(625) El virrey, consciente de que eran demasiados los que estaban en su
contra, "pues se habían aficionado a la empresa de Gonzalo Pizarro porque
había puesto su cabeza bajo el cuchillo por el bien común de todos",
decidió no salir a campo abierto con su tropa. Estaba tan desesperado, que
chapoteaba entre dudas, y eso iba a ser el detonante de su ruptura con los
oidores: "Fortificó la ciudad, y se proveyó de bastimentos por si durase
el cerco, pero, como cada día le llegaban noticias de la pujanza con que
Gonzalo Pizarro venía, y del ánimo cruel que los suyos llevaban, le pareció
mejor no esperarle en Lima, sino retirarse a Trujillo. Trató de despoblar y
desmantelar la ciudad de todo lo que pudiera ser de provecho para el enemigo, y
también de llevarse las provisiones y enviar a los indios de la costa tierra
adentro, para que Gonzalo Pizarro no tuviera indios de servicio, todo ello con
el fin de que se viera obligado a deshacer su ejército. Les comunicó estas
imaginaciones a los oidores, y ellos se las contradijeron abiertamente diciendo
que la Audiencia Real no podía salir de la ciudad, porque lo prohibía Su
Majestad, y que ellos no podían ir con él, ni permitirían que se dejase su casa
desamparada. Con esto, quedaron los oidores y el virrey declarados de bandos
contrarios, y, los vecinos, más inclinados a la parte de los oidores, porque se
oponían a que sus mujeres e hijas estuvieran en poder de marineros y soldados.
No obstante el virrey quiso poner en ejecución su plan de irse por la mar, y
que su hermano, Vela Núñez, fuese por tierra con los soldados. Mandó también a
Diego Álvarez Cueto (su cuñado) que llevase a la mar a los hijos del
Marqués Don Francisco Pizarro, y los metiese en un navío, y que se quedase,
como General de la Armada, en guarda del licenciado Vaca de Castro (que
estaba preso) y de ellos, porque
tenía miedo de que Antonio de Ribera y su mujer los escondieran".
Se fue complicando mucho la situación: "Lo que mandaba el virrey causó
muy grande alteración, y lo vieron muy mal los oidores, especialmente el licenciado
Pedro Ortiz de Zárate (como vimos, la llegada de Pizarro iba a ser fatal
para él), quien, con gran instancia, fue a suplicar al virrey que sacase de
la mar a Doña Francisca (la hija de Francisco Pizarro), pues era ya
doncella crecida, hermosa y rica, y no era cosa decente tenerla entre los
marineros y los soldados, pero nada pudo detenerle en su propósito al
virrey".
Ni tampoco a los contrarios: "Los oidores le mandaron a Martín de
Robles que, aunque era capitán del virrey, lo prendiese. Él, temiendo el
perjuicio que le vendría, les pidió un documento firmado por todos los oidores,
para su descargo, y ellos se lo dieron. Por otra parte, ordenaban en otra
provisión a los vecinos que no
obedeciesen al virrey en lo que mandaba acerca de entregar a sus mujeres para
embarcarlas, y que ayudasen a Martín de Robles para que lo prendiese, porque
así convenía al servicio del Emperador y de aquella tierra. Esta provisión la
guardaron en secreto hasta que les pareció llegado el tiempo de publicarla.
Mientras estas cosas se ordenaban de una parte, de la otra, andaba la gente tan
confusa y desatinada, que no sabían a quién seguir".
(Imagen) Cuando el capitán MARTÍN DE ROBLES recibió de los oidores de la
Audiencia Real de Lima la orden de apresar al virrey, fue consciente de las
consecuencias que podrían venirle encima, y se cubrió las espaldas consiguiendo
que se lo mandaran por escrito. Pero, por un expediente de méritos muy
posterior (el de la imagen) de otro capitán, ALONSO GONZÁLEZ DE TAPIA, sabemos
que Robles abrazó después abiertamente
la rebeldía de Gonzalo Pizarro. El documento es del año 1561, lo que quiere
decir que González Tapia era ya un hombre mayor, y que sobrevivió
milagrosamente a las guerras civiles. Resumo las angustiosas experiencias
propias que cuenta, en las que no alude a méritos anteriores, sino que comienza
hablando de la rebelión de Gonzalo Pizarro. Él se puso al servicio del virrey
en compañía del capitán Pablo Meneses. Fueron apresados y maltratados por
MARTÍN DE ROBLES, que ya estaba bajo el mando de Gonzalo Pizarro. No los
mataron, pero a Alonso lo desterraron de Lima por negarse a traicionar al
virrey, y Meneses se incorporó, como ya vimos, al ejército pizarrista. Al ser
desterrado, se trasladó a la Villa de la Plata, "donde padeció muchos
malos tratamientos de las autoridades que Gonzalo Pizarro allí había
puesto". En aquella población estaba el capitán Alonso de Alvarado al
servicio de Gonzalo Pizarro (aunque después se convertirían en mortales enemigos),
y, a pesar de que le forzó a González Tapia a incorporarse a su tropa, "él
huyó el mismo día, con gran peligro de su vida, por servir a Vuestra
Majestad". Le persiguieron, y anduvo escondido buscando gente leal a la
Corona, hasta que pudo alistarse bajo las órdenes de Diego Centeno, quien
estaba reclutando soldados después de permanecer mucho tiempo escondido en una
cueva para evitar que Carvajal le matara. Logaron una primera y muy sonada
victoria en el Cuzco, pero fueron derrotados en Huarina, y ya tenía ALONSO
GONZÁLEZ DE TAPIA puesta la soga al cuello, cuando, gracias a los ruegos de un
fraile, le perdonaron la vida. Su peripecia acabó triunfalmente, pues, en la
batalla de Jaquijaguana, participó bajo el mando del gran Pedro de la Gasca en
la derrota y muerte de Gonzalo Pizarro y Francisco de Carvajal.
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