jueves, 27 de febrero de 2020

(Día 1042) Muchos de los leales que fueron a Lima para servir al virrey, se encontraron con que lo habían apresado. A algunos los mataron y otros huyeron, pero no todos se pudieron salvar. También Agustín de Zárate pasó apuros.


     (632) Los que habían salido huyendo de Gonzalo Pizarro con Gabriel de Rojas y Sebastián Garcilaso de la Vega se llevaron una gran decepción. Lo explica Inca Garcilaso, y, de pasada, justifica en parte las motivaciones de los oidores: "Cuando llegaron a la Ciudad de los Reyes, se hallaron perdidos, porque el virrey, a quien iban a servir, estaba preso y embarcado para traerlo a España. Como los oidores eran los autores de su prisión, no quisieron estar con ellos, porque suponían que serían más partidarios de Gonzalo Pizarro. Mas, en realidad, la intención de los oidores no fue la que decían los malpensados, sino evitar males peores, como sería el riesgo de que mataran al virrey, pues le aborrecían todos los afectados por las ordenanzas que él quería ejecutar. Como no había quien siguiese la voz de Su Majestad, los que llegaron quedaron aislados y en poder de sus enemigos. La mayoría de ellos se quedaron en la Ciudad de los Reyes, por no poder huir a otra parte. Estaban secretamente en casas de amigos. Otros no quisieron parar en la ciudad, y se fueron lo más lejos posible, escondiéndose entre los indios. Y así se libraron del peligro de ser matados, como les ocurrió a algunos de los que no escaparon. Lo mismo les acaeció a Luis de Ribera, Antonio Álvarez y otros veinticinco caballeros que desde  la Villa de la Plata, que está a trescientas leguas de  la Ciudad de los Reyes, venían a servir al virrey. Habiendo llegado muy cerca de la Ciudad de los Reyes, supieron que el virrey estaba preso, y, con esta noticia, se sintieron todos perdidos y desamparados".
     Insistiendo en la terrible situación de desconfianza provocada por el conflicto que se avecinaba, Inca Garcilaso sigue mostrándonos hasta qué punto era peligroso el simple hecho de vivir: "Muchos caballeros que iban a la Ciudad de los Reyes para servir a su Majestad bajo el mandato de su virrey, al saber de su prisión, se derramaron y escondieron en diversas partes. Algunos de ellos, no teniéndose por seguros en todo el Perú, se fueron a las montañas bravas de los Andes, donde perecían de hambre. Otros fueron a parar a tierras de indios no conquistados, y resultaron muertos y sacrificados a los ídolos. Toda esta desdicha causó la del virrey, y su arrebatada cólera, pues, si hubiese procedido con más templanza, no le habrían apresado, ya que iban a llegar los socorros dichos, que eran de mucha gente, muy noble, rica y poderosa, la flor del Cuzco y de la provincia de Charcas. Y así, quedaron él y ellos entregados a las crueldades de las guerras".
     Gonzalo Pizarro avanzaba hacia Lima, pero lentamente, por llevar con dificultad la artillería. De camino, paró en Priacaca, donde retenían a Agustín de Zárate preso, quien contó en su crónica lo sucedido (en tercera persona), tal y como lo recoge Inca Garcilaso.  Pero resumamos lo que ocurrió. Gonzalo Pizarro le mandó llamar para que le dijese con qué mensaje le habían enviado los oidores, y Zárate se presentó ante él muy asustado; sabiendo  que, si le revelaba todo el contenido del texto, iba a correr peligro su vida, lo suavizó cuanto pudo ante él y ante sus capitanes. Les hizo saber que los oidores querían que perdonasen a los vecinos del Cuzco que habían ido a Lima para ponerse al servicio del virrey, y que enviasen mensajeros a Su Majestad disculpándose de todo lo acaecido, más algunas otras cosas de no mucha importancia.
    
     (Imagen) El levantamiento de Gonzalo Pizarro provocó una avalancha de temores y desconfianzas en todo el Perú. El sevillano LUIS DE RIBERA era uno de los que acompañaban a Francisco Pizarro en su casa cuando fue asesinado. Ahora vemos que se encontraba al mando, por nombramiento de Vaca de Castro,  de la villa de La Plata (fundada en 1538 por Peransúrez, de quien ya conocemos su triste final a manos de piratas, así como el de su hermano Garpar Rodríguez, ejecutado por orden de Gonzalo Pizarro). Luis ejerció su cargo en La Plata con gran sensatez durante dos años. Por ser leal al virrey, Gonzalo lo destituyó y condenó a muerte, pero su sustituto, Francisco de Almendras, no llegó a ejecutarlo. Luis logró huir de la Plata y dirigirse hacia Lima con otros leales a la Corona, pero, al saber que el virrey había sido apresado, se desparramaron para no correr su misma suerte. Se unió después a otro de los que escaparon de la Plata, el brillante capitán Diego Centeno,  por quien Almendras sentía gran aprecio, a pesar de lo cual, no tardando mucho, Centeno lo ejecutó a él, sin apiadarse ante sus súplicas  por ser padre de doce hijos (como ya vimos). Perseguidos por el temible Francisco de Carvajal, Centeno y Ribera, a quien le había nombrado como su maestre de campo, vivieron escondidos largo tiempo en una cueva, al amparo de un cacique amigo. Pudieron después organizar su tropa y y volver a luchar contra Gonzalo Pizarro, pero resultaron derrotados en la batalla de Huarina (año 1547). LUIS DE RIBERA murió en el combate, mientras que Diego Centeno pudo, un año más tarde, tomarse la revancha en Jaquijaguana, donde terminó la rebelión y la vida de Gonzalo Pizarro. El Capitán Ribera tuvo un sobrino, igualmente sevillano y llamado como él, Luis de Ribera (quien también vivió, posteriormente, por la zona de La Plata), calificado como uno de los mejores poetas religiosos de España, y comparable, en ocasiones, a Fray Luis de León.



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