(405) Da grima saber que lo que dice Cieza
a continuación no se ha cumplido del todo: “Ciertamente yo creeré que en los
futuros tiempos los españoles que descubrieron este Imperio serán tenidos en
mucho, e que sus nombres serán más recordados que en los tiempos presentes,
pues, por ser las cosas frescas e tan recientes, las tenemos por tan comunes
que casi no queremos hablar de ellas. E lo que yo pondero de ellos no son las conquistas ni las batallas con los
indios, sino el trabajo de descubrir, en lo que en ninguna parte del mundo se
les ha hecho ventaja a los que han ganado esos reinos. Esta campaña de los
Chunchos ha sido la más lastimera e congojosa que se ha hecho en todas las
indias, pues faltaron más de la tercera parte de los españoles, muertos todos
ellos de hambre por no tener provisiones”. Aunque, sin duda, fue espantosa, las
hubo peores, porque las desgracias abundaron y el que sobrevivía en aquellas
aventuras era un protegido de los dioses.
Cieza nos va a ir metiendo en las
terribles penalidades de los hombres de Peransúrez. En medio de una vegetación
selvática, en la que iban desgastando sus energías por el esfuerzo y el hambre,
se vieron atrapados sin poder encontrar una salida que los liberara de aquel
infierno: “Caían tan grandes aguaceros, que era cosa de gran compasión ver a
los tristes del arte con que iban andando por allí, sin tener ningún conforte (consuelo), y era tanta el agua que de
los cielos caía, que la ropa se les desmenuzaba, e, queriendo adobarla, se
rompía más. Con azadones hacían los pasos para que los caballos pudiesen pasar.
Dieciséis jornadas anduvieron de esta suerte. Habían muerto de hambre más de
tres mil de los indios de su servicio, siendo muy grande el dolor de ver morir
a tanta gente, y, entre ella, muchas hijas de los señores principales del
Cuzco. Como el hambre creciese, mataban para comerlos a los caballos, y hasta
su miembro genital era comido. Al ser imposible seguir, volvieron hacia el río,
quedándose Alonso Palomino con diecisiete españoles para poder prender a algún
indio que los guiase por donde pudieran salir. Era hombre tan entendido en la
guerra, así de indios como de cristianos, que, sabiendo que se habían de esconder en parte donde no los pudiesen
hallar, determinó con sus compañeros ponerse en una emboscada tan ocultamente
que no fuesen de ellos vistos. Estando Palomino puesto en la celada, al de un
rato vieron que diez indios con fieras cataduras, llenos de pinturas y con las
armas en las manos, venían en unas balsas, y, viendo a unas indias de los
cristianos que, de cansadas, se habían quedado (sin volver con Peransúrez), quisieron ir a tomarlas y quitarles la
ropa. Cuando ya estaban despojándosela, salió Palomino con los cristianos a
procurar tomar alguno, e fue Dios servido de que un Antonio de Marchena,
natural de Villagarcía de Campos, siguió a uno de los indios con su caballo y
lo prendió, aunque pugnaba por no quedar en poder de los cristianos. Y
ciertamente, si no se tomara a este indio, ninguno de los españoles habría
escapado con vida”. Cieza considera, pues, que todos los españoles y los indios
de servicio habrían muerto perdidos por aquellas terribles montañas.
(Imagen) Vamos contemplando la desesperada
marcha de Peransúrez con sus hombres, perdidos por las montañas andinas,
muriendo muchos de ellos, y un número elevadísimo de los porteadores indios. El
grupo que iba con JUAN ALONSO PALOMINO pudo apresar a un nativo que conocía los
caminos. Cieza asegura que, de no haber tenido suerte, habrían muerto todos.
Dejémoslos disfrutándolo, y aclaremos algo sobre Palomino. En la imagen
anterior di por seguro que, el haberse pasado al bando del Rey, le habría
purificado de cualquier culpa. Algo de eso ocurrió, porque, denunciadas sus
fidelidades al rebelde Gonzalo Pizarro, Carlos V, respondiendo a Palomino el
año 1547 en una petición de amparo, “le mandó que siguiera sirviendo fielmente
a Pedro de la Gasca, presidente de la Audiencia de Lima”. Pero hubo dos asuntos
que lo tuvieron contra las cuerdas, y que solo terminaron en nada porque
Francisco Hernández Girón lo asesinó. En el primero (como se ve en la imagen)
un tal Alonso de Barrionuevo reclamaba las rentas que había perdido por haberle
arrebatado Gonzalo Pizarro sus encomiendas de indios. Y le exigía el pago a
Palomino y a otros dos porque habían salido fiadores del ya difunto Gonzalo
(una prueba clara de su amistad). El segundo era más peliagudo. Todo indica que
la dramática acusación (la de la imagen anterior) que hizo el Oidor Francisco
Pérez de Robles contra Hinojosa, Meneses y Palomino se tomó muy en serio en la
Corte. El Príncipe Felipe “ordenó que se hiciera justicia contra los tiranos
que dieron garrote a Dña. María Calderón, hermana del doctor Robles, mujer del
capitán Jerónimo de Villegas, y a Cosme de Robles, hijo de otra hermana suya”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario