(403) Allí se iba a encontrar con una
situación dantesca: “En Popayán los españoles y los indios padecían mucha
necesidad. Los bárbaros no querían cultivar la tierra, pensando que, si faltasen
las provisiones, los españoles se marcharían, y así ellos podrían vivir en
libertad. Los cristianos pasaban muchos días comiendo solamente hierbas bravas,
lagartos, culebras y langostas, y todos estaban malos, hinchados y llenos de
muchas enfermedades. Había tan grande y mortal hambre entre los indios, que se
comían los unos a los otros, pero no querían sembrar. Los caciques mataban a
los indios, y los comían cociéndolos en grandes ollas. Por los caminos andaban
grandes cuadrillas de indios matándose unos a otros, sin ninguna piedad entre
ellos. Los españoles, viendo tan gran crueldad, les decían que por qué eran tan
malos si, con sembrar sus tierras, tendrían provisiones. Les daba igual.
Respondían que los dejasen, pues ellos tenían por bueno consumirse unos a otros
y sepultarse en sus vientres”.
No bastó con esta miseria, y Cieza, tan
comprensivo con los indios, pero tan religioso, solo podía entender lo que
ocurría viéndolo como un castigo divino: “Tras el hambre, vino una gran
pestilencia, cayendo muertos muchos de los indios. Los vivos sepultaban en sus
vientres a los muertos, y el maligno demonio se alegraba de ver tantas muertes
e que todas sus ánimas iban a su poder. Hernán Sánchez, que en este tiempo se
halló allí presente, me dijo que, yendo un día por un camino había encontrado a
un indio con nueve manos, dos que formó Dios en él, e siete que llevaba asidas
de una cuerda. Le preguntó para qué llevaba tantas manos, y le respondió que
para comerlas. Veinte indios dieron sobre unos doce muchachos, los despedazaron
y se los comieron”.
El esfuerzo de Francisco García
de Tobar, teniente del Gobernador (Belalcázar),
no bastaba para evitar tantos males, porque era castigo que Dios quería mandar
a aquellos obstinados indios, para que, por sus pecados, viniesen a tanta
disminución como vinieron”. García de Tobar murió tres años después luchando
contra los indios.
El prestigioso Aldana tendría entonces
solamente unos treinta años, intensamente vividos. A punto de llegar a Popayán,
envió a la ciudad a dos hombres para anunciar su visita. Uno de ellos era
alguien que luego tuvo mucho protagonismo. Cieza lo llama Francisco Hernández,
sin más. Pero se trataba de Francisco
Hernández Girón, natural, como Aldana, de Cáceres, y dos años más joven. Siempre
fue leal a la Corona, pero quince años después de lo que ahora vemos, en 1553,
lideró la última rebeldía de las guerras civiles, y, esta vez, contra Carlos V,
lo que suponía una osadía demencial que nunca llegaba a buen fin: fue derrotado
y ejecutado. Cuando supieron en Popayán
que se acercaba Aldana, fue grande la alegría de los españoles: “Al llegar, les
abrazó e consoló. Como cristiano y católico, sintió mucho la gran crueldad de
los indios entre sí, y para poner algún orden en todo ello, pensó usar su cargo
de teniente general, pero, mirando que no convenía que se supiera por entonces,
hasta saberse si había noticias nuevas del capitán Belalcázar, no lo hizo”.
(Imagen) Hablemos del cacereño FRANCISCO
HERNÁNDEZ GIRÓN. Anticipé algunos datos suyos: fue el líder de la última guerra
civil, mató a puñaladas a Juan Alonso Palomino, y terminó ejecutado en 1554,
después de haber sido apresado por Juan Tello Sotomayor. Ahora (año 1538) le
vemos por la zona de Quito. Era un tipo infatigable y un militar muy duro,
capaz de todo para conseguir sus propios intereses y ajeno a cualquier lealtad.
Acompañaba a Lorenzo de Aldana con la misión de cortarle las alas al peligroso
Sebastián de Belalcázar, de quien, como sabemos, Pizarro no se fiaba. Pero
también Girón estaba resentido con Pizarro, porque no consideró suficiente el
premio que le dio por haber sofocado con suma eficacia y rapidez una rebelión
de indios en las proximidades de Lima. No le fue difícil a Belalcázar ganárselo
para su causa con tentadores promesas,
lo que le convirtió en protagonista de un acto cruel, porque fue él
quien, como vimos y cumpliendo órdenes, le cortó la cabeza al ejemplar Jorge
Robledo. Más tarde luchó junto a Gonzalo Pizarro, pero se pasó al bando del
virrey, siendo derrotados. Al virrey lo mataron, y a Girón, a pesar de su alto
grado militar, le perdonaron la vida, pero, olfateando lo que le convenía, siguió
fiel a la Corona en la batalla de Jaquijahuana, que supuso la muerte de Gonzalo
y el final de las primeras guerras civiles. Sin embargo, fue él quien lideró la
última rebelión contra el Rey, y murió en el empeño. En el texto de la imagen,
los funcionarios de la Casa de la Contratación le decían dos años después al
Rey que ya estaba en calma todo el Perú y que se había castigado a los
culpables.
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