(633) Agustín de Zárate, en representación de los oidores, no tenía más
que la fuerza de un papel 'mojado', y, Gonzalo y sus capitanes, la de su
ejército, por lo que le dieron la previsible respuesta contundente: "Le
encargaron que dijese a los oidores que era conveniente al Perú que nombrasen a
Gonzalo Pizarro gobernador, y que luego ya se trataría de las cosas que ellos
decían, y que, si no lo hacían, saquearían la ciudad. Zárate volvió con esta
contestación adonde los oidores, y a ellos les pesó mucho oír tan abiertamente
el intento de Gonzalo Pizarro, porque hasta entonces solo había dicho que
pretendía que se fuera el virrey a España, y que se suspendieran las
ordenanzas".
Se diría que aquellos eran tiempos de obsesivas negociaciones, como lo
fueron las que hubo antaño, para nada, entre Pizarro y Diego de Almagro. Los
oidores se vieron, con la respuesta recibida, entre la espada y la pared. No
querían ceder, porque les parecía, acertadamente, que solo el Rey podría
concederle a Gonzalo lo que pedía, pero, al mismo tiempo, veían claro que
"no tenían libertad para dejarlo de hacer, porque estaba muy cerca de la
ciudad, y les tenía tomados todos los caminos para que nadie pudiese salir de
ella". Había ocurrido, además, que los procuradores de las ciudades que
estaban en el campamento de Gonzalo Pizarro, y los que se encontraban en Lima,
se habían puesto de acuerdo para presentar
a los oidores un documento en el que se pedía oficialmente lo que
Gonzalo deseaba.
Así que, adoptaron otra decisión que ellos sabían inútil, pero destinada
a poder quedar libres de responsabilidades: "Tras tomar un acuerdo,
mandaron que se notificase a Fray Jerónimo de Loaysa, Arzobispo de Lima, Fray Juan
Solano, Obispo del Cuzco, Don García Díaz, Obispo de Quito, y Fray Tomás de San
Martín, Provincial de los Dominicos, así como a Agustín de Zárate y a los
funcionarios reales que había en Lima, para que diesen su parecer sobre lo que
los procuradores pedían. Lo cual hacían, no para cambiar de opinión, sino para
tener testigos de la opresión en que todos estaban".
Pero ya Gonzalo Pizarro había
llegado a un kilómetro de la Ciudad de los Reyes, y la tensión va a llegar a un
punto inaguantable: "Asentó allí su campamento y la artillería, y, como
vio que se dilataba la llegada de la provisión de los oidores con su
nombramiento, envió a su maese de campo (Francisco de Carvajal) con
treinta arcabuceros, y apresó a veintiocho personas de las que habían venido
huidas del Cuzco, y a otros de quienes tenía quejas porque habían ayudado al
virrey. Entre ellos estaban Gabriel de Rojas, Garcilaso de la Vega (quien,
pasado un tiempo, se lo contaría a su hijo, Inca Garcilaso), Melchor
Verdugo, el licenciado Carvajal, Pedro del Barco, Martín de Florencia, Alonso
de Cáceres, Antón Ruiz y otras personas que eran de las principales de aquellas
tierras, a los cuales puso en la cárcel sin oponerse los oidores, aunque lo
supieron, porque en la ciudad no había más de cincuenta hombres de guerra, pues
todos los soldados del virrey, que eran unos mil ochocientos, se habían pasado
a la tropa de Gonzalo Pizarro".
(Imagen) Hemos visto ahora que los oidores de Lima piden consejo, para
negociar con Gonzalo Pizarro, a un arzobispo, dos obispos y un provincial (todos
estaban en la ciudad), tres de ellos dominicos, salvo García Díaz, sacerdote diocesano,
quien llegó a ser el primer obispo de Quito, posiblemente por su condición de
confesor de Francisco Pizarro. Ya hice una reseña sobre él, Jerónimo de Loaysa
y Tomás de San Martín. Nos queda el cuarto: FRAY JUAN SOLANO. Había nacido en
Archidona (Málaga), hacia el año 1504, marcado por un carácter autoritario. Llegó
a Perú junto al virrey en 1544. Primeramente, se mostró conforme en darle el poder
a Gonzalo, pero, vista su trayectoria posterior, defendió enérgicamente la
causa de los leales al Rey, y apoyó al capitán Diego Centeno. Intensificó su
rechazo a Gonzalo el hecho de que matara a un hermano suyo en la batalla de
Huarina, y, más tarde, anduvo metido entre las tropas del gran Pedro de la
Gasca, casi como un obispo medieval. Aunque, en aquellas tierras de las Indias
ejecutar a un clérigo era un tema tabú, hubo alguien que tenía ganas de hacerlo
con el obispo Solano. Francisco de Carvajal lo odiaba a muerte, "porque estaba
metido en el ejército hecho un maese de Campo". Pero el que fue ejecutado,
junto a su jefe, Gonzalo Pizarro, fue el propio Carvajal. Aunque es
indiscutible que el obispo JUAN SOLANO hizo cosas provechosas, e, incluso, procuró
el bienestar de los indios, no pudo soportar permanecer bajo la legítima
autoridad del arzobispo Jerónimo de Loaysa, y le creó muchos problemas de
manera despectiva. Llegó al extremo de trasladarse a España, y luego a Roma,
para pedir la independencia de su diócesis. Como era de suponer, nadie le
escuchó, ni el Rey ni el Papa, y renunció a su obispado. Murió en Roma el año
1580. La imagen muestra un dibujo (finales del siglo XVI) del extraordinario
mestizo Guamán Poma de Ayala, en el que se ve al OBISPO JUAN SOLANO casando a
dos incas de sangre real: Sayri Túpac (hijo de Manco Inca) y Cusi Huarcay.
No hay comentarios:
Publicar un comentario