sábado, 27 de abril de 2019

(Día 816) La información del indio les salvó de momento navegando por el río, pero murieron tres españoles. Cieza es consciente de que será leído en el futuro, y sabe que está haciendo una gran obra.


     (406) Por eso se entiende la emoción de Juan Antonio Palomino: “Muy alegre por haber tomado un guía, fue luego en seguimiento del capitán Peransúrez, y, llegado donde él, supieron por el indio qué camino podrían tomar”. Había que atravesar el río, muy ancho y de peligrosas corrientes. Hicieron balsas para atravesarlo. Sabían cuál era la buena dirección, pero eso no garantizaba el éxito: “En catorce balsas se pusieron los cincuenta españoles más ligeros e sueltos, y el día de Reyes del año mil quinientos treinta y nueve se echaron al río, yendo con ellos Juan Alonso Palomino y el maestre de campo, Juan Quijada. Los indios se pusieron a la orilla y les lanzaban muchas flechas, e tantas les tiraron que hirieron a ocho y mataron a tres”. La reacción de los españoles fue rabiosa. Bajaron a tierra y los hicieron huir. Lugo tuvieron la suerte de encontrar maíz abundante: “Con aquel maíz, la yuca e otras raíces se sostuvieron (toda la tropa de Peransúrez)  allí mes y medio, sin comer sal ni carne, de lo que no poca necesidad tenían; y, gracias a lo que les dijo aquel indio que apresaron, se salvaron, pues ciertamente todos habrían perecido si no hubiesen hallado aquel poco bastimento. Luego partieron de allí, y fue gran yerro, porque si hubiesen invernado en aquel río, podrían haber enteramente encontrado lo que había por descubrir”.
     No sin motivo dice Cieza que fue una equivocación partir antes de tiempo de aquel lugar, porque las consecuencia fueron terribles. Es también consciente de que quizá los lectores quieran pasar ya al tema principal, y, con su habitual amabilidad, les pide disculpas, a los de su tiempo y a los futuros, pues se  muestra convencido (¡qué razón tenía!) de que su crónica sería imperecedera: “No me culpe el lector de que haga digresión de las guerras civiles para contar otros acontecimientos. Si miran mi intención, no me culparán, pues es necesario contar las cosas que pasaron entre una guerra y otra para que haya orden y no confusión. E a los que viven en el tiempo presente, e a los que han de nacer, ruego que reciban mi humildad de estilo y mi llaneza de estilo con amor, mirando que soy tan ignorante, que mi débil juicio no me parecía capaz de salir adelante con obra tan grande. Y concluidas estas conquistas, volveremos a nuestra narración de las guerras civiles”.
     Aliviado por su disculpa, sigue Cieza contando la aventura de Peransúrez y sus hombres, que avanzaban de desesperación en desesperación, dándose la circunstancia de que ya apenas tenían indios de servicio, dato escalofriante porque hace suponer que habrían muerto cientos de ellos: “Las montañas eran muy ásperas, y, al haber dejado la mayor parte de las herramientas (por falta de porteadores), no podían abrir camino. Estaban puestos en tanta necesidad, que no eran capaces de llevar un solo ornamento (eclesiástico), y les fue forzoso enterrar junto a un español llamado Diego Daza el cáliz y las vinajeras. Con grande dificultad, llegaron a la provincia de Tacama. Ya hacía cinco meses que andaban por aquellas montañas, y, como les faltaba todo el servicio de los indios, dejaban las ropas e aderezos que tenían, y hasta las armas. Los capitanes entraron en consulta, e acordaron que deberían seguir hasta que llegasen a la tierra de Perú (toda la aventura se desarrollaba en territorio chileno), pues no tenían otro remedio para salvar las vidas”.

     (Imagen) Peransúrez y JUAN ALONSO PALOMINO van ahora perdiendo hombres por la dureza de los Andes. Los que quedan se salvarán in extremis al descubrir el camino de salida. Años después, Palomino, como vimos en la imagen anterior, volvía a encontrarse en apuros, pero esa vez por pasadas fidelidades al rebelde Gonzalo Pizarro. Ya sabemos que, al poco tiempo, lo mató Francisco Hernández Girón, y fue en el preciso instante en que este inició la última guerra civil rebelándose contra la Corona. Echando mano de otro expediente (que también hemos visto), en el que su hijo habla de sus méritos, podemos vivir en directo la escena de su muerte leyendo el texto de la imagen. Le dice al Rey el abogado de su hijo, Luis Palomino (cambio un poco el orden del texto): “La noche que Francisco Hernández Girón se alzó en el Cuzco, estando Juan Alonso Palomino en la casa de Alonso de Loaysa, donde se encontraban el Corregidor y muchos vecinos cenando por la boda del dicho Loaysa, entró Girón  armado con una rodela y una espada desnuda, y con más de 20 arcabuceros, y dio con la espada en la mesa, y dijo: ‘Caballeros, que nadie se alborote, que  esto por todos va’. A las cuales palabras, su padre (el capitán Juan Alonso Palomino), tan cierto servidor de Vuestra Alteza, echando mano a la espada, dijo: ‘No por mí; ¡viva el Rey, mi Señor!’. Y luego los tiranos le dieron de alabardazos, y lo hirieron de muchas heridas mortales, de las cuales, dentro de cuatro horas murió, no osando ni el Corregidor de Vuestra Alteza ni los demás que allí estaban decir palabra alguna ni resistir al tirano. Y así, con justo título se puede decir haber sido su padre mártir de Vuestra Alteza, pues murió confesando vuestro real servicio”.



No hay comentarios:

Publicar un comentario