(924) Aquellos hombres de acción
siempre tropezaban con sorpresas, y
Hernando de Soto va a tener una visita muy desagradable: "Cuando el
gobernador andaba ya cerca de embarcarse para ir a su conquista, entró en el
puerto otra nao que venía de Nombre de Dios, la cual, al parecer, llegó contra
toda su voluntad, forzada por un mal temporal, pues anduvo cuatro o cinco días luchando
contra el viento, y la vieron llegar a la boca del puerto tres veces y volverse
a meter en alta mar, como evitando la entrada en el puerto. Pero no pudieron
resistir a la furia de la tormenta, aunque el principal pasajero que en ella
venía había hecho grandes promesas a los marineros para que no entrasen. Para entenderlo,
hay que recordar que, como ya dijimos, cuando Hernando de Soto salió del Perú
para venir a España, dejó establecida una sociedad con un Hernán Ponce (parece
como si el cronista quisiera quitarle importancia al conocido conquistador
Hernán Ponce de León), de manera que se repartiesen ambos lo que los dos
durante su vida ganasen o perdiesen, así en los repartimientos de indios que Su
Majestad les diese como en las demás cosas de honra y provecho que pudiesen
haber. Porque la intención de Hernando de Soto cuando salió de Perú fue volver
allí para gozar del premio que por los servicios hechos en la conquista de ella
había merecido, aunque después, como estamos viendo, decidió ir a La Florida. Hernán
Ponce, después de la venida de Hernando de Soto a España, tuvo en el Perú un
repartimiento de indios muy rico (merced que el marqués don Francisco Pizarro
en nombre de Su Majestad le hizo), los cuales le dieron mucho oro y plata y
piedras preciosas, con lo cual, y con la cobranza de algunas deudas que
Hernando de Soto le dejó, venía a España muy próspero de dinero. Y, como
supiese que Hernando de Soto estaba en La Habana con tanto aparato de gente y
navíos para ir a la Florida, quiso pasar de largo sin parar en ella, por no repartir
con él lo que llevaba. Y esta era la causa de haber intentado tanto no entrar en
el puerto".
Al saber Hernando de Soto que había
entrado en el puerto Hernán Ponce, envió a uno de sus hombres para que le diera
la bienvenida y le transmitiera sus deseos de verlo y de ayudarle en lo que le
hiciera falta. El cronista va a terciar en el asunto dejando claro que el que
tenía mala conciencia era Ponce, pues se resistía a bajar a tierra a pesar de
los deseos de Soto, quien se dio cuenta de que su socio ocultaba alguna mala
intención: "Al adivinar que algo le
pasaba, Hernando de Soto mandó con mucho secreto poner guardas por mar y por
tierra, para que con todo cuidado velasen la noche siguiente y viesen lo que
hacía Hernán Ponce. El
cual, no fiándose de la cortesía de su compañero ni aconsejándose de nadie más
que de su avaricia, decidió esconder en tierra una gran partida de oro y
piedras preciosas que traía, cuyo valor superaba los cuarenta mil pesos de oro,
para recogerlo todo cuando pasara el conflicto que esperaba tener con Hernando
de Soto. Mandó sacarlo del navío a media noche, pero los centinelas que velaban,
cuando vieron la gente en tierra, arremetieron con ellos, los cuales,
desamparando el tesoro, huyeron al barco. Unos acertaron a subir a él y otros
se echaron al agua por no ser muertos o presos".
(Imagen) Hay muchas lagunas sobre los
orígenes y las andanzas de HERNÁN PONCE DE LEÓN. Estuvo batallando contra los
indios en Nicaragua (de cuyo cabildo fue regidor), bajo las órdenes del brutal
Pedrarias Dávila, con quien es muy probable que llegara a las Indias el año
1514, como había hecho Hernando de Soto. Todo aquello fue el origen de una
amistad tan especial entre los dos, que coincidieron también en el deseo de enriquecerse
comercialmente, y se hicieron socios en un negocio indigno (aunque aceptable en
aquel tiempo), el de tráfico de esclavos. Buscaban la riqueza y la gloria, y
eran insaciables: querían mayor prosperidad, y fueron juntos con su nave hacia
Perú, atraídos por las prometedoras noticias sobre el nuevo imperio encontrado
por Francisco Pizarro, a quien conocían bien. Acertaron a la primera, pues
llegaron a tiempo de participar en el apresamiento de Atahualpa (jugándose la
vida), y obtuvieron la recompensa de un excepcional botín. Todo eso no impidió
que decidieran continuar siendo socios a partes iguales en todas las ganancias
o pérdidas futuras. La valentía de HERNÁN PONCE DE LEÓN se puso de manifiesto en
1535, tras llevar los españoles nueve meses cercados en el Cuzco por los indios.
El desánimo era general, y cogía fuerza la idea de abandonar la ciudad; pero
renunciaron a hacerlo por la firme actitud de Ponce de León, quien les animó a
resistir aunque les fuera la vida en ello (como le ocurrió después a Juan
Pizarro, el menos conocido de los hermanos). Ponce de León y Soto se vieron
después envueltos en las peligrosas desavenencias entre Diego de Almagro y los
hermanos Pizarro. Trataron de no inmiscuirse en los conflictos, especialmente
Hernando de Soto, pero esa actitud era mal vista por todos. El que tuvo un
comportamiento más oscilante fue Hernán Ponce de León. Tan pronto parecía
pizarrista como almagrista, pero da la sensación de que era apreciado en los
dos bandos, lo que explicaría que lo aceptaran como intermediario en varias
ocasiones. Ambos estaban hartos de aquellas rivalidades, pero fue Hernando de Soto
el que decidió irse a España en 1535, mientras Hernán Ponce de León siguió
zarandeado por los enfrentamientos de Pizarro y Almagro. Y, así como ellos, que
eran socios mal avenidos, se volverán a encontrar Soto y Ponce en La Habana,
cuatro años más tarde, convertidos igualmente en socios mal avenidos.
(Seguiremos en la próxima imagen).
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