(393) Cieza se despide del triste
personaje retratándolo con breves pinceladas: “Almagro murió con sesenta y tres
años de edad. Era de pequeño cuerpo, de feo rostro e de mucho ánimo, gran
trabajador y liberal, aunque, con jactancia de gran presunción, a veces sacudía
con la lengua sin refrenarse. Era también inteligente y, sobre todo, muy
temeroso del Rey. Fue muy importante para que estos reinos fuesen descubiertos.
Dejando las opiniones que algunos tienen, digo que era natural de Aldea del
Rey, y nacido de tan bajos padres que se puede decir que en él empezó y acabó
su linaje”. Se suele considerar que había nacido en Almagro (Ciudad Real), pero
la seguridad que muestra Cieza y el hecho de que su afirmación vaya más al
detalle, da mayor verosimilitud a que viera la luz (que ahora se le acaba al
extraordinario conquistador) en esa aldea que solo dista veinticinco kilómetros
de la villa de Almagro.
Puesto que el personaje lo merece de
sobra, vendrá bien honrarlo añadiendo más datos de su triste final a través,
primeramente, de lo que le contaron al Inca Garcilaso de la Vega, y después, de
lo que vio el apasionado Don Alonso Enríquez de Guzmán. Garcilaso suele copiar
frases de los ilustrados cronistas oficiales
Agustín de Zárate y Francisco López de Gómara (clérigo que nunca estuvo en las Indias),
pero siempre añade comentarios muy acertados y datos de su propia cosecha. Así
nos enteramos de que Hernando Pizarro no envió a Diego de Almagro el Mozo
adonde Pizarro (antes de la triste ejecución) para que quedara bajo su amparo,
sino “para que los amigos de su padre no se amotinaran con él” (como, de hecho,
ocurrió posteriormente). También Gómara, después de comentar que se decía que
Almagro era hijo de un clérigo, hace una
descripción de su carácter: “No sabía leer, era esforzado, diligente, amigo de
honra y fama, mas se vanagloriaba de que todos supiesen lo que daba. Sus
soldados lo amaban por sus dádivas, aunque muchas veces los maltrataba con la
lengua y con las manos. Nunca estuvo casado, pero tuvo un hijo en una india de
Panamá, que se llamó como él, al que
crio y enseñó muy bien”.
Luego Garcilaso nos explica claramente el
caldo de cultivo en que se fue incubando la ejecución de Almagro, aunque lo más
probable sería que, con caldo o sin caldo, Hernando Pizarro (y estando conforme
Francisco Pizarro) ya tenía decidido eliminarlo: “Para mayor inteligencia, es
necesario que digamos algo. Después de la victoria, quiso Hernando Pizarro
alejar de sí a los enemigos para no quedar en peligro de que lo matasen,
porque, con las crueldades que se hicieron después de la batalla, quedaron tan
enemistados los dos bandos, que, aunque Hernando Pizarro hizo todo lo que pudo
para hacer amigos a los más principales, no le fue posible. De día en día
mostraban más su odio y rencor, hablando libremente de vengarse en cuanto
pudieran. También los amigos se hacían enemigos viéndose engañados en sus
esperanzas. Y, para evitar el peligro, decidió enviar a amigos y enemigos a
nuevas conquistas”.
(Imagen) Dijimos varias cosas del
trujillano FRANCISCO DE CHÁVEZ. Fue reclutado para el Perú por su paisano
Francisco Pizarro, pero luego, confiando en grandes triunfos, partió para Chile
con Almagro. Volvieron fracasados. Chávez siguió a la vera de Almagro y luchó
con él en las Salinas. Tras la derrota, Pizarro confió nuevamente en él. Lo
envió a luchar contra indios rebeldes, y quedó para siempre marcado como hombre
cruel porque, al no poder castigar a un indio que mató traidoramente a un
español, se ensañó con las mujeres y los niños que quedaron en el poblado.
Ahora se nos muestra en el texto de la imagen como prototipo del hombre que
reniega del pasado por una nueva alianza, esta vez con Pizarro. Almagro, su
antiguo gobernador, fue ejecutado sin piedad alguna. Unos meses más tarde,
Chávez le escribe al Rey justificando los hechos. Le dice que “después del
desbarate de Diego de Almagro, Hernando Pizarro, viendo ser bueno para el
servicio de Dios y de Vuestra Majestad, y por evitar más daños e
inconvenientes, ya que cada día resultaban motines y alborotos, después de
haber hecho un proceso contra él, y por los delitos que halló, le cortó la
cabeza”. Añade que no dice más porque Hernando Pizarro dará cuenta de su
descargo ante Su Alteza. Pero teme el castigo del Rey, y continúa su carta
elogiando a Francisco Pizarro y a sus hombres afirmando que “si esto no hubiera
sucedido, los servicios que harán a Su Majestad no serían tan claros y
manifiestos como debieran serlo”. El Destino quiso dos años después que, cuando
asesinaron a Francisco Pizarro, también acabaran con la vida de FRANCISCO DE
CHÁVEZ. Las guerras civiles eran un infierno.
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