miércoles, 24 de abril de 2019

(Día 813) En Popayán, Lorenzo de Aldana se encontró con una situación social espantosa, en la que lo españoles pasaban hambre y los indios practicaban el canibalismo. Su llegada fue beneficiosa.


     (403) Allí se iba a encontrar con una situación dantesca: “En Popayán los españoles y los indios padecían mucha necesidad. Los bárbaros no querían cultivar la tierra, pensando que, si faltasen las provisiones, los españoles se marcharían, y así ellos podrían vivir en libertad. Los cristianos pasaban muchos días comiendo solamente hierbas bravas, lagartos, culebras y langostas, y todos estaban malos, hinchados y llenos de muchas enfermedades. Había tan grande y mortal hambre entre los indios, que se comían los unos a los otros, pero no querían sembrar. Los caciques mataban a los indios, y los comían cociéndolos en grandes ollas. Por los caminos andaban grandes cuadrillas de indios matándose unos a otros, sin ninguna piedad entre ellos. Los españoles, viendo tan gran crueldad, les decían que por qué eran tan malos si, con sembrar sus tierras, tendrían provisiones. Les daba igual. Respondían que los dejasen, pues ellos tenían por bueno consumirse unos a otros y sepultarse en sus vientres”.
     No bastó con esta miseria, y Cieza, tan comprensivo con los indios, pero tan religioso, solo podía entender lo que ocurría viéndolo como un castigo divino: “Tras el hambre, vino una gran pestilencia, cayendo muertos muchos de los indios. Los vivos sepultaban en sus vientres a los muertos, y el maligno demonio se alegraba de ver tantas muertes e que todas sus ánimas iban a su poder. Hernán Sánchez, que en este tiempo se halló allí presente, me dijo que, yendo un día por un camino había encontrado a un indio con nueve manos, dos que formó Dios en él, e siete que llevaba asidas de una cuerda. Le preguntó para qué llevaba tantas manos, y le respondió que para comerlas. Veinte indios dieron sobre unos doce muchachos, los despedazaron y se los comieron”.
El esfuerzo de Francisco García de Tobar, teniente del Gobernador (Belalcázar), no bastaba para evitar tantos males, porque era castigo que Dios quería mandar a aquellos obstinados indios, para que, por sus pecados, viniesen a tanta disminución como vinieron”. García de Tobar murió tres años después luchando contra los indios.
     El prestigioso Aldana tendría entonces solamente unos treinta años, intensamente vividos. A punto de llegar a Popayán, envió a la ciudad a dos hombres para anunciar su visita. Uno de ellos era alguien que luego tuvo mucho protagonismo. Cieza lo llama Francisco Hernández, sin  más. Pero se trataba de Francisco Hernández Girón, natural, como Aldana, de Cáceres, y dos años más joven. Siempre fue leal a la Corona, pero quince años después de lo que ahora vemos, en 1553, lideró la última rebeldía de las guerras civiles, y, esta vez, contra Carlos V, lo que suponía una osadía demencial que nunca llegaba a buen fin: fue derrotado y ejecutado.  Cuando supieron en Popayán que se acercaba Aldana, fue grande la alegría de los españoles: “Al llegar, les abrazó e consoló. Como cristiano y católico, sintió mucho la gran crueldad de los indios entre sí, y para poner algún orden en todo ello, pensó usar su cargo de teniente general, pero, mirando que no convenía que se supiera por entonces, hasta saberse si había noticias nuevas del capitán Belalcázar, no lo hizo”.

     (Imagen) Hablemos del cacereño FRANCISCO HERNÁNDEZ GIRÓN. Anticipé algunos datos suyos: fue el líder de la última guerra civil, mató a puñaladas a Juan Alonso Palomino, y terminó ejecutado en 1554, después de haber sido apresado por Juan Tello Sotomayor. Ahora (año 1538) le vemos por la zona de Quito. Era un tipo infatigable y un militar muy duro, capaz de todo para conseguir sus propios intereses y ajeno a cualquier lealtad. Acompañaba a Lorenzo de Aldana con la misión de cortarle las alas al peligroso Sebastián de Belalcázar, de quien, como sabemos, Pizarro no se fiaba. Pero también Girón estaba resentido con Pizarro, porque no consideró suficiente el premio que le dio por haber sofocado con suma eficacia y rapidez una rebelión de indios en las proximidades de Lima. No le fue difícil a Belalcázar ganárselo para su causa con tentadores promesas,  lo que le convirtió en protagonista de un acto cruel, porque fue él quien, como vimos y cumpliendo órdenes, le cortó la cabeza al ejemplar Jorge Robledo. Más tarde luchó junto a Gonzalo Pizarro, pero se pasó al bando del virrey, siendo derrotados. Al virrey lo mataron, y a Girón, a pesar de su alto grado militar, le perdonaron la vida, pero, olfateando lo que le convenía, siguió fiel a la Corona en la batalla de Jaquijahuana, que supuso la muerte de Gonzalo y el final de las primeras guerras civiles. Sin embargo, fue él quien lideró la última rebelión contra el Rey, y murió en el empeño. En el texto de la imagen, los funcionarios de la Casa de la Contratación le decían dos años después al Rey que ya estaba en calma todo el Perú y que se había castigado a los culpables.



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