SENTENCIA Y EJECUCIÓN DE
D. DIEGO DE ALMAGRO
(390) Nos cuenta Cieza: “El Adelantado Don Diego de Almagro, desde el tiempo en que se
dio la batalla de las Salinas y fue apresado, estuvo muy enfermo, y le rogó a
Hernando Pizarro que le visitase y no le tratase tan cruelmente. Fue a su
prisión y le habló dándole esperanza de la vida. Le dijo que el Gobernador
Pizarro ya venía desde Lima, por lo que podría llegar a un acuerdo con él, y
que, si tardaba en llegar, le daría permiso para que fuese a encontrarse con
él. Don Diego de Almagro tuvo algún consuelo al oír a Hernando Pizarro; el
cual, salido de allí, mandó que los notarios se diesen gran prisa en tomar las
declaraciones de los testigos para luego dar sentencia”. Este párrafo de Cieza
es siniestro. Las prisas de Hernando solo admiten una explicación: decidido a
matarlo, tenía que ejecutar a Almagro rápidamente para que, estando Pizarro
ausente, fuera más fácil dejarle libre de toda culpa (algo que, quienes lo
leemos cinco siglos después, no lo creemos posible).
Muchos de los partidarios de Almagro, tras
su derrota, se habían marchado del Cuzco y vivían con estrecheces en los
poblados indios, lamentando su mala fortuna. Hernando Pizarro preparó una batería de cargos contra Almagro,
algunos con fundamento, y otros sin sentido. Le acusó de usurpar la ciudad del
Cuzco, apresándole a él y a otros. Le hacía responsable de empezar la batalla
de Abancay, cuando, en realidad, fue Alonso de Alvarado quien encendió la mecha
al apresar a los mensajeros de Almagro: “Otras culpas también le echó, pues
nunca el vencedor deja de hallarlas para condenar al vencido. Hernando Pizarro
hacía creer fingidamente que su deseo no era matarlo, y, para que pensasen que
era así, a pesar de que en su pecho ya estaba condenado el Adelantado Almagro,
mandaba proveerle de cosas delicadas para comer porque estaba muy debilitado
por su enfermedad”.
Diego de Almagro, tan viejo, enfermo,
débil y necesitado de esperanza, caía en el engaño. Da lástima ver su desamparo
frente a la burla de Hernando Pizarro: “Le preguntó a Almagro cómo preferiría
ir a verse con el Gobernador Pizarro, en unas andas o sentado en una silla. El
Adelantado Almagro, muy contento, le respondió que le hiciesen una silla sobre
unas varas, porque prefería ir sentado, y que, cuando viera a su hermano, el
Gobernador, no habría entre ellos ningún rencor”.
Trae ahora a cuento Cieza el motín de los
hombres de Pedro de Candía, pero solo incidentalmente (más tarde se extenderá
en el asunto). Y lo hace porque algunos han considerado que fue la causa de que
se precipitara la ejecución de Almagro: “En este tiempo le llegó a Hernando
Pizarro la noticia de la conjuración que había contra su persona entre la gente
de Pedro de Candía. Sabía también que había muchos en el Cuzco que tenían
puesta su voluntad en hacerle alguna injuria, y que Diego de Urbina y otros
capitanes murmuraban de él en secreto, mostrando haberles pesado la prisión del
Adelantado Almagro. Le pareció que, si enviaba a Almagro a la Ciudad de los
Reyes, los partidarios suyos que andaban derramados por distintos sitios irían
a liberarlo, y le matarían a él y a su hermano, el Gobernador, y que, si iba
desde el Cuzco a sosegar lo que tenían pensado los conspiradores del ejército
de Candía, los que se quedasen en la ciudad lo sacarían de la prisión. Por lo
cual, para librarse de estos miedos, y para evitar los daños que podrían
resultar, según él decía, mandó terminar el proceso, y le condenó a muerte”.
(Imagen) No hubo mayor defensor de DIEGO
DE ALMAGRO que el peculiar D. ALONSO ENRÍQUEZ DE GUZMÁN. Tras la morralla de
sus muchas y apasionadas exageraciones, había siempre un fondo de cruda
realidad. Y tuvo razón al decir que el proceso que lo condenó a muerte fue un crimen jurídico. No solo lo
denunció ante los tribunales, sino que, para divulgarlo, publicó los hechos en
unos versos muy malos y, como siempre, también exagerados, pero, en lo esencial, muy verdaderos. La
imagen muestra el escrito de presentación del texto, dirigido al Rey. Viene a
decir lo siguiente: Almagro “precedió en valentía a Héctor, en franqueza a Alejandro,
y en nobleza a Julio César, y por esto tomaron con él odio sus compañeros, el
Marqués Don Francisco Pizarro y sus hermanos, los cuales lo mataron y despojaron
de su honra, vida y hacienda, según el metro (poema) que vais a ver”. Lo escribe en verso para que sea menos
amarga la historia, pero dice que solo cuenta la verdad. Luego deja claro que
hubo miserias por ambas partes, “porque en sus compañías (acuerdos como socios) hicieron y quebrantaron muchos solemnes y
grandes juramentos, especialmente uno en el que se dijo una misa en la gran
ciudad del Cuzco (antes de salir Almagro
para Chile, y de que Enríquez llegara a aquel lugar), y el sacerdote se
volvió hacia ellos con la hostia consagrada, y les dijo en presencia de mucha
gente: ‘Vuestras Señorías han venido aquí a jurar ante Dios Todopoderoso
conservar para siempre jamás vuestra compañía (sociedad)’, y ellos respondieron que sí”. Recordemos que se trataba
de aquella promesa en la que llegaron a pedir los dos, de manera casi blasfema,
que, si no lo cumplían, Dios los condenara al Infierno.
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