miércoles, 12 de febrero de 2020

(Día 1029) Gonzalo Pizarro estuvo a punto de abandonar su aventura. Recuperó el entusiasmo, y faltó poco para que se hiciera una masacre con el cronista Inca Garcilaso y su familia.


     (619) Era demasiado azarosa la situación en los inicios del enfrentamiento, y no solo el virrey sufría momentos de gran pesimismo: "Gonzalo Pizarro, viendo que le habían traicionado aquellos en quienes más confiaba, se vio perdido, y determinó volver a las Charcas o irse a Chile con unos cincuenta amigos. Pero en aquella coyuntura tuvo noticias  de que Pedro de Puelles venía para ponerse a su servicio. Con esta noticia, se animó Gonzalo Pizarro y, para no mostrar flaqueza, volvió al Cuzco, y les quitó los indios a los vecinos que huyeron. Cuando llegó Pedro de Puelles, le dio los que eran de Garcilaso de la Vega (padre del cronista), cuyas casas saquearon los soldados, sin dejar cosa que valiese un maravedí, ni indios de servicio. Quedaron en la casa ocho personas desamparadas, mi madre, una hermana mía, una criada que quiso más el riesgo de que la matasen que negarnos, yo (Inca tenía solamente cinco años), mi ayo Juan de Alcobaza, su hijo Diego de Alcobaza, un hermano mío y una india que tampoco quiso negar a su señor".
     Quedaron desvalidos, y, sin duda, muertos de miedo: "A Juan de Alcobaza le salvó de la muerte su ejemplo y buena vida, pues era tenido por un hombre quitado de toda pasión e interés mundano. A mi madre, y a los demás, que a todos nos quisieron matar, nos salvó la amistad de algunos que entraron, pues, aunque andaban con Gonzalo Pizarro, eran amigos de mi padre, y dijeron: '¿Qué os deben los niños de lo que hacen los viejos?'. Habríamos perecido de hambre si no nos socorrieran los incas y algunos parientes pallas, pues nos enviaban por vías secretas algo que comer, aunque era tan poco, por el miedo a los tiranos, que no bastaba a sustentarnos".
     Lo que añade deja bien claro que algunos indios de las encomiendas sentían afecto por sus encomenderos: "Un cacique de los de mi padre, llamado don García Pauqui, tuvo más ánimo y lealtad que los demás, y se puso en riesgo de que lo matasen. Una  noche nos envió veinticinco  fanegas de maíz , y, ocho noches después, otras veinticinco, con los cual pudimos sustentar la vida. El hambre duró más de ocho meses, hasta que Diego Centeno entró en el Cuzco, como adelante diremos. Cuento estas cosas, aunque menudas, por  mostrar la lealtad de aquel cacique, para que sus hijos y descendientes se precien de ella".
     Inca Garcilaso se adelanta algo en el tiempo para contarnos cuál fue el destino de un gran capitán. Se trata de Gaspar Rodríguez de Camporredondo. El cronista nos dice acertadamente que era hermano del capitán Peransúrez, otro gran personaje de la conquista de Perú, y muy querido por Francisco Pizarro. Pero comete un error, quizá porque circulara una mala interpretación de lo que ocurrió. Dice que Peransúrez murió en la batalla de Chupas, la que acabó con la derrota y muerte de Diego de Almagro el Mozo. En realidad, en ese encuentro Peransúrez salió malherido, pero se recuperó. No obstante perdió la vida un año más tarde, tras ser atacado por piratas franceses (como ya vimos) cuando viajaba a España para contarle al Rey, por encargo de Vaca de Castro, todo lo que había sucedido en Perú.

     (Imagen)  No es difícil imaginar la terrorífica situación en que se encontraba la familia de Inca Garcilaso cuando llegaron los hombres de Gonzalo Pizarro a su casa. Eran los comienzos de su rebeldía militar contra el virrey, y, quien se hubiera decantado por ser fiel a la Corona, pasaba a ser un enemigo mortal al que había que destruir. Por mucho que el capitán Sebastián Garcilaso de la Vega, padre del cronista, hubiese sido un gran amigo y servidor de Francisco Pizarro, se había convertido en alguien odioso para Gonzalo Pizarro por traicionarle. Inca Garcilaso solo tenía cinco años cuando entraron en tropel y se llevaron todo, pero fue consciente del terror de quienes estaban con él, especialmente del de su madre. No tardaría en darse cuenta de que los iban a matar, aunque, milagrosamente, los salvó la oposición de algunos pizarristas menos sanguinarios. Fue importante asimismo la presencia de su preceptor, el extremeño JUAN DE ALCOBAZA, hombre muy respetado en el Cuzco. Tanto que, además de ocuparse de la educación de Inca Garcilaso, también Francisco Pizarro y su mismo hermano, Gonzalo, le habían confiado la de sus hijos mestizos. Apenas hay datos documentales sobre su persona. Se sabe que, en las batallas, tuvo que cambiar de bandos por varias derrotas, pero, en la de Chupas, estuvo al servicio de Vaca de Castro, representante del Rey, y parece ser que mantuvo esa fidelidad a la Corona hasta el fin de sus días. Un hijo suyo, el mestizo DIEGO DE ALCOBAZA, estaba junto a Inca Garcilaso (siendo niño como él) cuando entraron en su casa los pizarristas. Luego conservaron su amistad durante toda la vida. Diego se ordenó sacerdote, y dio la mejor muestra de su amor por los indios y su deseo de convertirlos: colaboró en la redacción de un texto evangelizador, que fue publicado el año 1585 en tres lenguas, quechua, aymara y español. La obra tenía el título de CONFESIONARIO PARA LOS CURAS DE INDIOS.



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