(620) Recordemos que ya Cieza nos contó algo sobre lo que hizo Gaspar
Rodríguez en Huamanga. Requisó, por mandato de Gonzalo Pizarro, la artillería
que tenía allí el virrey y la llevó al Cuzco. Inca Garcilaso narra lo que
ocurrió después. Hay que tener en cuenta que todo esto va a suceder donde
estaba acampado Gonzalo Pizarro: "Viendo luego Gaspar Rodríguez que los
vecinos más amigos que tenía Pizarro le habían abandonado, huyendo de él, y que
le iban las cosas mal, decidió dejarle él también. Como el virrey era tan
áspero de condición, temió que, aunque se pusiese a su servicio, mandaría
matarle por lo que había hecho con su artillería. Y así, trató de llevar
consigo algunos amigos suyos, para que pareciese mayor el servicio por haberle
quitado a Gonzalo Pizarro parte de los hombres nobles que en su bando había".
Pero el asunto se complicó por una llegada inoportuna: "Acordó,
pues, con todos sus amigos pedir perdón al virrey. Estando en estos tratos,
llegó Pedro de Puelles (ya, declarado pizarrista), y, como dicen los
autores, si tardara tres días más en hacerlo, se habría deshecho la gente con
la que contaba Gonzalo Pizarro. No obstante, no dejaron de llevar adelante sus
deseos. Se los descubrieron a un clérigo natural de Madrid, llamado Baltasar de
Loaysa, común amigo de mi padre y de toda la gente noble de aquel imperio, y al
que yo alcancé a conocer en Madrid el año mil quinientos sesenta y tres. Con
este sacerdote (aunque se le daba mejor ser maestre de campo) trataron Gaspar
Rodríguez y sus amigos que fuera adonde el virrey y le pidiese su perdón,
dándole cuenta de cuántos iban a ponerse a su servicio, con lo cual se ayudaría
a deshacer del todo a Gonzalo Pizarro".
El cérigo aceptó el encargo: "Baltasar de Loaysa salió secretamente
del campo de Gonzalo Pizarro, quien, sabiéndolo, envió tras él, pero no
pudieron encontrarle. Llegó a Lima, donde fue bien recibido por el virrey,
quien, queriendo poner en buen ánimo a los suyos, lo publicó, mas le salió en
su contra, porque luego avisaron de todo ello a Gonzalo Pizarro, y fue de mucho
daño para la muerte de Gaspar Rodríguez y de los que con él mataron, por
haberse revelado este secreto. A Baltasar de Loaysa le dieron el perdón que
pedía. De lo cual (como dice Agustín de Zárate, a quien en estos pasos seguimos
más que a otro, porque se halló presente en ellos) pronto se tuvo noticia en toda
la ciudad, y muchos de los que secretamente eran aficionados a Gonzalo Pizarro
lo sintieron, teniendo por cierto que se desharía su campo, y el virrey
quedaría sin ninguna oposición para aplicar las ordenanzas. Bernardo de Loaysa
salió de Lima con algunos despachos que llevaba, y temieron todos que, con
ellos, iban a quedar sujetos a recibir el daño de perder sus indios y
haciendas. De manera que determinaron algunos vecinos y soldados ir tras él,
alcanzarle y tomarle los despachos. Loaysa salió con un compañero llamado
Hernando de Ceballos, por el mes de setiembre de mil quinientos cuarenta y
cuatro".
(Imagen) Vimos hace poco que varios capitanes, en cuanto marchó Gonzalo
Pizarro, huyeron del Cuzco para para
ponerse en Lima al servicio del virrey. Uno de ellos era MARTÍN DE FLORENCIA, natural
de Barbastro (Huesca) e hijo de Martín de Florencia y María Leonarda de
Santángel. Su padre, de origen italiano, ejercía como mercader, pero Martín fue
arrebatado por el afán de aventuras y partió para las Indias, donde luchó junto
a Pizarro en los inicios de su gran epopeya. Como aquellos conquistadores no
solo buscaban la riqueza, sino también la gloria, Martín de Florencia pidió y
le fue concedido el año 1543 un escudo de armas familiar. En el documento, el
Rey señala sus méritos diciendo (lo resumo): "Cuando el Marqués Don Francisco
Pizarro fue a Perú y llegó a una isla llamada Puná, os mandó a vos e a otros
compañeros a la ciudad de Túmbez a calmar a los señores de ella, y, yendo por
mar, os salieron doce balsas con muchos indios, y peleasteis con ellos e los
vencisteis, y, desde la ciudad de Túmbez, llevasteis a los señores de ella al
dicho Marqués. Y, después de lo dicho, fuisteis vos uno de los que ayudaron a
prender a Atahualpa". El Rey añade algún detalle más, y describe el
escudo, cuyo lema (escrito en latín), decía: "Muéstrame, Señor, tus vías,
y enséñame tus caminos". Muy a tono con aquellos conquistadores, a veces
brutales, pero, a su manera, profundamente cristianos. Participó en el botín de
Atahualpa, y, dos años después, en 1534, figuraba en el Cuzco como uno de sus vecinos
más ricos. Y allí seguía diez años más tarde, cuando, como sabemos, huyó de la
ciudad para ponerse al servicio del virrey. Fue su perdición, porque le alcanzó
la venganza de Gonzalo Pizarro a través de las crueles manos de Francisco de
Carvajal. Lo ahorcó, habiendo disfrutado MARTÍN DE FLORENCIA de su escudo
solamente un año. Pasaron otros nueve años hasta que su hermana Jerónima de
Florencia, vecina de Barbastro, pudo conseguir que le enviaran desde Perú lo
que quedaba de todos los bienes que le habían arrebatado al difunto.
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