(923) De lo que cuenta Inca Garcilaso,
queda claro que la expedición pasó mucho tiempo en la Habana, porque Juan de Añasco
hizo dos viajes de inspección por la costa. El primero duró dos meses. Trajo
los datos que recogió y dos indios que había apresado, probablemente para
convertirlos en intérpretes e informantes. A Hernando de Soto le parecieron muy
interesantes sus observaciones, y le envió de nuevo a que continuara su
investigación: "Juan
de Añasco partió de nuevo y anduvo por la costa tres meses. De este viaje trajo
también dos indios, y el gobernador y todos los suyos recibieron mucho contento
por tener conocimiento de puertos donde ir a desembarcar. Con respecto a este
viaje, añade Alonso de Carmona que el capitán Juan de Añasco y sus compañeros
estuvieron dos meses parados en una isla despoblada donde no comían sino
pájaros bobos, que mataban con garrotes, y caracoles marinos, y que habían
corrido mucho peligro de ahogarse cuando volvieron a La Habana. Al bajar a
tierra, fueron todos de rodillas hasta la iglesia, donde les dijeran una misa,
y, cumplida su promesa, los recibieron muy bien recibidos el gobernador y todos
sus hombres, los cuales habían estado muy temerosos de que se hubiesen perdido
en la mar".
Hubo entonces un asunto que le preocupó a
Hernando de Soto: "Se enteró de que don Antonio de Mendoza, virrey de
México, iba a enviar gente a conquistar en la Florida, y, temiendo que hubiese
discordia entre unos y otros, como la hubo en México entre el marqués del
Valle, Hernán Cortés, y Pánfilo de Narváez, que en nombre del gobernador Diego
Velázquez había ido a tomarle cuenta de la gente armada que le había entregado,
y como la hubo en el Perú entre los adelantados don Diego de Almagro y don
Pedro de Alvarado a los principios de la conquista de aquel reino, le pareció
que convenía dar aviso al virrey de las provisiones que Su Majestad le había concedido,
para que lo supiese. Por ello, envió un soldado gallego llamado San Jorge,
hombre hábil y diligente para cualquier hecho, el cual fue a México y en breve
tiempo volvió con la respuesta. El virrey le decía a Hernando de Soto que
hiciese su conquista por donde la tenía trazada y no temiese que se encontrasen
los unos con los otros, porque él enviaba la gente a una parte muy lejana de la
que él tenía concedida, y que, además, estaba dispuesto a ayudarle en lo que
fuera necesario. Con esta respuesta quedó el gobernador satisfecho y muy
agradecido del ofrecimiento del virrey".
Faltando ya poco tiempo para ir a la
conquista, Hernando de Soto tomó algunas decisiones: "Nombró a doña Isabel
de Bobadilla, su mujer e hija del gobernador Pedro Arias de Ávila, gobernadora
de aquella gran isla, y como lugarteniente a un caballero noble llamado Juan de
Rojas, y, en la ciudad de Santiago dejó por teniente a otro caballero que tenía
por nombre Francisco de Guzmán. Los dos, antes de que el general llegara a esta
isla de Cuba, gobernaban ambas ciudades. Compró una muy hermosa nao llamada
Santa Ana, que acertó a venir entonces al puerto de La Habana. La cual había
llevado a la conquista del Río de la Plata el gobernador don Pedro de Zúñiga y
Mendoza, en la que fracasó y, volviéndose a España, murió de enfermedad en la
mar".
(Imagen) JUAN DE ROJAS E HINESTROSA, nacido
en Cuéllar (Segovia) hacia 1515, tuvo que ser un personaje muy notable en la
sociedad de La Habana, no solo por su valía personal, sino también por la de su
padre, MANUEL DE ROJAS Y CÓRDOBA, hermano, a su vez, de varios conquistadores
muy importantes, como el cabal Diego de Rojas, del que ya hablamos y a quien
tanto apreció Pedro de la Gasca. Como nos dice Inca Garcilaso, Hernando de
Soto, poco antes de partir de La Habana hacia La Florida, le confió a Juan de
Rojas el cargo de lugarteniente de Isabel de Bobadilla, su mujer, a la que
había nombrado, en su lugar, gobernadora de Cuba (y más tarde se convertirá en
asesor de ella). Ocupó diversos cargos públicos y trabajó como alto funcionario
de la Hacienda Real. A Juan de Rojas se
le suele confundir con un tío suyo, Juan de Rojas Manrique, del que se sabe que
fue el que le dio, el año 1519, a la bella ciudad de La Habana su definitivo
emplazamiento. La primera fundación (año 1514) fue cosa de Pánfilo de Narváez,
y es justo reconocérselo a alguien que sufrió tantos desastres, con muerte
incluida. Juan de Rojas se casó hacia 1546 con María Cepero, y lo hicieron en
Cuéllar, aunque el padre de ella era alcalde de La Habana. María tuvo después
la desgracia de morir en un accidente durante una fiesta que había organizado
en la capital cubana. Manuel de Rojas, padre de Juan, ocupó el puesto de
gobernador de Cuba cuando murió su titular, el gran Diego Velázquez de Cuéllar,
tío de su mujer, María Magdalena Velázquez de Cuéllar, al que había ayudado en
sus enfrentamientos con el astuto Hernán Cortés cuando se la jugó a Diego. Manuel
se ganó fama de hombre honrado, e incluso el juez Juan de Vadillo, hombre
difícil, le envió a la emperatriz Isabel (mujer de Carlos V) un informe muy
favorable sobre su persona. En 1543, pensando en mejorar su economía, se
trasladó a Perú, asociándose con su hermano Gabriel de Rojas. Ambos fueron
fieles a la Corona en las guerras civiles, pero, como vimos, Gabriel murió en
1548, probablemente de peritonitis. Pasado un tiempo, a MANUEL DE ROJAS le pudo
la nostalgia, y volvió a Cuéllar, donde la familia tenía un palacio (el de la
imagen), muriendo en su tierra natal el año 1561.
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