(747) Santa Clara cambia de tema, y hay que
recordar que Juan de Acosta, cuando volvía hacia Lima y Lorenzo de Aldana le
puso una celada en el camino, se enteró de ello, evitó el peligro dando un
rodeo y apresó a unos soldados y marineros de Aldana que estaban despistados.
Sigamos la narración: " Grande fue el enojo que recibió Lorenzo de Aldana
cuando supo de la prisión de sus soldados y marineros, y de haber fracasado los
capitanes que habían puesto la celada a Juan de Acosta. Mandó que todos se
embarcasen para proseguir su viaje, y, al cabo de unos días, tuvieron a la
vista el puerto de Lima los cuatro capitanes de los navíos. Cuando lo vieron
los vecinos, hubo grandísimo alboroto en la ciudad, y andaban todos como ovejas
sin pastor, asustadas por la vista del lobo rapaz. Los capitanes y soldados
comenzaron a armarse, y se iban sin orden a la casa de Gonzalo Pizarro para ver
lo que mandaba hacer. Los que no tuvieron ánimo, como la gente común y los
mercaderes, se escondieron en sus casas, como si los leales al Rey estuvieran
ya haciendo mil desafueros y matando a la gente".
Resulta sorprendente que, a pesar del uso
habitual de espías, le pillaran a Gonzalo Pizarro tan desprevenido: "Había
en el puerto un navío muy grande, que era de Bartolomé Pérez, en el cual había
venido Pedro de Fuentes, y estaba sin velas ni mástiles, y el tirano mandó
barrenarlo y echarlo al fondo para que los leales no se aprovechasen de él. Dos
horas después los cuatro navíos fueron anclados ante la vista de la ciudad,
haciendo salvas con la artillería, con gran pesar de muchos capitanes y vecinos
pizarristas. El gran tirano se retiró a su cámara con sus principales
capitanes. Francisco de Carvajal (el más realista y expeditivo) criticó,
como ya hizo en su día, que se hubiese hecho quemar un navío, y que ahora se
hubiese echado otro al fondo, por lo cual creía conveniente armar muchas
balsas, metiendo en ellas arcabuceros, que entonces había muchos, para tomar
con ellas los navíos o quemar a todos dentro de ellos. Algunos dijeron que
sería mejor saber primeramente las pretensiones que tenía Lorenzo de Aldana,
pero otros les replicaron que ya se conocían, porque el comendador fray Miguel
de Lorena había descubierto en qué consistían".
Optó Gonzalo Pizarro por una última
opinión, que era la de presentarse en el muelle del puerto con todas las
fuerzas, que eran muchas, desplegadas, con el fin de amedrentar a los
contrarios, provocando quizá que algunos decidieran cambiar de bando:
"Fueron al puerto, por mandato del tirano, con toda la caballería, y se
pusieron a la orilla del mar. Viendo que los cuatro capitanes no hacían ningún
movimiento, ni mandaban sacar ningún batel, les pareció que venían de paz, por
lo cual el licenciado Cepeda dio la vuelta a la ciudad y dejó allí a Francisco
de Espinosa con la gente de a caballo". Al volver, Cepeda le aconsejó a
Gonzalo Pizarro que adelantara la infantería a medio camino del puerto, y allí
acamparon a la espera de acontecimientos. Pero ocurrió algo muy revelador de la
tensión con que vivían los rebeldes por la ventaja que iba adquiriendo Pedro de
la Gasca. Como no habían llevado alimentos para la cena, se dio permiso para ir
a Lima a conseguirlos: "Muchos no volvieron al campamento, para poder
recuperar la lealtad al Rey, y fueron a esconderse en los cañaverales".
(Imagen) Habrá que seguir con el informe
que le envió PEDRO HERNÁNDEZ DE PANIAGUA a Pedro de la Gasca, porque parece una
escena de Shakespeare. Le enfrentó a Gonzalo Pizarro, como infalible adivino,
ante su terrible futuro, y él contestó que prefería morir siendo gobernador.
Hablaba Gonzalo de que muchos le seguían con total entrega. Le contesto
Paniagua: "Lo han hecho hasta ahora por sus particulares intereses, pero
no seguirán peleando, porque nada les interesa que sea vuestra señoría gobernador.
Cuando llegue la lucha contra el Rey, aquellos en los que más confía vuestra
señoría lo han de matar o entregar, para salvar sus cabezas con la suya. Me
maravillo de la ceguedad que vuestra señoría tiene. ¿No ve que, si le desbarata
la gente del Rey, no tendrá otra para rehacerse, y que, en caso de que vuestra
señoría desbarate a los del Rey, pronto vendrá otro y otro ejército, y que,
aunque vuestra señoría los derrotase, perdería tantos en las batallas, que no
tendría soldados suficientes para enfrentarse al tercero?". Al decirle
Pizarro que se conformaba con vivir diez años siendo gobernador, y que esperaba
conseguirlo, le contestó Paniagua con una sonrisa (proféticamente: solo le
quedaban meses): "Ni diez, ni dos. Perdóneme vuestra señoría, pero he
venido para decir verdades y no lisonjas. Adondequiera que huyese, desde aquí
hasta el Estrecho de Magallanes, le alcanzarían y le cortarían la cabeza".
Le dijo Gonzalo Pizarro: "No insistáis más: yo tengo que morir como
gobernador. Esta es mi respuesta a Pedro de la Gasca, y no es menester hablar
más de ello". Aun así, Paniagua le
dijo que, si en lugar de exigirle al Rey, le suplicase y le enviase los
impuestos que le correspondían, quizá consiguiera grandes beneficios. Pero su
respuesta fue definitivamente de enfrentamiento: "Eso no haré yo, porque
no quiero darle al Rey dinero con el que hacerme la guerra". Como era otra
tontería, Paniagua le replicó que al Rey le sobraba dinero para derrotarlo.
Está claro que Gonzalo Pizarro solo quería una cosa, ser gobernador, aun
sabiendo que le costaría la vida. Recordemos que así pensaba el bravo, lúcido y
fiel Carvajal, y se lo advirtió a tiempo: "Si ahora matamos al virrey,
pronto vendrá otro".
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