jueves, 4 de febrero de 2021

(Día 1335) Según el cronista, Hernando de Soto hizo cuanto pudo para conservar vigente la sociedad que tenía establecida con Hernán Ponce de León, quien fingió estar de acuerdo hasta que Soto partió para La Florida.

 

     (925) Cuando sus hombres le llevaron a Hernando de Soto el tesoro que Hernán Ponce quería ocultarle, se sintió muy decepcionado por la traición de su, hasta entonces, socio, y les mandó que lo guardaran hasta ver qué explicaciones daba. Por su parte Ponce, sobreponiéndose, salió al día siguiente de su barco y fue a visitar a Soto: "Llegó con mucha tristeza por haber perdido su tesoro, pero, disimulando su pena, y a solas con el gobernador, hablaron muy largo de las cosas pasadas y presentes, y, llegados al hecho de la noche precedente, Hernando de Soto se le quejó con mucho sentimiento de la desconfianza que había tenido de su amistad al temer que le quitase su hacienda, lo cual estaba muy lejos de su pensamiento. Diciendo esto, mandó traer todo lo que la noche antes habían quitado a sus marineros, y se lo entregó a Hernán Ponce. Para que viese que su deseo era no romper la sociedad que tenían establecida, le dijo que todo lo que había gastado para hacer aquella conquista de La Florida, y el habérsela pedido a Su Majestad, había sido respetando ese convenio, para que la honra y provecho de la campaña fuese de ambos, y que de esto podía certificarse de los testigos que allí había, en cuya presencia había otorgado las escrituras para ello necesarias; y que, si quería ir a aquella conquista, o sin ir a ella, le cedería a él cualquier nombramiento que apeteciese entre los que Su Majestad le había dado".

     Sigue el cronista explicando los hechos, y, según su versión, el malo de la película es Hernán Ponce de León, quien, además, preparó una farsa: "Se sintió incómodo ante la mucha cortesía del gobernador y de la demasiada desconfianza suya, y, como no hallaba explicaciones que lo disculparan, le suplicó a su señoría le perdonase el error cometido y tuviese por bien que las escrituras de su compañía y hermandad, para mayor publicidad de ella, se volviesen a renovar, que su señoría fuese muy enhorabuena a la conquista y a él le dejase volver a España, y que, más adelante, repartieran lo que hubiesen ganado. Y, en señal de que aceptaba por suya la mitad de lo conquistado, le suplicaba que permitiese que doña Isabel de Bobadilla, su mujer, recibiese diez mil pesos en oro y plata, como ayuda para la campaña, puesto que, como socios, era de su señoría la mitad de todo lo que él traía del Perú. El gobernador se alegró de hacer lo que Hernán Ponce le pedía, y ambos renovaron las escrituras de su sociedad".

     Pero en cuanto Hernando de Soto marchó de Cuba, Hernán Ponce se vio fuera de peligro y mostró sus verdaderas intenciones: "Presentó un escrito ante Juan de Rojas, teniente de gobernador, diciendo haber dado a Hernando de Soto diez mil pesos de oro sin debérselos, forzado por el temor de que, como hombre poderoso, le quitase toda la hacienda que traía del Perú. Por tanto, le requería que ordenase a doña Isabel de Bobadilla, mujer de Hernando de Soto, que se los devolviese, pues a ella se los había entregado".

 

     (Imagen) Inca Garcilaso ya no cuenta más cosas de HERNÁN PONCE DE LEÓN, y deja el conflicto que tuvo con Hernando de Soto en el aire. Lo último que dice es que Isabel de Bobadilla, tras partir hacia Florida su marido, denunció a Ponce por reclamarle la devolución de los 10.000 ducados que le había entregado (hipócritamente) a Soto, aparentando querer saldar una deuda (como socios que eran), ante lo cual, Hernando Ponce salió pitando para España. Pero esto fue el principio de un culebrón. Ausente su marido, Isabel ejerció como gobernadora de Cuba con gran acierto, y con buenos asesores (ya vimos que uno de ellos era el mencionado Juan de Rojas). Cuando le llegaron noticias de la muerte de Soto, tomó cuerpo el romántico rumor de que subía a diario a la torreta de la fortaleza del puerto esperando ver que su marido regresaba en un barco. Los cubanos dicen que la giraldilla que hay allí (la de la imagen) representa a Isabel en ese trance. Pero Hernando de Soto jamás volvió, y ella regresó a España el año 1544, donde, como generosa mujer que era, dejó libre a una esclava para que pudiera volver a Cuba y casarse. Hernán Ponce estaba en Sevilla, como regidor del cabildo, y sin duda ganando dinero en el mercadeo del puerto. Se vio sometido a una demanda en la que le acusaban de haberse quedado con 13.500 castellanos de oro que habían pertenecido al difunto y trágico Diego de Almagro. En 1545, Ponce arremetió judicialmente contra Isabel reclamándole la mitad de las ganancias obtenidas por su difunto marido, alegando que eran socios. Lo cual era un comportamiento cínico, ya que Ponce llevaba tiempo siendo un socio desleal. Aunque se dice que Isabel murió en 1546, seguía pleiteando con Ponce en 1552, quien, por su parte, falleció en 1561, año en que sus abogados reclamaron a los herederos las minutas pendientes por este pleito, que, probablemente,  perdió. Sobre el destino de la extraordinaria ISABEL DE BOBADILLA, se sabe que aún vivía en 1555, y, al parecer, con dificultades económicas, pues el Rey mandó a los jueces de la Audiencia "que se enteraran e hicieran justicia, por petición de Doña Isabel de Bobadilla, viuda del Adelantado Don Hernando de Soto, sobre la pública subasta que se hizo de los bienes de su marido cuando murió en La Florida, porque ella está en gran necesidad y no le fue pagada su dote y arras". Conquistador fracasado, conquistador arruinado: 'Dura lex, sed lex'.




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