martes, 28 de julio de 2020

(Día 1172) Tanto a Gonzalo Pizarro como a Juan de Acosta quisieron matarlos, inútilmente, sus propios hombres. Gonzalo Pizarro decía que no le importaban las deserciones, porque volvería a vencer.


     (762) Tras el atormentado viaje por la sierra, llegó Juan de Acosta a la zona de Jauja: "Allí Juan Páez de Sotomayor, su maestre de campo, lo quiso matar una noche con ayuda de algunos amigos, pero como le protegía su guardia personal, y, para no ser descubierto, pues le costaría la vida, huyó con treinta soldados, y se fueron a la ciudad de Lima, para servir a Su Majestad". Seguían, pues las deserciones. Para mayor complicación, alguien corrió el falso rumor de que el licenciado Cepeda y Francisco de Carvajal habían matado a Gonzalo Pizarro. Indica Santa Clara que no le extrañaba aquella riada de deserciones. Además, el carácter riguroso de Juan de Acosta atemorizaba a sus soldados: "Le veían reír y decir muchas veces que Gonzalo Pizarro tenía el alma de cántaro (o sea, frágil), pues no ahorcaba a todos aquellos que perjudicaban, pues lo podía hacer sin dar cuenta a nadie". No estaría Acosta de acuerdo con esa actitud de Gonzalo, pero, como hemos visto, quizá nadie llegó a apreciarle tanto como él, hasta el punto de ser uno de los pocos que se mantuvieron a su lado a la hora de la verdad, la de la derrota y la muerte.
     También Santa Clara manifiesta que Gonzalo Pizarro no le daba a los abandonos la importancia que tenían: "Por estas cosas y otras que los soldados oían adivinaban que todo iría de mal en peor, y también por saber que al gran tirano le  disminuían las fuerzas, pues los que habían sido sus íntimos amigos se iban a servir a Su Majestad. De día y de noche se menoscababa su gente, y aun así lo disimulaba todo en lugar de bramar y tomar de ello gran enojo. Se reía y decía de cuando en cuando que no le importaba que se fueran los bellacos y traidores, que eran de pocos ánimos, y lucharían los buenos que se quedasen con él, y así, los huidos verían a Gonzalo Pizarro, andando el tiempo, otra vez hecho señor de toda la tierra del Perú, y de esta manera decía otras muchas cosas de gran vanidad y locura". Lo que parecía haber, más bien, en el fondo del alma de Gonzalo Pizarro era una decisión de vencer o morir. Y diríamos lo mismo de Francisco de Carvajal.
     En medio de esas inquietudes, la tropa de Juan de Acosta seguía en marcha, y llegaron a la cueva de Pucará (a 320 km de Arequipa, que es adonde se dirigían), a la que Santa Clara le da una descripción tan precisa, que sin duda la vio con sus propios ojos. Dice que en ella cabían holgadamente ciento cincuenta hombres a caballo, siendo de gran altura, y tenía a su lado otras cuevas adyacentes: "Es muy alta y de peña viva, y, asimismo, junto a ella hay mucha cantidad de peñas y piedras que la naturaleza puso allí desde que se formó el mundo, donde se podría haber hecho una fortaleza inexpugnable. En estas cuevas se alojó Juan de Acosta con toda su gente, y le quisieron matar sus soldados una madrugada, pero él se libró porque andaba ya levantado con algunos de sus queridos amigos, y estaba armado, ya que de día y de noche andaba así y acompañado de doce arcabuceros, debido a que temía que lo mataran si lo encontraban descuidado. De allí partió Juan de Acosta muy inquieto desde que supo que habían querido matarlo aquella madrugada. Mandó prender a tres de los implicados, a los cuales ahorcaron sin confesión, y los demás tuvieron tiempo de huir". Está claro que el ambiente de sospechas en las tropas de Gonzalo Pizarro y de sus capitanes era irrespirable.

     (imagen) Ya sabemos que Diego de Mora, que estaba al mando en Trujillo como representante de Gonzalo Pizarro, huyó con varios vecinos de la ciudad para incorporarse a los navíos que Pedro de la Gasca había enviado hacia Lima. No mucho antes, el fanático mercedario fray Pedro Muñoz le había escrito a Gonzalo poniendo por las nubes la valía de Diego de Mora y su lealtad inquebrantable. Después de hacer Diego su espantada, un vecino de Trujillo, FRANCISCO FLORES, se lo comunicaba por correo dramáticamente a Gonzalo Pizarro el día 15 de abril de 1547. Cuenta que Diego de Mora estaba ya preparado para huir con mucha gente armada: "Entonces salió de su casa y me rogó que fuera con ellos para unirme a la armada de Pedro de la Gasca, pues se la habían entregado Hinojosa y Alonso Palomino. Yo quedé tan fuera de juicio, que no le pude responder, y él se marchó, pero entonces vinieron Rodrigo de Paz y otros para convencerme, por lo cual Dios es testigo de lo que mi ánimo sintió al ver el pago que a vuestra señoría le daban". Cita los nombres de varios de los 'traidores': Diego de Mora, su hermano Marcos Escobar, Diego de la Vega, Rodrigo de Paz, Blas Atienza de Valderrama, Andrés Chacón, el bachiller Pedro Ortiz, Miguel de la Serna y Pedro de Orduña, criado de Alonso de Alvarado. Y apunta el dato de que varios habían sido fieles al virrey, lo que quiere decir que, como en el caso de Rodrigo de Paz, militaban con Gonzalo Pizarro coaccionados. Y añade: "Después nos quedamos unos sesenta vecinos, todos servidores de vuestra señoría. Yo no me quejo, porque estoy dispuesto a perecer al servicio de vuestra señoría. Los huidos han partido hoy, viernes, a media noche. Todo quedará aquí como lo dejaron hasta que vuestra señoría disponga lo que crea conveniente, porque es lo que ha de prevalecer, Dios mediante. Vuestra señoría, por amor de Dios, mire mucho por su vida, porque debajo de ella está todo el remedio de este reino de Perú". En la imagen se ve que el Rey le legitimó a Francisco una hija que tuvo con una india en Puerto Viejo. Y, ojo al dato, por no haberse bautizado la india, "no estaba obligada a matrimonio ni a religión alguna". Prueba clara de una absoluta libertad de creencia.



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