(629) Inca Garcilaso se compadece del virrey, y después da algunos datos
de quienes acaban de aparecer en su
narración: "Ciertamente da mucha lástima que a un príncipe (el virrey),
elegido para gobernador de un imperio como el Perú, le causasen tantas
tribulaciones y angustias la mayoría de los suyos. El padre fray Gaspar de
Carvajal, de quien se ha hecho mención, fue aquel religioso que contradijo a
Francisco de Orellana cuando se rebeló contra Gonzalo Pizarro (sin embargo,
al Rey le pareció bien) en la expedición de la Canela (por el Amazonas),
y se quedó en la isla de la Trinidad (terminado el viaje), y de allí se
volvió a Perú, donde contaba largamente los trabajos que en aquel
descubrimiento vio y padeció. Al caballero Don Juan de Mendoza, de quien
asimismo he hecho mención, y al que conocí como vecino en el Cuzco, le ocurrió
una cosa extraña en México antes de que fuera al Perú con el famoso Don Pedro
de Alvarado. Jugando a las cañas en una fiesta solemne, como se suele hacer,
tiró una cañuela para mostrar su destreza, y, cuando ponía su fuerza para
arrojarla, el caballo paró de golpe, y él, que era muy alto de cuerpo, pero
flojo de piernas, y no tan buen jinete como presumía, salió por el pescuezo del
caballo adelante, quedándosele los pies en los estribos, y puso las manos en el
suelo para no dar en tierra con el rostro. Corrió peligro de perder la vida, de
no ser socorrido rápidamente por los circundantes, a muchos de los cuales oí
este cuento, y entre ellos estaba Garcilaso de la Vega, mi señor padre.
Pedóneseme la digresión sobre esto tan raro".
Por entonces volvieron a Lima el capitán Alonso de Montemayor y quienes
habían salido con él para unirse a los que
perseguían al padre Loaysa. Los oidores tomaron la decisión de detenerlos por
considerarlos amigos del virrey: "A ellos y a algunos capitanes del
virrey, los pusieron presos con los que habían venido del Cuzco (huyendo de
los de Gonzalo Pizarro). Viéndose tan maltratados, determinaron matar a los
oidores y soltar al virrey. El plan era disparar ciertos arcabuzazos, y que el
sargento Francisco de Aguirre, con cierta gente de la guardia del licenciado
Cepeda, lo matase. Se pondrían arcabuceros en las entradas de la plaza, por
donde forzosamente habían de acudir el
licenciado Tejada y el licenciado Álvarez a la casa de Cepeda al oír aquellos
disparos, y, entonces, los matarían, y luego pondrían la ciudad de Lima al
servicio del Rey".
Es significativo que ni siquiera mencione al licenciado Pedro Ortiz de
Zárate, también oidor de la Audiencia, lo que indica que para todos era
evidente su absoluta fidelidad al virrey. Pero el plan se fue a pique, como
suele ocurrir cuando hay muchos enterados: "Lo cual habría sido muy fácil
de hacer, si un vecino de Madrid, a quien se había dado parte del negocio, no
se lo descubriera al licenciado Cepeda una hora antes durante la noche en que
se había de efectuar. Cepeda, con gran presteza. ordenó prender a los
cabecillas del motín, que fueron Don Alonso de Montemayor, Pablo de Meneses, el
capitán Cáceres, Alonso de Barrionuevo y algunos criados del virrey. Condenaron
a muerte a Alonso de Barrionuevo, aunque luego lo dejaron en cortarle la mano
derecha, porque hallaron que había sido el promotor de la conspiración (todo
esto confirma lo que vimos no hace mucho en su expediente de méritos)".
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