(944) Los novecientos indios que se habían
refugiado metiéndose en la la laguna pequeña se negaban a salir de ella, pero,
a medida que pasaba el tiempo, la situación les resultaba insoportable por
estar dentro del agua. Llegó el momento en que, tras los constantes mensajes de
perdón que les enviaban los españoles, se entregaron casi en su totalidad. Sin
embargo siguieron aguantando en aquel lugar siete indios, cuatro de ellos
líderes del su ejército, y, los otros tres, hijos de notables de la tribu,
todos ellos reacios a rendirse por sentido del honor y del deber, lo que
causaba gran admiración a los españoles, dato que Inca Garcilaso recoge con
emoción, simpatizando con ellos como mestizo. Llegó el momento en el que los
siete hicieron caso a las amables peticiones de los españoles, y decidieron
entregarse, aunque casi moribundos: "Dos días los tuvo el gobernador
consigo haciéndoles todo regalo y caricia, sentándolos a comer a su mesa.
Pasados los dos días, les dio a los tres muchachos regalos para sus padres y
madres, y los envió a sus casas mandándoles que les dijesen cuán buen amigo les
había sido y que también lo sería de ellos, si quisiesen su amistad. El gobernador mandó retener
en prisión a los cuatro capitanes juntamente con su cacique, Vitachuco. Al día
siguiente mandó llamar a los cinco y, con graves palabras, les dijo cuán mal
hecho había sido que, debajo de paz y amistad, hubiesen tratado de matar a los
castellanos sin haberles hecho agravio alguno, por lo cual eran dignos de muerte
ejemplar, pero que, por mostrar a los naturales de todo aquel gran reino que no
quería vengarse de sus injurias sino tener paz y amistad con todos, les
perdonaba el delito pasado, con tal de que en lo por venir fuesen buenos
amigos. Y, aparte, le dijo al cacique otras muchas cosas con palabras muy
amorosas para mitigarle el odio y rencor que a los cristianos tenía. Pero, en Vitachuco,
ciego de pasión, no solamente no hicieron buen efecto las muchas cosas que con
muestra de amor el gobernador le hizo y dijo, sino que no paró hasta ver su propia
destrucción y la de sus vasallos, como adelante veremos".
Sin embargo, Hernando de Soto no dejó, de
momento, libres a los otros que habían permanecido huidos: "Los indios que
salieron rendidos de la laguna pequeña, que fueron más de novecientos, habían
quedado por orden del gobernador presos y repartidos entre los castellanos para
que de ellos se sirviesen como de siervos, en castigo por la traición que
habían cometido. Lo cual se hizo solamente para poner freno a los indios de la
comarca, pero con el propósito de darles libertad cuando los españoles saliesen
de su provincia". Parece ser que Vitachuco, que no abandonaba la idea de
acabar con los españoles, se enardeció aún más al conocer el apresamiento de
todos aquellos indios, y, ciego de ira, tomó la decisión de llevarlo a cabo de
inmediato. Contaba con que un número tan elevado de indios apresados sería
suficiente para conseguir aplastarlos: "De esta determinación tan
acelerada y desatinada dio cuenta Vitachuco por medio de sus cuatro pajes, y mandó
a los presos más principales que, tres días después, al mediodía, estuviesen los
indios preparados para matar cada uno de ellos al español que le hubiese tocado
en suerte como señor, pues a la misma hora él mataría al gobernador. Para
empezar el hecho, él daría, cuando matase al gobernador, un grito tan recio,
que se oiría en todo el pueblo".
(Imagen) ALONSO DE SANTA CRUZ se sentía
atraído por todo tipo de investigaciones. Se atrevió también a tocar el campo
de la Historia, escribiendo en 1542 lo que llamó Crónica de los Reyes
Católicos, e, incluso, cambiando de asunto, el libro Árboles de los linajes,
completando después el tema histórico con una
Crónica del emperador Carlos V. Se atrevía con todo, y dio su
técnico parecer sobre el conflicto de límites que había entre España y Portugal
en las zona de Las Molucas. Sus trabajos
más conocidos son un Islario general, una Geografía universal y
unas Instrucciones para descubridores, en las que aconsejaba que las
expediciones fueran totalmente controladas y financiadas por la Corona, para
evitar abusos de los particulares en beneficio propio y con perjuicio para los
indios, a lo que añadía normas para que navegantes y conquistadores tomaran el
mayor número posible de datos científicos y sociales. Su pasión era trabajar
sin descanso en los temas que le interesaban, sin preocuparse de su publicación
inmediata, confiando quizá en que, siendo de todos conocida su valía, alguien
se ocupara después de hacerlo. Y, de hecho, así fue. Al morir él en Madrid, el año 1567,
fue una sorpresa encontrar la inmensa obra que había llevado a cabo. Se hizo
entonces un cuidadoso inventario de sus trabajos, que incluía, entre otras
innumerables cosas, mapas y estudios de todos los continentes, y se dejaron en
las buenas manos de Juan López de Velasco, un famoso cosmógrafo de Felipe II. Estaba
también el mapa que realizó en pergamino de la ciudad de Tenochtitlán (México),
el cual vemos en la imagen, y una larga lista de otros documentos que
desbordarían el espacio que tenemos. Carlos V lo había nombrado su Cosmógrafo
Mayor, y disfrutaba con sus sabias explicaciones. El año 1537, el gran
científico, hablando en tercera persona, escribió lo siguiente: "A Su
Majestad, como estaba enfermo de gota, le gustaba platicar con Alonso de Santa
Cruz, su cosmógrafo mayor, sobre cosas de astronomía y de la esfera de la
tierra, y le preguntaba sobre temas de filosofía natural y de los movimientos
de los astros, deseando mucho saberlo todo". Sin duda, ALONSO DE SANTA
CRUZ tuvo un vida plena, a pesar de que,
probablemente, no llegara a casarse, pues dejó toda su herencia a una hermana
suya.
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