(404) Está claro que Aldana sabía jugar
los tiempos, guardando pacientemente silencio por mucho que dejara intrigados a
los españoles que iba encontrando a su paso: “Los vecinos de Popayán, viendo
que solo mostraba poder de juez de comisión, se asombraban de que un hombre de
tanta valía e tan serio, viniese con poderes tan cortos desde tan lejos. Y lo
que les hacía creer que traía más poderes era ver que en todo mostraba querer intervenir y hablar a los indios,
pues esto nunca lo quiso disimular. Después de pasar en Popayán unos catorce
días, se partió para la ciudad de Cali”. Todas eran ciudades minúsculas y
recién fundadas, pero firmemente asentadas, con todos los servicios esenciales
y las autoridades correspondientes, de manera que los soldados salían a sus
conquistas, pero siempre quedaba una población estable y bien defendida.
Como tiene por costumbre, Cieza,
obsesionado con la sincronía para una mayor claridad, interrumpe ahora su
relato para enlazar con lo que iba contando anteriormente sobre la expedición
de Peransúrez. Ya vimos que el valiente capitán se había adelantado para ver si
más allá de las terribles montañas había alguna tierra acogedora que les
compensara de tantas calamidades. Llegaron a una zona llana y agradable donde
esperaban encontrar algún poblado acogedor y avisar a los españoles que habían
quedado atrás. Pero estaban gafados: “Mas no hallaron lo que pensaban,
encontrando solamente algunos yucales cortados, porque los indios, como tenían
noticia de la venida de los españoles, escondieron la yuca y se ausentaron.
Mas, como el hambre sea cosa tan fuerte de sufrir, se confortaron con las
raíces de la yuca como si su fueran manjares muy preciosos”. Peransúrez y su
destacamento de treinta hombres iban de decepción en decepción. Mandó al
capitán Juan Alonso Palomino que se adelantara con doce de a caballo para ver
si tenía más suerte su búsqueda. Volvieron al cabo de un tiempo sin haber
encontrado la salvación, pero con informes esperanzadores de algunos indios que
les aseguraron que, siguiendo adelante, llegarían a un auténtico paraíso.
Conscientes de que no podían apostar su vida dando por buena la información,
siempre dudosa, de unos indios, Peransúrez y los suyos se volvieron al
campamento en el que habían dejado el grueso de la tropa. Y llegado allá
tuvieron que tomar una decisión frustrante: “Se pusieron en consulta, y ya el
temor que tenían era mucho por verse metidos en parte tan peligrosa, y que el
invierno se acercaba y los ríos crecían. Mirando que el único remedio que
tenían para evitar la muerte de tanta gente de servicio como venía con ellos, e
de los mismos españoles, acordaron volver a Chuquiavo”.
Ya no luchaban con ilusión para enriquecerse,
sino con desesperación para salvar sus vidas y las de los indios de servicio:
“Los fatigados españoles nunca dejaron de utilizar hachas y machetes para
abrirse camino con sus debilitados brazos. Mas, como la gran constancia que
tienen en sus hechos sea tan grande como otras veces he referido, sufrían
aquellos trabajos con gran paciencia”.
(Imagen) JUAN ALONSO PALOMINO aparece ahora
en 1538, entre angustias y desesperación, durante la campaña de Peransúrez.
También sabemos que fue el primero de la flota de Hinojosa que se pasó, diez
años después, al bando de la Gasca. Pero antes de que abandonara la demencial
rebeldía de Gonzalo Pizarro, se vio envuelto en un feo asunto. En 1551, el Doctor
Francisco Pérez de Robles, Oidor de la Audiencia de Panamá, les reclamó a
Hinojosa, a Pablo de Meneses y a Palomino daños y perjuicios. En el texto de la
imagen se ven algunos de sus argumentos (que parecen verosímiles). Cuenta que
él organizó la defensa de Panamá. Al saberlo Gonzalo Pizarro, envió su armada
con los tres capitanes, que llegaban dispuestos a cortarle la cabeza. Robles
animó a la gente a que les impidiesen la entrada (por estar en rebeldía contra
el Rey), pero, como todos tenían miedo a sus represalias, no le hicieron caso,
y él tuvo que huir a Cartagena de Indias, adonde llegó un año después Pedro de
la Gasca. Se puso a su servicio y le hizo saber todo lo ocurrido. A él le
habían requisado todos sus bienes, pero lo peor ocurrió después. Dice Robles
que Hinojosa, Pablo de Meneses y Palomino “le cobraron tanta enemistad, que en
el Perú le dieron garrote y mataron a Doña María de Calderón, su hermana, mujer
del capitán Jerónimo de Villegas, y a Cosme de Robles, hijo de otra hermana”.
Seguro que, pasándose después al bando de la Gasca (el representante del Rey),
los tres acusados habían quedado ya purificados. Pero dos años más tarde (como
vimos recientemente) el último rebelde, Francisco Hernández de Girón, mató a
cuchilladas a Palomino, precisamente por ser fiel a la Corona. Todo muy propio
de una tragicomedia.
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