(937) También Luis de Moscoso pudo unirse
con su tropa, y sin problemas, a los que iban con Hernando de Soto, ya que
ningún indio les atacó. Luego llegaron todos a un territorio llamado Acuera,
cuyo cacique tenía el mismo nombre, el cual demostró ser enormemente bravo y
orgulloso. Soto siempre utilizaba, de entrada, muchas sutilezas diplomáticas,
dando prioridad a evitar la guerra. Le envió al cacique unos indios con
mensajes de paz, pero siempre adobados con la cantinela de que no querían
hacerles ningún daño, sino solamente que aceptaran el dominio del gran
emperador cristiano. La contestación de Acuera fue contundente, soberbia y
amenazante: "El cacique respondió
descomedidamente diciendo que ya por otros castellanos (los de Narváez),
que años antes habían ido a aquella tierra, sabía que acostumbraban a robar y
matar, por lo que, con gente tal, en ninguna manera quería amistad ni paz, sino
guerra mortal y perpetua; y que, aunque fuesen
tan valientes como ellos se jactaban, no les tenía temor alguno. Dijo también
que les prometía hacerles la guerra todo el tiempo que en su provincia estuviesen,
pero no en batalla campal, sino con emboscadas, para lo cual había ordenado a los suyos que le llevasen
cada semana dos cabezas de cristianos, y no más, que con ellas se contentaba. Y
a lo que decían de dar la obediencia al rey de España, respondía que él era rey
en su tierra y que no tenía necesidad de hacerse vasallo de otro. El
gobernador, oída la respuesta del indio, se admiró de ver que con tanta
soberbia y altivez de ánimo acertase un bárbaro a decir cosas semejantes. Por
lo cual, de allí adelante, procuró con más instancia atraerle a su amistad,
enviándole muchos recados de palabras amorosas y comedidas".
Pero el cacique no se dejaba manipular,
sino que empezó a hacer lo prometido: "En esta provincia estuvo el
ejército veinte días, reponiéndose de los trabajos padecidos y preparando las
cosas necesarias para pasar adelante. Los indios en aquellos veinte días no
descuidaron, sino que, por el contrario ario, para cumplir con las fieras
amenazas que su curaca había hecho a los castellanos, andaban tan solícitos y
astutos, que si algún español se apartaba cien pasos del campamento, lo flechasen y degollaban, y, por prisa que sus
compañeros se dieran para socorrerlos, los hallaban sin cabezas, pues se las
llevaban los indios para presentárselas al cacique como él les tenía mandado.
Los cristianos
enterraban los cuerpos muertos donde los hallaban. Los indios volvían la noche
siguiente y los desenterraban, y hacían tasajos, y los colgaban por los árboles,
donde los españoles pudiesen verlos. Con las cuales cosas cumplían bien lo que
su cacique les había mandado, pues le llevaron catorce cabezas en toda la
temporada que los españoles estuvieron en su tierra, sin contar a los que
hirieron, que fueron muchos más. Salían a hacer estos saltos tan a su salvo y
tan cerca de las guaridas, que eran los montes, que muy libremente se volvían a
ellos dejando hecho el daño que podían, sin perder lance que se les ofreciese. Haciéndose
realidad las palabras que los indios que hallaron les decían a grandes voces: 'Pasad
adelante, que en Acuera, y, más allá, en Apalache, os tratarán como os
merecéis, pues a todos os pondrán, hechos cuartos y tasajos, en los árboles
mayores'. Los españoles, por mucho que lo procuraron, no pudieron matar más de cincuenta
indios". Vaya panorama. Todo apunta a que los indígenas norteamericanos
eran más bravos que los del sur. Y eso que aún no montaban a caballo.
(NOTA) Por una sola vez, y porque viene a
cuento para entender que, entre la fracasada expedición de Hernando de Soto y
la de Pedro Menéndez de Avilés, hubo otra, también fracasada, me voy a tomar la
licencia de repetir una imagen que ya publiqué, la correspondiente al número 876.
(Imagen) Hablemos de alguien bajo cuyo mando (en Nuevo México y en Florida) estuvo
el recién mencionado Pedro Hernández el Leal: TRISTÁN DE LUNA Y ARELLANO. Fue uno más de los conquistadores a los que todo se les volvió en contra. Nació
el año 1514 en Borobia (Soria), en una familia de noble linaje. Llegó a México
en 1530, acompañado por Hernán Cortés (que regresaba de su primer viaje a
España) y su segunda mujer, Juana de Zúñiga, prima de Tristán, cuyo mejor
amigo, Luis de Castilla Osorio, también iba en el barco. Retornó a España, pero
volvió a México el año 1535, esta vez junto al virrey Antonio de Mendoza,
también primo suyo. Unos años después, se incorporó, como Pedro el Leal, a la
gran aventura de Coronado por tierras de Nuevo México, en busca de las Siete
Ciudades de Cíbola, con fama de poseer fantásticas riquezas de oro. Volvieron
el año 1542 con el mito hecho trizas, pero lograron grandes descubrimientos
geográficos, como el del Cañón del Colorado. Tristán consiguió, por su valía,
ser nombrado teniente general, pero regresó gravemente herido, enfermo y
arruinado, siendo acogido por su fiel amigo Luis de Castilla. El año 1545 se
casó en Oaxaca (México) con Isabel de Rojas, rica viuda y heredera de dos
maridos, con la que tuvo dos hijos. Dos años después, al fallecer en España
Hernán Cortés, Tristán le sucedió temporalmente como gobernador de México.
Desde la muerte del gran Hernando De
Soto el año 1542, las tierras de La Florida habían quedado olvidadas, pero el año
1558 Felipe II quiso controlar aquella zona para impedir la llegada de molestos
europeos. El virrey Luis de Velasco le adjudicó la tarea a TRISTÁN DE LUNA Y
ARELLANO, ya viudo, encargándole que fundara alguna población y se asentara en
la costa atlántica. Hacia allá partió (también iba Pedro el Leal) con una
impresionante expedición de unos 500 soldados y 1.000 colonos. El viaje fue un
infierno que duró dos años: los huracanes y la hambruna diezmaron a los
aventureros. Tuvieron que dar la vuelta, quedando Tristán arruinado, inválido y
sometido a los malos informes de algunos acompañantes, por lo que fue
destituido y enviado a España, donde, al menos, le compensaron sus enormes
pérdidas económicas. Decidió volver a México, y allí fue nuevamente acogido por
Luis de Castilla Osorio (qué gran amigo…), terminando sus días el año 1573. Por
fin, pudo descansar.
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