(407) Todos sufrían, pero algunos estaban
en las últimas: “Había más de cincuenta españoles enfermos que no podían andar.
Mirando Peransúrez que, si los llevaban en los caballos, morirían todos porque
los necesitaban para llevar las provisiones, los juntó y les dijo que tenía
gran compasión de verlos enfermos y tan afligidos, y que, estando ya cerca la
tierra de Perú, donde serían remediados, que se esforzasen hasta salir de los
montes. Los enfermos respondieron que veían bien lo que les decía, y que diesen
jornadas cortas para que pudiesen andar con ellos. De allí partieron sin
caminar mucho cada día, por amor de aquellos españoles que venían enfermos; por
el camino, algunos de ellos se quedaban muertos, y al cabo de algunos días
llegaron al río Tacana”. Nueva dificultad: la corriente bajaba muy crecida y
tuvieron que pagar un alto precio: “No se atrevieron a pasar a la otra orilla
porque hacía más de seis meses que los caballos no comían maíz. Tras
esperar ocho días para ver si menguaba,
procuraron pasar a la otra parte, y se hizo con grandísimo trabajo, ahogándose
en el río siete españoles, a los que no pudieron salvar. Ya no tenían ninguna
comida”. El desánimo era total y el hambre hacía estragos: “Algunos cristianos,
suplicando comida, se quedaban muertos arrimados a los árboles. Otros lamentaban
que no fueran dignos, antes de morir, de verse hartos del pan que en España se
solía dar a los perros, y diciéndolo, se morían también. Era gran lástima
también oír los clamores que hacían indios e indias; el camino quedaba cubierto
de muertos, y los vivos comían a los muertos, como hemos dicho. Algunos
españoles sangraban a los caballos e bebíanse su sangre. Llegaron a un pueblo
que se llamaba Quiquijana. Fueron catorce españoles a ver si podían hallar
algún bastimento, mas no hallaron ninguno. Entonces ya faltaban sesenta
españoles que se habían muerto”. Patética tropa de soldados desarrapados,
torturados por un largo ayuno forzoso, y hasta escasos de armas.
Fue una campaña totalmente fracasada, tras
seis meses de andadura. Curiosamente, también había mercadeo de alimentos bajo
promesa de pago: “Cuando se mataba algún caballo, se vendía cada cuarto a
trescientos pesos, y las tripas e inmundicias del vientre valían doscientos, y
quien lo compraba hacía escrituras públicas tan firmes, que después bien por
entero se cobraba. Muy grande fue la propiedad que se quedó en esta campaña, y
muchas vajillas de plata y ricas piezas de oro. No se halló ningún género de
comida en este pueblo. Viendo los cristianos que no había ningún remedio para
seguir adelante, mataron catorce caballos, comiéndolos sin quedar ninguna cosa,
hasta los miembros de ellos, que hartas ollas eran menester para cocerlos,
según son de duros. Así pudieron pasar adelante. Habían muerto hasta aquel día
ciento cuarenta y tres españoles, y más de cuatro mi indios e indias, y se
habían comido doscientos veinte caballos,
que habían costado la mayoría seiscientos pesos (más de dos kilos de oro). En tres jornadas llegaron al primer
pueblo por el que habían entrado, llamado Ayavire, donde hallaron a Gaspar Rodríguez
de Camporredondo, hermano de Peransúrez, que venía en su socorro con setenta
españoles y mucha comida, con la cual se restauraron, pues estaban tan
fatigados, desfigurados y descoloridos que casi no se les podía conocer. Y
dejaremos de hablar de ellos por ahora”.
(Imagen) Tras salir de su encerrona andina
los hombres de Peransúrez, llegó hasta ellos con abundantes provisiones su
hermano, GASPAR RODRÍGUEZ DE CAMPORREDONDO. Como sabemos, a Peránsurez lo
mataron los piratas 4 años después. Tras otros dos años, le llegó también su
hora de forma trágica a Gaspar. En
cuanto se estableció en Lima el Virrey Blasco Ñúñez Vela, empezó la rebelión de
Gonzalo Pizarro, y le nombró a Gaspar como uno de sus principales capitanes,
quien no tardó en ver que era una insensatez, y le mando recado al virrey pidiendo
para él y otros muchos implicados el perdón. Les fue concedido, pero, en el
camino, interceptó Gonzalo los documentos oficiales y ejecutó a todos los indultados,
menos, de momento, a Gaspar. El cronista Inca Garcilaso de la Vega, que conoció
a algunos de ellos, explica lo que ocurrió: “Gaspar Rodríguez estaba en el
mismo campo por capitán de casi 200 piqueros, y, por ser persona tan principal
y rico y bien quisto (querido), no
osaron ejecutarlo públicamente. Entonces Gonzalo Pizarro llamó a sus capitanes
diciendo que les quería comunicar ciertos despachos que había recibido de Lima.
Cuando vinieron todos, y entre ellos Gaspar Rodríguez, Gonzalo Pizarro se salió
de la tienda, que estaba cercada, fingiendo que iba a otro negocio. Quedando
todos los capitanes juntos, llegó (el
terrible) Francisco de Carvajal, y, con disimulación, le puso la mano en la
guarnición de la espada a Gaspar Rodríguez, se la sacó de la vaina, y le dijo
que se confesase con un clérigo que allí estaba porque había de morir. Y,
aunque Gaspar Rodríguez se ofreció a dar grandes disculpas, ninguna cosa aprovechó,
y así le cortaron la cabeza”. Ocurrió a finales de 1544.
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