(408) Ya desde los tiempos en que el desafortunado
Diego de Almagro inició las expediciones a Chile, se fueron sucediendo los
fracasos en aquellos territorios. Ahora el ‘estrellado’, y de qué manera, es
Peransúrez. Quien logró después un triunfo espectacular fue Pedro de Valdivia.
Murió en la empresa, pero no sin dejar antes consolidado para la corona española todo lo que hoy ocupa ese
gran país que es Chile. Cieza abandona temporalmente la odisea de Perasúrez, y
nos recuerda de forma muy breve que Alonso de Alvarado consiguió otra licencia
de Pizarro, en este caso para ir a la zona de los indios chachapoyas (zona
amazónica de Perú), donde, como casi siempre, el gran militar tendría fortuna. Cieza
se va a extender algo más en los apuros de otro capitán que también andaba en
campaña (y del que hablamos anteriormente), Alonso de Mercadillo: “Ya contamos
cómo, estando el Gobernador D. Francisco Pizarro en Jauja, vino allí el capitán
Alonso de Alvarado, trayendo con él a D. Diego de Almagro el Mozo, hijo del
Adelantado. Dicen que el Gobernador le dijo a D. Diego que se fuese a la Ciudad
de los Reyes, que él mandaría que le proveyesen de lo necesario, y que no
tuviese ninguna congoja, porque no consentiría que matasen a su padre. También
escribió para que en su casa (la de
Pizarro) se le tuviese todo respeto y le tratasen como a Don Gonzalo, su
hijo. Tras obtener Alonso de Alvarado licencia para fundar una ciudad en el
territorio que había descubierto donde los chachapoyas, partió hacia allá con
la gente que había traído del Cuzco, y mandó a Lima a Juan de Mora para que le
trajese más hombres, consiguiendo juntar sesenta”.
En cuanto a Alonso de Mercadillo, nos recuerda Cieza que
fue enviado por Hernando Pizarro (deseoso de evitar la ociosidad de sus
hombres) a conquistar la tierra de los chuchupachos
(o chupacos), cercanos a los chachapoyas. Se encontró con dificultades porque
Villahoma, el hermano de Manco Inca, que era sacerdote y general al mismo
tiempo, mantenía vivo el fuego de la
rebelión indígena contra los españoles. En las primeras escaramuzas, consiguió
someter a bastantes indios con los ciento ochenta y cinco hombres que llevaba. Cieza
comenta que no hizo caso a los guías que conocían la zona, quizá interesado en
hacerle la competencia a Alonso de Alvarado,
y deja claro que tenía mal carácter: “Le decían los guías que, para llegar a las zonas pobladas que le
correspondía descubrir, debía ir caminando siempre teniendo el río a la
derecha, porque, de lo contrario iría a
salir a las Chachapoyas, donde estaba el
capitán Alonso de Alvarado. Mas Alonso de Mercadillo, no queriendo tomar el
consejo de los nativos, ni aun el de los españoles, mandó ir por la parte
oriental, por caminos tan ásperos y sierras tan altas, que casi todos los
caballos se les despeñaran. Este capitán Mercadillo era hombre muy contagioso (¿negativo?) y de condición tan mala que
los mismos españoles le cobraron odio; no era nada amoroso con ellos, ni los
sabía tatar como convenía. Tenía además el malísimo vicio de jurar y perjurar. Llegaron
a una zona llamada Maina. Desde allí fueron
a la parte oriental, donde, según los indios, hallarían gran riqueza y
tierras bien pobladas. Mercadillo deseaba seguir ese camino, pero, como los
hombres que no actúan con rectitud siempre son maltratados por sus mismos
pensamientos, y no se fían de ninguno por más amigo que sea, acaeció que, al
saber que por aquella parte estaba el capitán Alonso de Alvarado, que era muy
querido, temió que, si estuviesen cerca unos de otros, sus hombres se pasarían
a Alvarado. Para evitar este daño, mandó dejar el camino que llevaban y volver
por otro tan áspero e lleno de montañas que los caballos no podían andar por
él”.
(Imagen) Hasta los de mala entraña eran
unos héroes. De Mercadillo, vimos anteriormente que fundó varias ciudades en
Ecuador, entre ellas, la importante Loja, a la que puso el nombre de su
granadino lugar de origen. Pero ahora, por tratar de seguir un camino infernal
para evitar la competencia del prestigioso Alonso de Alvarado, se va a
enfrentar a un motín tan justificado, que ninguna autoridad castigará después a
sus promotores. Según el historiador Fernández Duro, “era hombre oscuro, de más
puños que cabeza, en el que se juntaban la aspereza y el desabrimiento, la grosería
y el mal lenguaje, además de ser caprichoso y jurador”. Gonzalo Pizarro tuvo,
durante su rebeldía, a Alonso de Mercadillo como unos de sus capitanes de mayor
confianza. Cuando Doña Brianda de Acuña demandó a quienes tuvieron
responsabilidades por la muerte de su marido, el virrey Blasco Núñez Vela, puso
también en la lista a Mercadillo. Pero más tarde, temiendo que Pedro de la
Gasca le quitara sus derechos en la ciudad de Loja, se pasó a su bando, y luchó
contra Gonzalo Pizarro en la batalla de Jaquijaguana. Lo que nos enlaza con
Alonso de Alvarado porque, como sabemos, fue una sentencia de muerte, que había
dictado anteriormente contra Gonzalo Pizarro, la que dio vía libre para que
fuera inmediatamente ejecutado tras su derrota. Como solía ocurrir, los
herederos de los grandes héroes batallaban también, pero con pleitos. La imagen
muestra una apelación de sentencia que
fue presentada por Ana de Velasco, viuda de Alvarado, quien había muerto
en 1556 medio trastornado por la derrota sufrida contra el último rebelde,
Francisco Hernández Girón, aunque tuvo el consuelo de conocer su decapitación.
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