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Otra de las noticias que le dieron a Pizarro fue la partida hacia los Andes de
la expedición de Pedro de Candía, y nos sigue hablando Cieza de aquella
peripecia, situándonos en las sutilezas del motín que se estaba fraguando para
matar a Hernando Pizarro y liberar a Almagro. Ya sabemos que el cabecilla era
el capitán mulato Alonso de Mesa. Tenía que andar con pies de plomo: “Temiendo Mesa
a Juan de Quijada, que se mostraba amigo de Hernando Pizarro, le dijo al
capitán Pedro de Candía que enviase a Quijada al Cuzco a dar cuenta a Hernando
Pizarro del resultado de la campaña, y que, puesto que ya estaban dispuestos
nuevamente para descubrir territorios, les diese licencia para entrar por el
valle de Carabaya, que era una entrada menos dificultosa, y razonable camino
para atravesar la montaña”. A Candía le pareció bien, Quijada salió para el
Cuzco, y Mesa respiró (de momento) tranquilo.
Pero le faltaba el trabajo más delicado,
porque es casi imposible evitar en la preparación de un motín que, al tantear a
la gente, se vaya de la lengua alguno que no se ha dejado seducir por la idea:
“Mesa le persuadió al capitán Pedro de Villagrán para que matasen a Hernando
Pizarro y soltasen a Almagro, pues sabían que era un señor valeroso y tan
generoso que les gratificaría tan gran favor. Como Candía era hombre de poco
entendimiento, les parecía que, para lograr su propósito, habían de convencerle
de que convenía que fuesen todos al Cuzco a verse con Hernando Pizarro y
pedirle permiso para seguir la conquista entrando por el valle de Carabaya. Lo
trataron con Candía, quien, creyendo que no había ningún fraude en sus dichos,
les respondió que le parecía bien. Luego Mesa por una parte, y Villagrán por
otra, andaban convenciendo a algunos a los que veían quejosos de Hernando Pizarro,
poniéndoles por delante el gran provecho que sacarían de liberar a Almagro, y
diciéndoles que Hernando Pizarro merecía la muerte, pues les había enviado a
morir en aquellas mortales montañas por las que habían pasado. Y, como los
españoles de Perú necesitan poca exhortación para ser atraídos a cualquier
invención que les hagan, hubo muchos que dieron su conformidad”.
Candía y su tropa se pusieron en
marcha hacia el Cuzco, pero tres de sus hombres, Francisco de León, Galdames y
Alonso Díaz, encargaron a unos indios que llevaran a Diego de Alvarado un escrito revelando las
intenciones de los amotinados. Una vez más, Diego pecó de prudente. Confiaba en
que Hernando no matara a Almagro y no quiso que se enterara del plan, “porque (Diego) era hombre muy piadoso y enemigo
de escándalos”. Retuvo la carta y les contestó a los delatores que procurasen
disolver el motín. Algo realmente insensato, pues era jugarse la vida; por lo
que dejaron de lado el consejo de Diego de Alvarado y volvieron a escribir el mismo
mensaje, pero esta vez destinado directamente a Hernando Pizarro.
Y así nos deja Cieza, aplazando para más
tarde el desenlace de esta inquietante situación porque tiene que hablarnos de
algo mucho más importante: el capítulo setenta de su libro. Le dedica cinco
páginas, y lleva este título: “Cómo
Hernando Pizarro sentenció a muerte al Adelantado Don Diego de Almagro, e cómo
le fue cortada la cabeza”.
(Imagen) La expedición de Pedro de Candía
estaba resultando una tortura permanente, y abocada al fracaso. Por otra parte,
aquellos hombres tenían los corazones divididos como resultado de las guerras
civiles. Vivían en la desconfianza, y algunos preparaban un motín, hasta el
punto de que les seducía la idea de ir adonde Hernando Pizarro y matarlo. Pero
hubo otros que le avisaron para que se pusiera en guardia. Apenas queda rastro
de estos en los archivos. Uno de los delatores fue JUAN DE GALDAMES, natural de
Las Encartaciones (Vizcaya) y casi vecino de FRANCISCO DE GARAY (nacido en el municipio
de Sopuerta), otro de los grandes de las Indias, aunque cometió el error de
enfrentarse al invencible Hernán Cortés. Un documento nos muestra que Juan de
Galdames llegó a su tierra española en 1574 (se supone que con ganas de
disfrutar de una tranquila vejez), trayendo 5.000 ducados (equivalente a unos
18 kilos de oro) sin haberlos registrado en el fisco. En cuanto a los
amotinados, veamos un documento (el de la imagen) sobre PEDRO DE VILLAGRÁN,
quien salvó la cabeza en esta revuelta de puro milagro. Había vuelto a España en 1570 para quedarse, siendo ya
bastante mayor. En el texto (escrito en 1581), su mujer, Catalina de Altamiros,
le dice al Rey que Pedro ya ha muerto, que ella vive en Sevilla y desea volver
al Perú, a la Ciudad de los Reyes (con su hijo de nueve años, llamado como su
padre), donde viven sus padres, Sebastián de Baeza y Lucía Martínez, y que pide
licencia para hacerlo y llevar también a una mestiza y una esclava negra que
habían traído a España desde Perú.
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