viernes, 10 de julio de 2020

(Día 1157) Hubo un gran alboroto en Lima cuando vieron que ya llegaban los navíos de Pedro de la la Gasca, y Gonzalo Pizarro cometió el error de destruir un barco suyo para que no se lo apropiaran.


   (747) Santa Clara cambia de tema, y hay que recordar que Juan de Acosta, cuando volvía hacia Lima y Lorenzo de Aldana le puso una celada en el camino, se enteró de ello, evitó el peligro dando un rodeo y apresó a unos soldados y marineros de Aldana que estaban despistados. Sigamos la narración: " Grande fue el enojo que recibió Lorenzo de Aldana cuando supo de la prisión de sus soldados y marineros, y de haber fracasado los capitanes que habían puesto la celada a Juan de Acosta. Mandó que todos se embarcasen para proseguir su viaje, y, al cabo de unos días, tuvieron a la vista el puerto de Lima los cuatro capitanes de los navíos. Cuando lo vieron los vecinos, hubo grandísimo alboroto en la ciudad, y andaban todos como ovejas sin pastor, asustadas por la vista del lobo rapaz. Los capitanes y soldados comenzaron a armarse, y se iban sin orden a la casa de Gonzalo Pizarro para ver lo que mandaba hacer. Los que no tuvieron ánimo, como la gente común y los mercaderes, se escondieron en sus casas, como si los leales al Rey estuvieran ya haciendo mil desafueros y matando a la gente".
     Resulta sorprendente que, a pesar del uso habitual de espías, le pillaran a Gonzalo Pizarro tan desprevenido: "Había en el puerto un navío muy grande, que era de Bartolomé Pérez, en el cual había venido Pedro de Fuentes, y estaba sin velas ni mástiles, y el tirano mandó barrenarlo y echarlo al fondo para que los leales no se aprovechasen de él. Dos horas después los cuatro navíos fueron anclados ante la vista de la ciudad, haciendo salvas con la artillería, con gran pesar de muchos capitanes y vecinos pizarristas. El gran tirano se retiró a su cámara con sus principales capitanes. Francisco de Carvajal (el más realista y expeditivo) criticó, como ya hizo en su día, que se hubiese hecho quemar un navío, y que ahora se hubiese echado otro al fondo, por lo cual creía conveniente armar muchas balsas, metiendo en ellas arcabuceros, que entonces había muchos, para tomar con ellas los navíos o quemar a todos dentro de ellos. Algunos dijeron que sería mejor saber primeramente las pretensiones que tenía Lorenzo de Aldana, pero otros les replicaron que ya se conocían, porque el comendador fray Miguel de Lorena había descubierto en qué consistían".
     Optó Gonzalo Pizarro por una última opinión, que era la de presentarse en el muelle del puerto con todas las fuerzas, que eran muchas, desplegadas, con el fin de amedrentar a los contrarios, provocando quizá que algunos decidieran cambiar de bando: "Fueron al puerto, por mandato del tirano, con toda la caballería, y se pusieron a la orilla del mar. Viendo que los cuatro capitanes no hacían ningún movimiento, ni mandaban sacar ningún batel, les pareció que venían de paz, por lo cual el licenciado Cepeda dio la vuelta a la ciudad y dejó allí a Francisco de Espinosa con la gente de a caballo". Al volver, Cepeda le aconsejó a Gonzalo Pizarro que adelantara la infantería a medio camino del puerto, y allí acamparon a la espera de acontecimientos. Pero ocurrió algo muy revelador de la tensión con que vivían los rebeldes por la ventaja que iba adquiriendo Pedro de la Gasca. Como no habían llevado alimentos para la cena, se dio permiso para ir a Lima a conseguirlos: "Muchos no volvieron al campamento, para poder recuperar la lealtad al Rey, y fueron a esconderse en los cañaverales".

     (Imagen) Habrá que seguir con el informe que le envió PEDRO HERNÁNDEZ DE PANIAGUA a Pedro de la Gasca, porque parece una escena de Shakespeare. Le enfrentó a Gonzalo Pizarro, como infalible adivino, ante su terrible futuro, y él contestó que prefería morir siendo gobernador. Hablaba Gonzalo de que muchos le seguían con total entrega. Le contesto Paniagua: "Lo han hecho hasta ahora por sus particulares intereses, pero no seguirán peleando, porque nada les interesa que sea vuestra señoría gobernador. Cuando llegue la lucha contra el Rey, aquellos en los que más confía vuestra señoría lo han de matar o entregar, para salvar sus cabezas con la suya. Me maravillo de la ceguedad que vuestra señoría tiene. ¿No ve que, si le desbarata la gente del Rey, no tendrá otra para rehacerse, y que, en caso de que vuestra señoría desbarate a los del Rey, pronto vendrá otro y otro ejército, y que, aunque vuestra señoría los derrotase, perdería tantos en las batallas, que no tendría soldados suficientes para enfrentarse al tercero?". Al decirle Pizarro que se conformaba con vivir diez años siendo gobernador, y que esperaba conseguirlo, le contestó Paniagua con una sonrisa (proféticamente: solo le quedaban meses): "Ni diez, ni dos. Perdóneme vuestra señoría, pero he venido para decir verdades y no lisonjas. Adondequiera que huyese, desde aquí hasta el Estrecho de Magallanes, le alcanzarían y le cortarían la cabeza". Le dijo Gonzalo Pizarro: "No insistáis más: yo tengo que morir como gobernador. Esta es mi respuesta a Pedro de la Gasca, y no es menester hablar más de ello".  Aun así, Paniagua le dijo que, si en lugar de exigirle al Rey, le suplicase y le enviase los impuestos que le correspondían, quizá consiguiera grandes beneficios. Pero su respuesta fue definitivamente de enfrentamiento: "Eso no haré yo, porque no quiero darle al Rey dinero con el que hacerme la guerra". Como era otra tontería, Paniagua le replicó que al Rey le sobraba dinero para derrotarlo. Está claro que Gonzalo Pizarro solo quería una cosa, ser gobernador, aun sabiendo que le costaría la vida. Recordemos que así pensaba el bravo, lúcido y fiel Carvajal, y se lo advirtió a tiempo: "Si ahora matamos al virrey, pronto vendrá otro".



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