(762) Tras el atormentado viaje por la
sierra, llegó Juan de Acosta a la zona de Jauja: "Allí Juan Páez de
Sotomayor, su maestre de campo, lo quiso matar una noche con ayuda de algunos
amigos, pero como le protegía su guardia personal, y, para no ser descubierto,
pues le costaría la vida, huyó con treinta soldados, y se fueron a la ciudad de
Lima, para servir a Su Majestad". Seguían, pues las deserciones. Para
mayor complicación, alguien corrió el falso rumor de que el licenciado Cepeda y
Francisco de Carvajal habían matado a Gonzalo Pizarro. Indica Santa Clara que
no le extrañaba aquella riada de deserciones. Además, el carácter riguroso de
Juan de Acosta atemorizaba a sus soldados: "Le veían reír y decir muchas
veces que Gonzalo Pizarro tenía el alma de cántaro (o sea, frágil), pues no
ahorcaba a todos aquellos que perjudicaban, pues lo podía hacer sin dar cuenta
a nadie". No estaría Acosta de acuerdo con esa actitud de Gonzalo, pero,
como hemos visto, quizá nadie llegó a apreciarle tanto como él, hasta el punto
de ser uno de los pocos que se mantuvieron a su lado a la hora de la verdad, la
de la derrota y la muerte.
También Santa Clara manifiesta que Gonzalo
Pizarro no le daba a los abandonos la importancia que tenían: "Por estas
cosas y otras que los soldados oían adivinaban que todo iría de mal en peor, y
también por saber que al gran tirano le
disminuían las fuerzas, pues los que habían sido sus íntimos amigos se
iban a servir a Su Majestad. De día y de noche se menoscababa su gente, y aun
así lo disimulaba todo en lugar de bramar y tomar de ello gran enojo. Se reía y
decía de cuando en cuando que no le importaba que se fueran los bellacos y
traidores, que eran de pocos ánimos, y lucharían los buenos que se quedasen con
él, y así, los huidos verían a Gonzalo Pizarro, andando el tiempo, otra vez
hecho señor de toda la tierra del Perú, y de esta manera decía otras muchas
cosas de gran vanidad y locura". Lo que parecía haber, más bien, en el
fondo del alma de Gonzalo Pizarro era una decisión de vencer o morir. Y
diríamos lo mismo de Francisco de Carvajal.
En medio de esas inquietudes, la tropa de
Juan de Acosta seguía en marcha, y llegaron a la cueva de Pucará (a 320 km de
Arequipa, que es adonde se dirigían), a la que Santa Clara le da una
descripción tan precisa, que sin duda la vio con sus propios ojos. Dice que en
ella cabían holgadamente ciento cincuenta hombres a caballo, siendo de gran
altura, y tenía a su lado otras cuevas adyacentes: "Es muy alta y de peña
viva, y, asimismo, junto a ella hay mucha cantidad de peñas y piedras que la
naturaleza puso allí desde que se formó el mundo, donde se podría haber hecho
una fortaleza inexpugnable. En estas cuevas se alojó Juan de Acosta con toda su
gente, y le quisieron matar sus soldados una madrugada, pero él se libró porque
andaba ya levantado con algunos de sus queridos amigos, y estaba armado, ya que
de día y de noche andaba así y acompañado de doce arcabuceros, debido a que
temía que lo mataran si lo encontraban descuidado. De allí partió Juan de
Acosta muy inquieto desde que supo que habían querido matarlo aquella
madrugada. Mandó prender a tres de los implicados, a los cuales ahorcaron sin
confesión, y los demás tuvieron tiempo de huir". Está claro que el
ambiente de sospechas en las tropas de Gonzalo Pizarro y de sus capitanes era
irrespirable.
(imagen) Ya sabemos que Diego de Mora, que
estaba al mando en Trujillo como representante de Gonzalo Pizarro, huyó con
varios vecinos de la ciudad para incorporarse a los navíos que Pedro de la
Gasca había enviado hacia Lima. No mucho antes, el fanático mercedario fray
Pedro Muñoz le había escrito a Gonzalo poniendo por las nubes la valía de Diego
de Mora y su lealtad inquebrantable. Después de hacer Diego su espantada, un
vecino de Trujillo, FRANCISCO FLORES, se lo comunicaba por correo
dramáticamente a Gonzalo Pizarro el día 15 de abril de 1547. Cuenta que Diego
de Mora estaba ya preparado para huir con mucha gente armada: "Entonces
salió de su casa y me rogó que fuera con ellos para unirme a la armada de Pedro
de la Gasca, pues se la habían entregado Hinojosa y Alonso Palomino. Yo quedé
tan fuera de juicio, que no le pude responder, y él se marchó, pero entonces
vinieron Rodrigo de Paz y otros para convencerme, por lo cual Dios es testigo
de lo que mi ánimo sintió al ver el pago que a vuestra señoría le daban".
Cita los nombres de varios de los 'traidores': Diego de Mora, su hermano Marcos
Escobar, Diego de la Vega, Rodrigo de Paz, Blas Atienza de Valderrama, Andrés
Chacón, el bachiller Pedro Ortiz, Miguel de la Serna y Pedro de Orduña, criado
de Alonso de Alvarado. Y apunta el dato de que varios habían sido fieles al
virrey, lo que quiere decir que, como en el caso de Rodrigo de Paz, militaban
con Gonzalo Pizarro coaccionados. Y añade: "Después nos quedamos unos
sesenta vecinos, todos servidores de vuestra señoría. Yo no me quejo, porque
estoy dispuesto a perecer al servicio de vuestra señoría. Los huidos han
partido hoy, viernes, a media noche. Todo quedará aquí como lo dejaron hasta
que vuestra señoría disponga lo que crea conveniente, porque es lo que ha de
prevalecer, Dios mediante. Vuestra señoría, por amor de Dios, mire mucho por su
vida, porque debajo de ella está todo el remedio de este reino de Perú".
En la imagen se ve que el Rey le legitimó a Francisco una hija que tuvo con una
india en Puerto Viejo. Y, ojo al dato, por no haberse bautizado la india,
"no estaba obligada a matrimonio ni a religión alguna". Prueba clara
de una absoluta libertad de creencia.
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