martes, 16 de abril de 2019

(Día 806) Impresionante, expresivo y sentido relato de Don Alonso Enríquez de Guzmán sobre la ejecución de Almagro.


     (396) Pero Enríquez recoge otros matices: “Tras confesarse Almagro, entraron en el cuarto Alonso de Toro, un pregonero y un verdugo. Les pidió que llamasen a Hernando Pizarro porque quería hablarle. El cual vino y díjole  el desventurado que, si creía que merecía la muerte, que se la diese el Rey o su hermano, el Gobernador. Hernando Pizarro le respondió que había de morir, y salió. El viejo, no pudiendo más, dijo: ‘Hernando Pizarro, os emplazo ante Dios, a vos y a todos los que han preparado esta muerte tan contra razón y justicia, para que dentro de treinta días comparezcáis a juicio conmigo en el otro mundo’. El reverendo padre que le había confesado le dijo: ‘Señor, eso está prohibido en nuestra ley, porque parece que no hay sino odio. El cual, si alguno tenéis, como católico que sois lo habéis de deshacer en el viaje en que estáis, pues es para subir a tan alto y glorioso lugar. Acordaos que Cristo dijo al Padre: ‘Perdónales, Señor, porque no saben lo que hacen’. Respondió el paciente Almagro: ‘Desisto del emplazamiento que he hecho’. El alguacil mayor (Alonso de Toro) dijo a los clérigos que se apartasen de él para poder darle garrote allí dentro. Y Almagro le dijo: ‘Torico  -porque era un mancebo-, ¿por qué te has hecho gavilán?, pues poca carne tienes en mí que comer, que soy todo huesos’. Y, ciertamente, Toro era un mozuelo, criado de Hernando Pizarro, al que acababa de hacer alguacil mayor. El cual dijo al verdugo que  hiciese lo que tenía que hacer, y le contestó que no habría de matar a un príncipe como aquel. Pero se lo hicieron cumplir a la fuerza”.
     Almagro protestó a gritos: “Al tiempo en que le echaban la soga a la garganta, el desventurado viejo comenzó a dar muy grandes voces: ‘¡Oh, tiranos que os apropiáis las tierras del Rey, y me matáis sin culpa!’. Y así paso de esta presente vida de trabajos y envidias para la eterna gloria. Después de ser ahogado le sacaron con pregón real a la plaza de la ciudad, y le tuvieron encima de un repostero dos horas, siendo después enterrado en el monasterio de Nuestra Señora de la Merced”.
     Don Alonso Enríquez de Guzmán finaliza así su, en verdad, sentido relato de la muerte de Almagro, pero sin poder renunciar, como es su costumbre, a sazonar su crónica con algunas gotas de de humor negro y de cinismo. Partió entonces para España porque el Rey reclamaba su presencia. Dice que deseaba tener noticias de Perú, pero la carta que le envió era en realidad una orden de que se presentara para hacer frente a algunas acusaciones que tenía pendientes por su vida pasada: “Después me hice amigo de Hernando Pizarro (su ‘bestia parda’), porque este estaba vivo y Almagro muerto, y es muy poco provechosa la conversación con los muertos, y guardé en secreto mi escritos (su cónica), para solo hacerlos públicos yo mismo o mis albaceas. Quiero deciros que yo quería que, por los temores, tormentos, peligros y trabajos que me hizo pasar Hernando Pizarro, este cruel tirano mezclara en ellos alguna recompensa, así de honras como de intereses, después de haberme robado y hacerme gastar más de veintidós mil castellanos. Y demostró tenerme en poco. Pero, cuando llegó a España, temiendo mi linaje y mi condición, comenzó a desvariar, y algunas veces me hablaba bien y otras mal”. Tanto Enríquez como el ejemplar Diego de Alvarado le complicaron mucho la vida judicialmente en España a Hernando Pizarro.

     (Imagen) A diferencia del cronista Pedro Pizarro, que despacha con dos líneas la ejecución de Almagro (sin duda, por no dañar la imagen de sus parientes), tanto Cieza, como Inca Garcilaso de la Vega y Don Alonso Enríquez de Guzmán, cada uno a su manera (la de Enríquez teñida de rencor), nos lo describen tan vivamente y con tanto sentimiento, que nos meten en una escena digna de Shakespeare. Sería necesario haber conocido personalmente a Diego de Almagro, en su día a día, y en todo el trascurso de su vida, para valorarlo en su justa medida. Pero, de lo que cuentan los cronistas, se puede deducir que tuvo un mérito absolutamente extraordinario, y que, sin su incondicional ayuda, Pizarro sería recordado hoy como uno más de los grandes fracasados de las Indias. Era Almagro tuerto y poco atractivo. A veces brusco, pero siempre deseoso de ser apreciado por sus hombres. Abusaron de él los hermanos Pizarro, y los errores que se cometieron por ambas partes produjeron el desastre. Casi el único recuerdo que queda de Almagro es una estatua ecuestre colocada en Santiago de Chile, con réplica en Almagro, su localidad de natal. La Historia ha sido muy injusta con él. Pocos perdedores habrá habido tan dignos de admiración como el pequeño, tuerto y analfabeto DON DIEGO DE ALMAGRO EL VIEJO, Gobernador, con legítimos méritos, de lo que se llamó LA NUEVA TOLEDO. Dicen que, en las noches de luna llena,  salen galopando en sus caballos de bronce, desde Medellín, Trujillo y Almagro, Cortés, Pizarro y Almagro, llegan al monasterio de Guadalupe, se apean, se abrazan, recuerdan sus gloriosas hazañas y lamentan los errores cometidos.



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