(925) Cuando sus hombres le llevaron a
Hernando de Soto el tesoro que Hernán Ponce quería ocultarle, se sintió muy
decepcionado por la traición de su, hasta entonces, socio, y les mandó que lo
guardaran hasta ver qué explicaciones daba. Por su parte Ponce, sobreponiéndose,
salió al día siguiente de su barco y fue a visitar a Soto: "Llegó con
mucha tristeza por haber perdido su tesoro, pero, disimulando su pena, y a
solas con el gobernador, hablaron muy largo de las cosas pasadas y presentes,
y, llegados al hecho de la noche precedente, Hernando de Soto se le quejó con
mucho sentimiento de la desconfianza que había tenido de su amistad al temer
que le quitase su hacienda, lo cual estaba muy lejos de su pensamiento.
Diciendo esto, mandó traer todo lo que la noche antes habían quitado a sus
marineros, y se lo entregó a Hernán Ponce. Para que viese que su deseo era no romper
la sociedad que tenían establecida, le dijo que todo lo que había gastado para
hacer aquella conquista de La Florida, y el habérsela pedido a Su Majestad,
había sido respetando ese convenio, para que la honra y provecho de la campaña
fuese de ambos, y que de esto podía certificarse de los testigos que allí
había, en cuya presencia había otorgado las escrituras para ello necesarias; y
que, si quería ir a aquella conquista, o sin ir a ella, le cedería a él
cualquier nombramiento que apeteciese entre los que Su Majestad le había dado".
Sigue el cronista explicando los hechos,
y, según su versión, el malo de la película es Hernán Ponce de León, quien,
además, preparó una farsa: "Se sintió incómodo ante la mucha cortesía del
gobernador y de la demasiada desconfianza suya, y, como no hallaba
explicaciones que lo disculparan, le suplicó a su señoría le perdonase el error
cometido y tuviese por bien que las escrituras de su compañía y hermandad, para
mayor publicidad de ella, se volviesen a renovar, que su señoría fuese muy
enhorabuena a la conquista y a él le dejase volver a España, y que, más adelante,
repartieran lo que hubiesen ganado. Y, en señal de que aceptaba por suya la
mitad de lo conquistado, le suplicaba que permitiese que doña Isabel de
Bobadilla, su mujer, recibiese diez mil pesos en oro y plata, como ayuda para
la campaña, puesto que, como socios, era de su señoría la mitad de todo lo que él
traía del Perú. El gobernador se alegró de hacer lo que Hernán Ponce le pedía,
y ambos renovaron las escrituras de su sociedad".
Pero en cuanto Hernando de Soto marchó de
Cuba, Hernán Ponce se vio fuera de peligro y mostró sus verdaderas intenciones:
"Presentó un
escrito ante Juan de Rojas, teniente de gobernador, diciendo haber dado a
Hernando de Soto diez mil pesos de oro sin debérselos, forzado por el temor de
que, como hombre poderoso, le quitase toda la hacienda que traía del Perú. Por
tanto, le requería que ordenase a doña Isabel de Bobadilla, mujer de Hernando
de Soto, que se los devolviese, pues a ella se los había entregado".
(Imagen) Inca Garcilaso ya no cuenta más
cosas de HERNÁN PONCE DE LEÓN, y deja el conflicto que tuvo con Hernando de
Soto en el aire. Lo último que dice es que Isabel de Bobadilla, tras partir
hacia Florida su marido, denunció a Ponce por reclamarle la devolución de los
10.000 ducados que le había entregado (hipócritamente) a Soto, aparentando
querer saldar una deuda (como socios que eran), ante lo cual, Hernando Ponce
salió pitando para España. Pero esto fue el principio de un culebrón. Ausente
su marido, Isabel ejerció como gobernadora de Cuba con gran acierto, y con
buenos asesores (ya vimos que uno de ellos era el mencionado Juan de Rojas).
Cuando le llegaron noticias de la muerte de Soto, tomó cuerpo el romántico
rumor de que subía a diario a la torreta de la fortaleza del puerto esperando
ver que su marido regresaba en un barco. Los cubanos dicen que la giraldilla
que hay allí (la de la imagen) representa a Isabel en ese trance. Pero Hernando
de Soto jamás volvió, y ella regresó a España el año 1544, donde, como generosa
mujer que era, dejó libre a una esclava para que pudiera volver a Cuba y
casarse. Hernán Ponce estaba en Sevilla, como regidor del cabildo, y sin duda ganando
dinero en el mercadeo del puerto. Se vio sometido a una demanda en la que le
acusaban de haberse quedado con 13.500 castellanos de oro que habían
pertenecido al difunto y trágico Diego de Almagro. En 1545, Ponce arremetió
judicialmente contra Isabel reclamándole la mitad de las ganancias obtenidas
por su difunto marido, alegando que eran socios. Lo cual era un comportamiento
cínico, ya que Ponce llevaba tiempo siendo un socio desleal. Aunque se dice que
Isabel murió en 1546, seguía pleiteando con Ponce en 1552, quien, por su parte,
falleció en 1561, año en que sus abogados reclamaron a los herederos las
minutas pendientes por este pleito, que, probablemente, perdió. Sobre el destino de la extraordinaria
ISABEL DE BOBADILLA, se sabe que aún vivía en 1555, y, al parecer, con
dificultades económicas, pues el Rey mandó a los jueces de la Audiencia
"que se enteraran e hicieran justicia, por petición de Doña Isabel de Bobadilla,
viuda del Adelantado Don Hernando de Soto, sobre la pública subasta que se hizo
de los bienes de su marido cuando murió en La Florida, porque ella está en gran
necesidad y no le fue pagada su dote y arras". Conquistador fracasado,
conquistador arruinado: 'Dura lex, sed lex'.
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