(933) Dejando todo controlado, Hernando de
Soto se puso en marcha con sus hombres. Era este el verdadero inicio de la
expedición, con un principal empeño: avanzar sin descanso. Llegaron de nuevo al
pueblo del cacique Mucozo, y el cronista insiste en el gran afecto que cogió a
los españoles. Lo ensalza sobremanera, y uno se queda con la duda de si tan
bonita relación no se deteriorará más adelante. Hernando de Soto, que tenía que
seguir su marcha, le agradeció sinceramente lo bien que les había tratado con
anterioridad: "Mucozo le respondió que no sabría decir cuál había sido
mayor, o el contento de haberle conocido y recibido por señor, o el dolor de
verle partir sin poder seguirle, y que le suplicaba por última merced que se
acordase de él". Los españoles se dirigían hacia el poblado del cacique Urribarracuxi,
que, según el cronista, quedaba al nordeste. Pero, al facilitar el dato, dando
pruebas de su empeño en ser preciso, nos avisa de una dificultad que va a tener
para serlo siempre: "En este rumbo, y en todos los demás, no me culpen los
lectores si otra cosa resultase después,
ya que, aunque hice todas las diligencias necesarias para poderlos escribir con
certidumbre, no me fue posible alcanzarla, porque el primer deseo que estos castellanos
llevaban era conquistar aquella tierra y buscar oro y plata, por lo cual no se
fijaban lo suficiente en cosas que les importaban menos".
Urribarracuxi no era tan confiado como
Mucozo: "Llegado el gobernador al pueblo de Urribarracuxi, donde el
capitán Baltasar de Gallegos le esperaba, envió mensajeros al cacique, que
estaba retirado en los montes, ofreciéndole su amistad; pero ninguna diligencia
sirvió para que saliese de paz. Visto lo cual, el gobernador envió corredores
por tres partes, para descubrir algún paso a la ciénaga que estaba a tres
leguas del pueblo (y en la que estuvo a punto de morir Vasco Porcallo).
La cual era grande y muy dificultosa de pasar por ser de una legua de ancho y
tener mucho cieno (barro blando) y muy hondo a las orillas. Los dos tercios
a una parte y otra de la ciénaga eran de cieno, y la otra tercia parte, en
medio, de agua tan honda que no se podía vadear. Pero, al cabo de ocho días,
volvieron los descubridores con la noticia de haber hallado un paso muy bueno. Entonces salieron
del pueblo el gobernador y toda su gente, llegaron en dos días al paso de la
ciénaga y la pasaron con facilidad".
Pero se complicaron las cosas. Vieron que,
además de la gran ciénaga, había otras que les impedían el paso. Hernando de
Soto, hombre de acción, decidió solucionar personalmente el problema: "Volvió
a pasar la ciénaga a esta otra parte con cien caballos y cien soldados que
fuesen con él, dejó el resto del ejército donde estaba con el maese de campo (Luis
de Moscoso) y caminó tres días la ciénaga por un lado de ella, enviando a
trechos descubridores. En esos tres días nunca faltaron indios que, saliendo
del monte, sobresaltaban a los españoles
tirándoles flechas y huían después. Mas algunos quedaban burlados, muertos o
presos. Los presos, por librarse de las molestias que les daban los españoles
preguntándoles por el camino y paso de la ciénaga, se ofrecían a guiarlos, y,
como eran enemigos, los guiaban y metían en pasos dificultosos y en partes
donde había indios emboscados que salían a flechear a los cristianos. A estos
tales, que fueron cuatro, si les descubrían su malicia, les echaban los perros y los mataban".
(Imagen) PEDRO MENÉNDEZ DE AVILÉS nació en
Avilés (Asturias) en 1519. Una prueba de su carácter la da el hecho de que,
teniendo unos nueve años, su madre se volvió a casar y Pedro se escapó de casa
para vivir con otros familiares. Con dieciséis años, comenzó su vida marinera
en un barco que perseguía a piratas franceses. Volvió dos años más tarde a
Avilés y le concertaron (de cara al futuro) un matrimonio con una niña de diez
años llamada Ana María de Solís. Estuvo hasta los treinta años actuando como
corsario por su cuenta. Luego el Rey le confió la misión de perseguir al
temible pirata francés Jean Alphonse Saintonge, que había apresado 18
embarcaciones españolas, llevándolas al puerto de La Rochelle. El hábil y
valeroso Pedro llegó hasta allá, recuperó cinco naves y asaltó la capitana de
Saintonge, al que hirió tan malamente, que murió pronto. Después de tal proeza,
fue encargado en 1548 de hostigar a los barcos piratas que navegaran por el
Cantábrico. Con un prestigio en aumento, se le envió a las Indias para llevar a
cabo la misma misión. El año 1554 capitaneó la armada de 150 barcos en la que
iba Felipe II para casarse con María Tudor, la reina de Inglaterra. En 1555 fue
al mando de la gran flota en la que llegó a las Indias el virrey de Perú Andrés
Hurtado de Mendoza. Después le encargó Carlos V escoltar unos barcos que traían
numerosas riquezas para la Hacienda Real, logrando que llegaran a España sin
daños de los piratas, a pesar de que contaba con pocas naves para su defensa.
Carlos V valoró mucho su eficacia, aunque los funcionarios de la Casa de
Contratación de Indias de Sevilla tomaron muy a mal que el emperador le hubiese
confiado esa misión. Con el tiempo, llegaron a apresarlo con fuertes
acusaciones, pero en España quedó libre de toda culpa. En 1556 fue nombrado
Capitán General de toda la armada de Las Indias, y un año después fue vital su
llegada con efectivos para la batalla de San Quintín. En 1565 empezó su
aventura hacia La Florida. En principio, le motivó el hecho de pensar que un hijo suyo estaría
preso de los corsarios en aquella zona, y la autorización de Felipe II para ir
en su busca llevó anexo el compromiso de que PEDRO MENÉNDEZ DE AVILÉS se comprometiera
a hacer exploraciones por aquellas tierras y las conquistara. Y así empezó (como
veremos en la próxima imagen) la odisea de coger la antorcha de manos del gran
Hernando de Soto (aunque no hay que olvidar el fracaso posterior de Tristán de
Luna y Arellano), para terminar el trabajo que él no pudo concluir por haber
muerto el año 1542.
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