viernes, 26 de abril de 2019

(Día 815) Cieza alaba la heroicidad de los españoles. Peransúrez y sus hombres sufren lo indecible sin poder encontrar un buen camino de vuelta. Consiguen apresar a un indio para que les informe.


     (405) Da grima saber que lo que dice Cieza a continuación no se ha cumplido del todo: “Ciertamente yo creeré que en los futuros tiempos los españoles que descubrieron este Imperio serán tenidos en mucho, e que sus nombres serán más recordados que en los tiempos presentes, pues, por ser las cosas frescas e tan recientes, las tenemos por tan comunes que casi no queremos hablar de ellas. E lo que yo pondero de ellos no  son las conquistas ni las batallas con los indios, sino el trabajo de descubrir, en lo que en ninguna parte del mundo se les ha hecho ventaja a los que han ganado esos reinos. Esta campaña de los Chunchos ha sido la más lastimera e congojosa que se ha hecho en todas las indias, pues faltaron más de la tercera parte de los españoles, muertos todos ellos de hambre por no tener provisiones”. Aunque, sin duda, fue espantosa, las hubo peores, porque las desgracias abundaron y el que sobrevivía en aquellas aventuras era un protegido de los dioses.
     Cieza nos va a ir metiendo en las terribles penalidades de los hombres de Peransúrez. En medio de una vegetación selvática, en la que iban desgastando sus energías por el esfuerzo y el hambre, se vieron atrapados sin poder encontrar una salida que los liberara de aquel infierno: “Caían tan grandes aguaceros, que era cosa de gran compasión ver a los tristes del arte con que iban andando por allí, sin tener ningún conforte (consuelo), y era tanta el agua que de los cielos caía, que la ropa se les desmenuzaba, e, queriendo adobarla, se rompía más. Con azadones hacían los pasos para que los caballos pudiesen pasar. Dieciséis jornadas anduvieron de esta suerte. Habían muerto de hambre más de tres mil de los indios de su servicio, siendo muy grande el dolor de ver morir a tanta gente, y, entre ella, muchas hijas de los señores principales del Cuzco. Como el hambre creciese, mataban para comerlos a los caballos, y hasta su miembro genital era comido. Al ser imposible seguir, volvieron hacia el río, quedándose Alonso Palomino con diecisiete españoles para poder prender a algún indio que los guiase por donde pudieran salir. Era hombre tan entendido en la guerra, así de indios como de cristianos, que, sabiendo que se habían de  esconder en parte donde no los pudiesen hallar, determinó con sus compañeros ponerse en una emboscada tan ocultamente que no fuesen de ellos vistos. Estando Palomino puesto en la celada, al de un rato vieron que diez indios con fieras cataduras, llenos de pinturas y con las armas en las manos, venían en unas balsas, y, viendo a unas indias de los cristianos que, de cansadas, se habían quedado (sin volver con Peransúrez), quisieron ir a tomarlas y quitarles la ropa. Cuando ya estaban despojándosela, salió Palomino con los cristianos a procurar tomar alguno, e fue Dios servido de que un Antonio de Marchena, natural de Villagarcía de Campos, siguió a uno de los indios con su caballo y lo prendió, aunque pugnaba por no quedar en poder de los cristianos. Y ciertamente, si no se tomara a este indio, ninguno de los españoles habría escapado con vida”. Cieza considera, pues, que todos los españoles y los indios de servicio habrían muerto perdidos por aquellas terribles montañas.
    
     (Imagen) Vamos contemplando la desesperada marcha de Peransúrez con sus hombres, perdidos por las montañas andinas, muriendo muchos de ellos, y un número elevadísimo de los porteadores indios. El grupo que iba con JUAN ALONSO PALOMINO pudo apresar a un nativo que conocía los caminos. Cieza asegura que, de no haber tenido suerte, habrían muerto todos. Dejémoslos disfrutándolo, y aclaremos algo sobre Palomino. En la imagen anterior di por seguro que, el haberse pasado al bando del Rey, le habría purificado de cualquier culpa. Algo de eso ocurrió, porque, denunciadas sus fidelidades al rebelde Gonzalo Pizarro, Carlos V, respondiendo a Palomino el año 1547 en una petición de amparo, “le mandó que siguiera sirviendo fielmente a Pedro de la Gasca, presidente de la Audiencia de Lima”. Pero hubo dos asuntos que lo tuvieron contra las cuerdas, y que solo terminaron en nada porque Francisco Hernández Girón lo asesinó. En el primero (como se ve en la imagen) un tal Alonso de Barrionuevo reclamaba las rentas que había perdido por haberle arrebatado Gonzalo Pizarro sus encomiendas de indios. Y le exigía el pago a Palomino y a otros dos porque habían salido fiadores del ya difunto Gonzalo (una prueba clara de su amistad). El segundo era más peliagudo. Todo indica que la dramática acusación (la de la imagen anterior) que hizo el Oidor Francisco Pérez de Robles contra Hinojosa, Meneses y Palomino se tomó muy en serio en la Corte. El Príncipe Felipe “ordenó que se hiciera justicia contra los tiranos que dieron garrote a Dña. María Calderón, hermana del doctor Robles, mujer del capitán Jerónimo de Villegas, y a Cosme de Robles, hijo de otra hermana suya”.



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