(934) Hubo un indio que se dio cuenta de
que tomarle el pelo a los españoles era muy peligroso: "Por lo cual,
temiendo la muerte, se ofreció a guiarlos fielmente y, sacándolos de los malos
pasos por donde iban, los puso en un camino limpio, llano y ancho, apartado de
la ciénaga. Y habiendo caminado por él cuatro leguas, volvieron sobre la
ciénaga, donde hallaron un paso que estaba limpio de cieno, salvo en medio del
canal, que por espacio de cien pasos no se podía vadear, donde los indios
tenían hecho un mal puente de dos grandes árboles caídos en el agua. Por este
mismo paso, diez años antes, pasó Pánfilo de Narváez con su ejército
desdichado. El
gobernador mandó a los dos cubanos mestizos, que habían por nombre Pedro Morón
y Diego de Oliva, grandísimos nadadores, que cortasen unas ramas que
atravesaban el puente para poder pasar con comodidad por él. Los dos soldados pusieron
por obra lo que se les mandó, pero vieron salir en canoas indios, desde las aneas
y juncos que hay en las riberas de aquella ciénaga, con intención de tirarles
flechas. Los mestizos se echaron al agua, y, a zambullidas, salieron donde los
suyos estaban, heridos ligeramente, pues, por haber sido debajo del agua, no
penetraron mucho las flechas. Después los indios se retiraron, y Los españoles prepararon
el puente sin recibir más molestias, hallando otro a corta distancia, y muy
bueno para los caballos".
Los españoles estaban contentos, pero
hambrientos, porque habían llevado poca comida. Hernando de Soto le envió un
mensajero a Luis de Moscoso para que les alcanzara con el ejército, y enviara
por delante alimentos para recuperar sus fuerzas. Le tocó ser el mensajero a Gonzalo
Silvestre, poniendo el cronista en este caso de relieve su protagonismo (al fin
y al cabo, era su principal fuente de información): "En presencia de
todos, le dijo a Silvestre: 'A vos os cupo en suerte el mejor caballo de todo
nuestro ejército, y va a ser para mayor trabajo vuestro, porque os hemos de
encomendar los lances más dificultosos. Conviene que volváis esta noche al real
y digáis a Luis de Moscoso que camine luego con toda la gente en nuestro
seguimiento, y que os despache enseguida con dos cargas de bizcocho y queso, pues
padecemos necesidad de comida. Espero que estéis de vuelta mañana en la noche, y,
aunque el camino os parezca largo y dificultoso y el tiempo breve, yo sé a
quién encomiendo este trabajo. Para que no vayáis solo, tomad el compañero que
mejor os pareciere, y os conviene llegar al real antes de que amanezca, para
que no os maten los indios si os ven de día sin haber pasado las ciénagas'.
(Imagen) En esta imagen veremos que el excepcional PEDRO MENÉNDEZ DE AVILÉS también triunfó donde nadie lo había hecho, La Florida. Como primer objetivo, Felipe II le había confiado una misión implacable: habían llegado a aquella zona, jurídicamente del imperio español, unos colonos intrusos, doblemente odiosos para el monarca porque, además, eran protestantes hugonotes llegados de Francia, donde eran perseguidos por los católicos. La orden era ejecutarlos sin piedad como aviso a navegantes (nunca mejor dicho). Pedro partió de Cádiz en julio de 1565, con el fin de adelantarse al corsario francés Ribault, que iba en ayuda de los colones. El resto de la armada de Pedro (que en total llevaba unas 2.600 personas) salió más tarde desde el Cantábrico. Pedro llegó a La Florida en agosto de 1565, después de sufrir un tremendo temporal. El día de San Agustín encontraron un lugar apto como puerto, al que le pusieron el nombre del santo (más tarde fundarían allí la ciudad). No tardaron en descubrir que, en la desembocadura del río San Juan, estaban anclados cuatro galeones de piratas franceses, que huyeron al verlos llegar. A corta distancia, los hugonotes se habían asentado en lo que llamaron Fort Caroline. Los barcos franceses volvieron con intención de abordar a los españoles, pero el mal tiempo lo impidió, por lo que Pedro, sospechando que se habían refugiado en el fuerte, decidió atacarlos yendo por tierra. Y ocurrió la tragedia, porque los enfrentamientos entre piratas y españoles eran siempre mortíferos. Pedro, con 500 soldados, y tras cuatro días de agotadora marcha, apresó a los desprevenidos soldados de guardia, y se apoderó del fuerte. El alcaide y 60 hugonotes escaparon, y los hombres de Menéndez de Avilés degollaron a unos 140 de los 'herejes', aunque respetaron las vidas de mujeres y niños, así como las de quienes se declararon católicos, que serían unos setenta. Enterado Pedro por los indios de que piratas huidos habían naufragado, consiguió encontrarlos en la costa, y, aplicándoles la propia ley de la piratería, no hubo perdón para ninguno, excepto para quienes aseguraron ser católicos. Pudieron huir unos ciento cincuenta, pero, al parecer, murieron todos a manos de los indios. El lugar quedó (y así sigue) con el nombre de Bahía de Matanzas. (Continuaremos en la próxima imagen).
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