sábado, 13 de febrero de 2021

(Día 1343) Se despidieron afectuosamente Mucozo y Hernando de Soto, quien fue al encuentro del esquivo cacique Urribarracuxi, teniendo de por medio el obstáculo de una gran laguna.

 

     (933) Dejando todo controlado, Hernando de Soto se puso en marcha con sus hombres. Era este el verdadero inicio de la expedición, con un principal empeño: avanzar sin descanso. Llegaron de nuevo al pueblo del cacique Mucozo, y el cronista insiste en el gran afecto que cogió a los españoles. Lo ensalza sobremanera, y uno se queda con la duda de si tan bonita relación no se deteriorará más adelante. Hernando de Soto, que tenía que seguir su marcha, le agradeció sinceramente lo bien que les había tratado con anterioridad: "Mucozo le respondió que no sabría decir cuál había sido mayor, o el contento de haberle conocido y recibido por señor, o el dolor de verle partir sin poder seguirle, y que le suplicaba por última merced que se acordase de él". Los españoles se dirigían hacia el poblado del cacique Urribarracuxi, que, según el cronista, quedaba al nordeste. Pero, al facilitar el dato, dando pruebas de su empeño en ser preciso, nos avisa de una dificultad que va a tener para serlo siempre: "En este rumbo, y en todos los demás, no me culpen los lectores  si otra cosa resultase después, ya que, aunque hice todas las diligencias necesarias para poderlos escribir con certidumbre, no me fue posible alcanzarla, porque  el primer deseo que estos castellanos llevaban era conquistar aquella tierra y buscar oro y plata, por lo cual no se fijaban lo suficiente en cosas que les importaban menos".

     Urribarracuxi no era tan confiado como Mucozo: "Llegado el gobernador al pueblo de Urribarracuxi, donde el capitán Baltasar de Gallegos le esperaba, envió mensajeros al cacique, que estaba retirado en los montes, ofreciéndole su amistad; pero ninguna diligencia sirvió para que saliese de paz. Visto lo cual, el gobernador envió corredores por tres partes, para descubrir algún paso a la ciénaga que estaba a tres leguas del pueblo (y en la que estuvo a punto de morir Vasco Porcallo). La cual era grande y muy dificultosa de pasar por ser de una legua de ancho y tener mucho cieno (barro blando) y muy hondo a las orillas. Los dos tercios a una parte y otra de la ciénaga eran de cieno, y la otra tercia parte, en medio, de agua tan honda que no se podía vadear. Pero, al cabo de ocho días, volvieron los descubridores con la noticia de  haber hallado un paso muy bueno. Entonces salieron del pueblo el gobernador y toda su gente, llegaron en dos días al paso de la ciénaga y la pasaron con facilidad".

     Pero se complicaron las cosas. Vieron que, además de la gran ciénaga, había otras que les impedían el paso. Hernando de Soto, hombre de acción, decidió solucionar personalmente el problema: "Volvió a pasar la ciénaga a esta otra parte con cien caballos y cien soldados que fuesen con él, dejó el resto del ejército donde estaba con el maese de campo (Luis de Moscoso) y caminó tres días la ciénaga por un lado de ella, enviando a trechos descubridores. En esos tres días nunca faltaron indios que, saliendo del monte, sobresaltaban  a los españoles tirándoles flechas y huían después. Mas algunos quedaban burlados, muertos o presos. Los presos, por librarse de las molestias que les daban los españoles preguntándoles por el camino y paso de la ciénaga, se ofrecían a guiarlos, y, como eran enemigos, los guiaban y metían en pasos dificultosos y en partes donde había indios emboscados que salían a flechear a los cristianos. A estos tales, que fueron cuatro, si les descubrían su malicia, les echaban  los perros y los mataban".

 

     (Imagen) PEDRO MENÉNDEZ DE AVILÉS nació en Avilés (Asturias) en 1519. Una prueba de su carácter la da el hecho de que, teniendo unos nueve años, su madre se volvió a casar y Pedro se escapó de casa para vivir con otros familiares. Con dieciséis años, comenzó su vida marinera en un barco que perseguía a piratas franceses. Volvió dos años más tarde a Avilés y le concertaron (de cara al futuro) un matrimonio con una niña de diez años llamada Ana María de Solís. Estuvo hasta los treinta años actuando como corsario por su cuenta. Luego el Rey le confió la misión de perseguir al temible pirata francés Jean Alphonse Saintonge, que había apresado 18 embarcaciones españolas, llevándolas al puerto de La Rochelle. El hábil y valeroso Pedro llegó hasta allá, recuperó cinco naves y asaltó la capitana de Saintonge, al que hirió tan malamente, que murió pronto. Después de tal proeza, fue encargado en 1548 de hostigar a los barcos piratas que navegaran por el Cantábrico. Con un prestigio en aumento, se le envió a las Indias para llevar a cabo la misma misión. El año 1554 capitaneó la armada de 150 barcos en la que iba Felipe II para casarse con María Tudor, la reina de Inglaterra. En 1555 fue al mando de la gran flota en la que llegó a las Indias el virrey de Perú Andrés Hurtado de Mendoza. Después le encargó Carlos V escoltar unos barcos que traían numerosas riquezas para la Hacienda Real, logrando que llegaran a España sin daños de los piratas, a pesar de que contaba con pocas naves para su defensa. Carlos V valoró mucho su eficacia, aunque los funcionarios de la Casa de Contratación de Indias de Sevilla tomaron muy a mal que el emperador le hubiese confiado esa misión. Con el tiempo, llegaron a apresarlo con fuertes acusaciones, pero en España quedó libre de toda culpa. En 1556 fue nombrado Capitán General de toda la armada de Las Indias, y un año después fue vital su llegada con efectivos para la batalla de San Quintín. En 1565 empezó su aventura hacia La Florida. En principio, le motivó  el hecho de pensar que un hijo suyo estaría preso de los corsarios en aquella zona, y la autorización de Felipe II para ir en su busca llevó anexo el compromiso de que PEDRO MENÉNDEZ DE AVILÉS se comprometiera a hacer exploraciones por aquellas tierras y las conquistara. Y así empezó (como veremos en la próxima imagen) la odisea de coger la antorcha de manos del gran Hernando de Soto (aunque no hay que olvidar el fracaso posterior de Tristán de Luna y Arellano), para terminar el trabajo que él no pudo concluir por haber muerto el año 1542.




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