lunes, 20 de julio de 2020

(Día 1165) Carvajal y Bachicao mataron brutalmente a dos de los que pensaban fugarse adonde Pedro de la Gasca. Gonzalo Pizarro estaba muy deprimido por los abandonos que sufría.


     (755) Es imposible creer que Gonzalo Pizarro no supiera lo que iba a pasar, cuando nosotros, simples lectores de aquellas andanzas, estamos seguros del triste final de los alborotadores. Le hemos visto en otras ocasiones a Gonzalo Pizarro algunos gestos de piedad, pero se ha comportado ya demasiadas veces como un hipócrita Pilatos. El trabajo sucio se lo dejaba a Carvajal, a quien le encantaba, en solitario o junto a otros de su estilo, como en este caso Bachicao: "Francisco de Carvajal y Hernando Bachicao saludaron cortésmente a Francisco Barbosa y Diego Ruiz de Baracaldo, y les dijeron que querían decirles ciertas cosas que a todos les afectaban. Ellos se levantaron, y los llevaron a la orilla del mar. Les hicieron preguntas sobre el asunto de la huida de los soldados, y a todo les contestaron que era verdad, pero no delataron a nadie, aunque fueron terriblemente amenazados. Estos dos crueles tiranos, muy enojados por su negativa, y por vengar lo que intentaban hacer, mandaron a cuatro negros que llevaban consigo, además de ciertos soldados, que les diesen de puñaladas, y los matasen. Los cuatro negros arremetieron contra ellos y los mataron cruelmente y sin confesión. Aunque Francisco Caro, alférez de Carvajal, que se hallaba presente, dijo que quienes empezaron a herirlos fueron los dos carniceros. Lugo los enterraron en la arena, para que no fuesen encontrados". Digamos de Francisco Caro que murió pronto, quizá en la batalla final, junto a Gonzalo Pizarro y Francisco de Carvajal, pues, poco después, les requisaron sus bienes a los herederos por haber sido partidario de los rebeldes.
     Santa Clara nos  muestra vívidamente el drama que estaba soportando Gonzalo Pizarro: "Partió del pueblo de Chilca como el más triste hombre de todo el mundo, lamentando de seguido, como le decía muchas veces a Garcilaso de la Vega, capitán de su guardia personal, cómo se había sentido, poco antes, señor universal de todo el Perú, siendo acatado y obedecido, y cuán pujante había estado de ejército y buenos capitanes, por mar y por tierra, y ahora se veía totalmente desamparado de todos aquellos que siempre le habían mostrado mucha lealtad. Además, sentía que ya solamente era señor de la tierra que pisaba, porque la que quedaba atrás y delante, era ya de sus mortales enemigos, o, por mejor decir, de Su Majestad, porque ellos la recuperaban en su real nombre. Pero lo peor de todo ello era ver que sus verdaderos amigos le dejaban desamparado, y se iban a la ciudad de Lima, para después venir contra él como rabiosos enemigos, olvidando todo el bien que les había hecho". Aunque le vemos ahora tan deprimido, aún le quedará la enorme alegría de vencer en la difícil batalla de Huarina, donde, además, tuvo la satisfacción de comprobar la fidelidad de Sebastián Garcilaso de la Vega, quien le salvó cediéndole su caballo cuando Gonzalo había sido derribado. Corta dicha, porque, en la siguiente batalla, la de Jaquijaguana, el trágico Gonzalo Pizarro perderá la vida, no sin antes ver que también perdía a Garcilaso, pues se pasó en el último momento al bando de Pedro de la Gasca.

     (Imagen) Continuemos con lo tratado en la imagen anterior. Primeramente, aclararé el error al que hice alusión en ella, y del que me hago responsable. Según vemos en el texto de la imagen actual, el licenciado Cianca estuvo a punto de cortarle la cabeza a Alonso de Alvarado por el feo asunto del que fue víctima María de Lezcano, y di por hecho que lo había condenado a muerte. Pero no fue así, ya que Pedro de la Gasca le impidió hacerlo. Todo muy correcto. Pero nos vamos a encontrar con las dos decepciones a las que hice referencia. Resulta lamentable ver que dos grandes hombres, que tanto se apreciaron mutuamente, Pedro de la Gasca y Alonso de Alvarado, llegaran a odiarse tan agriamente. Cianca no condenó a muerte a Alvarado, pero sí lo hizo, por el mismo asunto de María de Lezcano, el licenciado Gómez Fernández. Lo triste es que, según cuenta Alvarado (y parece muy verosímil), Pedro de la Gasca le presionó al licenciado para que lo condenara a muerte. No hay duda de que, aunque Alvarado fuera culpable, el delito no merecía la muerte (a uno de los ejecutores le condenaron a cortarle una mano), y, recurriendo, consiguió que no se le aplicara. En su larga apelación, negaba los hechos, asegurando que La Gasca animó a María Lezcano a acusarle, y que se dictó sentencia sin que le dieran oportunidad de defenderse. ¿Por qué tanto odio? Alonso de Alvarado afirmaba que se llegó a ese extremo porque, cuando se ejecutó a Gonzalo Pizarro, Pedro de la Gasca hizo los repartos de las encomiendas de indios muy injustamente, y él se le enfrentó con firmeza en nombre propio y de otros muchos agraviados. Presentó también testigos de que el juez Gómez Fernández reconocía que Pedro de la Gasca lo coaccionó. Son, pues, dos decepciones, porque queda el mal sabor de boca de ver a Alonso de Alvarado como posible protagonista, junto a Diego de Mora (quizá influidos por la insistencia de sus mujeres), del duro castigo que le dieron a la, sin duda, soberbia María de Lezcano, y, a Pedro de la Gasca, como sospechoso de tener, además de las excelsas cualidades de la inteligencia y el valor, el defecto de ser muy vengativo.



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