(406) Por eso se entiende la emoción de
Juan Antonio Palomino: “Muy alegre por haber tomado un guía, fue luego en
seguimiento del capitán Peransúrez, y, llegado donde él, supieron por el indio
qué camino podrían tomar”. Había que atravesar el río, muy ancho y de
peligrosas corrientes. Hicieron balsas para atravesarlo. Sabían cuál era la
buena dirección, pero eso no garantizaba el éxito: “En catorce balsas se
pusieron los cincuenta españoles más ligeros e sueltos, y el día de Reyes del
año mil quinientos treinta y nueve se echaron al río, yendo con ellos Juan
Alonso Palomino y el maestre de campo, Juan Quijada. Los indios se pusieron a
la orilla y les lanzaban muchas flechas, e tantas les tiraron que hirieron a
ocho y mataron a tres”. La reacción de los españoles fue rabiosa. Bajaron a
tierra y los hicieron huir. Lugo tuvieron la suerte de encontrar maíz
abundante: “Con aquel maíz, la yuca e otras raíces se sostuvieron (toda la tropa de Peransúrez) allí mes y medio, sin comer sal ni carne, de
lo que no poca necesidad tenían; y, gracias a lo que les dijo aquel indio que
apresaron, se salvaron, pues ciertamente todos habrían perecido si no hubiesen
hallado aquel poco bastimento. Luego partieron de allí, y fue gran yerro,
porque si hubiesen invernado en aquel río, podrían haber enteramente encontrado
lo que había por descubrir”.
No sin motivo dice Cieza que fue una
equivocación partir antes de tiempo de aquel lugar, porque las consecuencia
fueron terribles. Es también consciente de que quizá los lectores quieran pasar
ya al tema principal, y, con su habitual amabilidad, les pide disculpas, a los
de su tiempo y a los futuros, pues se
muestra convencido (¡qué razón tenía!) de que su crónica sería
imperecedera: “No me culpe el lector de que haga digresión de las guerras
civiles para contar otros acontecimientos. Si miran mi intención, no me
culparán, pues es necesario contar las cosas que pasaron entre una guerra y
otra para que haya orden y no confusión. E a los que viven en el tiempo
presente, e a los que han de nacer, ruego que reciban mi humildad de estilo y
mi llaneza de estilo con amor, mirando que soy tan ignorante, que mi débil
juicio no me parecía capaz de salir adelante con obra tan grande. Y concluidas
estas conquistas, volveremos a nuestra narración de las guerras civiles”.
Aliviado por su disculpa, sigue Cieza
contando la aventura de Peransúrez y sus hombres, que avanzaban de
desesperación en desesperación, dándose la circunstancia de que ya apenas
tenían indios de servicio, dato escalofriante porque hace suponer que habrían
muerto cientos de ellos: “Las montañas eran muy ásperas, y, al haber dejado la
mayor parte de las herramientas (por
falta de porteadores), no podían abrir camino. Estaban puestos en tanta
necesidad, que no eran capaces de llevar un solo ornamento (eclesiástico), y les fue forzoso
enterrar junto a un español llamado Diego Daza el cáliz y las vinajeras. Con
grande dificultad, llegaron a la provincia de Tacama. Ya hacía cinco meses que
andaban por aquellas montañas, y, como les faltaba todo el servicio de los
indios, dejaban las ropas e aderezos que tenían, y hasta las armas. Los
capitanes entraron en consulta, e acordaron que deberían seguir hasta que
llegasen a la tierra de Perú (toda la
aventura se desarrollaba en territorio chileno), pues no tenían otro
remedio para salvar las vidas”.
(Imagen) Peransúrez y JUAN ALONSO PALOMINO
van ahora perdiendo hombres por la dureza de los Andes. Los que quedan se salvarán
in extremis al descubrir el camino de salida. Años después, Palomino, como
vimos en la imagen anterior, volvía a encontrarse en apuros, pero esa vez por
pasadas fidelidades al rebelde Gonzalo Pizarro. Ya sabemos que, al poco tiempo,
lo mató Francisco Hernández Girón, y fue en el preciso instante en que este
inició la última guerra civil rebelándose contra la Corona. Echando mano de
otro expediente (que también hemos visto), en el que su hijo habla de sus
méritos, podemos vivir en directo la escena de su muerte leyendo el texto de la
imagen. Le dice al Rey el abogado de su hijo, Luis Palomino (cambio un poco el
orden del texto): “La noche que Francisco Hernández Girón se alzó en el Cuzco,
estando Juan Alonso Palomino en la casa de Alonso de Loaysa, donde se
encontraban el Corregidor y muchos vecinos cenando por la boda del dicho Loaysa,
entró Girón armado con una rodela y una
espada desnuda, y con más de 20 arcabuceros, y dio con la espada en la mesa, y
dijo: ‘Caballeros, que nadie se alborote, que
esto por todos va’. A las cuales palabras, su padre (el capitán Juan Alonso Palomino), tan
cierto servidor de Vuestra Alteza, echando mano a la espada, dijo: ‘No por mí;
¡viva el Rey, mi Señor!’. Y luego los tiranos le dieron de alabardazos, y lo
hirieron de muchas heridas mortales, de las cuales, dentro de cuatro horas
murió, no osando ni el Corregidor de Vuestra Alteza ni los demás que allí
estaban decir palabra alguna ni resistir al tirano. Y así, con justo título se
puede decir haber sido su padre mártir de Vuestra Alteza, pues murió confesando
vuestro real servicio”.
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