizarro.
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