(392) Y siguió el triste ‘regateo’ de
Almagro: “No mostró Hernando Pizarro tener compasión ninguna de las palabras
del Adelantado, y, con mucha severidad, le respondió que, puesto que era
caballero y tenía un nombre ilustre, no mostrase flaqueza. Almagro, temiendo la
muerte como hombre que era, tornó a replicar a Hernando Pizarro diciéndole que
no le quitase la vida, pues, aunque entonces no lamentase su muerte, en tiempos
venideros la lloraría, y la Real Majestad del Emperador, acordándose de lo
mucho que él le había servido, lo castigaría. Le pidió también que por todo
ello se condoliese de un mezquino viejo que tenía la cabeza por muchas partes
quebrada por los golpes que recibió en el descubrimiento de estas tierras, y un
ojo menos, y que tuviese piedad, pues a él no le faltó para respetarle la vida
cuando lo tuvo en su poder. Hernando Pizarro le tornó a decir que se confesase,
porque no tenía remedio para evitar su
muerte”.
Almagro perdió toda esperanza, y se
preparó, después de tantas increíbles aventuras y tantas tierras recorridas,
para el viaje sin retorno: “Se confesó con mucha contrición, y, en virtud de
una disposición del Emperador por la que podía en vida nombrar sucesor, señaló
como Gobernador a su hijo, Don Diego, dejando a Diego de Alvarado (jamás perdió la confianza en él) como
gobernador en funciones hasta que fuese mayor de edad. Y hecho el testamento,
dejó por su heredero al Rey, suplicándole que hiciese mercedes a su hijo. Y,
mirando contra Alonso de Toro (pronto
tendrá mucho protagonismo), dijo: ‘Ahora, Toro, os veréis harto de mis
carnes’. Las bocas de las calles estaban
tomadas, y cuando se divulgó que iban a matar al Adelantado, fue grandísimo el
sentimiento que mostraron los almagristas. Todos los indios lloraban, diciendo
que Almagro era buen caballero, del que siempre recibieron buen tratamiento”.
Siguió imparable el tétrico episodio: “Después
de que Almagro hizo su testamento, Hernando Pizarro mandó darle garrote a
Almagro dentro de su prisión, porque no se atrevió a sacarle fuera. Y así se
hizo. Tras haberlo ejecutado, le sacaron fuera en un repostero (un paño similar a un tapiz), con voz de
un pregonero que iba diciendo: ‘Esta es la justicia que manda hacer Su
Majestad, y Hernando Pizarro en su nombre, a este hombre, por alborotador de
estos reinos, y porque entró por la fuerza en la ciudad del Cuzco, prendiendo a
sus autoridades, y porque fue al puente de Abancay y dio batalla al capitán
Alonso de Alvarado, y lo prendió a él y a otros, y porque había hecho delitos y
dado muertes’. Fueron grandes las lamentaciones que hacía entonces el virtuoso
caballero Diego de Alvarado, llamando tirano a Hernando Pizarro, y diciendo
que, por haberle perdonado la vida Almagro, le daba él la muerte. Luego
cortaron la cabeza de Almagro al pie del rollo de la plaza. Después llevaron el
cuerpo del mal afortunado Adelantado a las casas de Hernán Ponce de León, donde
le amortajaron. Hernando Pizarro salió, cubierta la cabeza con un gran
sombrero, y acompañaron también el cuerpo generoso todos los capitanes y los
hombres más principales, y fue llevado con mucha honra al monasterio de Nuestra
Señora de la Merced, donde están ahora sus huesos”.
(Imagen) LLEGÓ LA HORA. Impresiona el
relato de Cieza sobre el triste final de DIEGO DE ALMAGRO. El pobre viejo
suplica que no lo maten, y abandona su dignidad militar tratando con
desesperación de convencer al soberbio y vengativo HERNANDO PIZARRO. No se
trataba de cobardía, sino de un profundo convencimiento de que se iba a cometer
con él una gravísima injusticia. Insiste en sus méritos y duros sufrimientos
durante los más de veinte años que había dedicado, junto a su compañero
Francisco Pizarro, para que, milagrosamente, la campaña de Perú fuera un
grandioso éxito. Estaba aturdido porque no podía creer que Hernando Pizarro, a
quien, teniéndolo en sus manos, pudo haberlo matado y no lo hizo, a pesar de
que se lo aconsejaron repetidamente, sea ahora tan cruel y desagradecido como
para quitarle a él la vida. Aunque, probablemente, él jamás, de haberlo
vencido, hubiera dado muerte a Francisco Pizarro, cometió el error de no
adaptarse a la dureza que exigían aquellas crueles guerras, en las que se
trataba de conseguir un jaque mate eliminando al rival. Pero habría bastado con
que, en lugar de ejecutarlo, se lo enviaran preso al Rey para que decidiera su
destino. Matándolo, avivaron el odio de sus rivales, y provocaron el asesinato
de Francisco Pizarro, y otras nuevas guerras civiles. Como muestra la imagen,
Hernando Pizarro no se atrevió a ejecutar a Almagro en público. Le dieron garrote
vil y, después, le cortaron la cabeza. En cualquier caso, DIEGO DE ALMAGRO EL
VIEJO fue un héroe excepcional.
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