(754) La sangría era imparable, incluso
arriesgando la vida los huidos: "Cuando amaneció, vieron que habían huido
hombres de a caballo, arcabuceros y piqueros, a pesar de los centinelas que
habían puesto los dos crueles matadores (Carvajal y Bachicao), y hasta
algunos de los vigilantes habían huido. Tras ponerse en marcha, se adelantaron
un poco Juan Ramón, Francisco Rodríguez de Castroverde, Gaspar González, Pedro
Fernández, Juan de Castañeda, Diego de Tapia el Tuerto, Francisco Guillada y Juan
López, más otros dieciséis soldados. Como eran determinados y se vieron ya algo
apartados de la tropa, comenzaron a correr velozmente gritando vivas al Rey y
muerte a los traidores. Esta huida puso gran turbación en muchos del ejército,
y, en otros, deseo de irse con ellos, por lo cual Hernando Bachicao quiso
seguirlos con cincuenta arcabuceros para hacerlos volver, pero Gonzalo Pizarro
no lo consintió, sino que le dijo: 'Dejadlos ir, pues me parece que no será
cordura echar la soga tras el caldero (el sentido es que 'supondría perder
todas las oportunidades'). Váyanse con Dios, pues quizá algún día se
arrepentirán de lo que han hecho, cuando volvamos a Lima con pujanza'. Y así
los dejaron ir sin que ninguno fuese tras ellos". A pesar de que Santa
Clara se refiere a menudo a Gonzalo Pizarro como 'el gran tirano', nos acaba de
mostrar dos actos suyos de tolerancia, aunque fuese resignada, el trato que le
dio a Francisco de Pantoja, y su resignación ante esta numerosa huida de
soldados, lo cual resalta más aún frente a la brutal figura de Hernando
Bachicao.
Pero el grueso de la tropa de Gonzalo Pizarro seguía su camino, aunque
sin dejar de perder hombres: "Llegaron a Chilca, y le dijo a Gonzalo
Pizarro el dominico fray Luis de la Magdalena (como vimos, un 'fan' suyo)
que había en el ejército ciertos hombres que le hacían mucho daño ahuyentando a
otros y enviándolos a la ciudad de Lima con avisos, y que decían que, antes de
llegar al pueblo de Chincha, estaría él muerto o toda su tropa deshecha".
También le dijo que otros estaban dispuestos a matarlo para ganar méritos ante
Su Majestad. Sus palabras alarmaron a Gonzalo Pizarro, y le pidió que diera los
nombres de quienes así hablaban. Sin embargo, fray Luis reaccionó tan
rectamente como si aquello fuera un secreto de confesión, y le respondió que no
se lo iba a decir. Podía delatar el pecado, para proteger a Gonzalo, pero no a
los pecadores, porque sabía que los matarían: "El gran tirano juró
solemnemente a Dios que no los mataría, sino que solamente serían echados de su
ejército sin daño alguno, enviándolos a Lima para que no hiciesen más daño.
Para darle más tranquilidad al fraile, llamó a Francisco de Carvajal y a
Hernando Bachicao, haciéndoles saber en privado todo lo que le había dicho fray
Luis y lo que él le había prometido. Luego les mandó que de ninguna manera
hicieran daño a quienes el fraile había de descubrir, porque, de lo contrario,
les tomaría gran enojo". Dado que le juraron los tres que no sufrirían
daño los conspiradores, fray Martín dio los nombres de los dos más
comprometidos: Francisco Barbosa y Diego Ruiz de Baracaldo. Después los dos
tenebrosos capitanes dijeron que los iban a buscar para echarlos fuera del
campamento sin que nadie lo supiese, "a los cuales hallaron descuidados
dentro de sus tiendas cenando, y sin sospecha alguna".
(Imagen) Toca hablar de un error y dos
decepciones. PEDRO DE LA GASCA y ALONSO DE ALVARADO, dos gigantes de las
Indias, tuvieron un triste enfrentamiento, que alcanzó extremos incomprensibles
(ya comenté algo). Se habían llevado tan bien, que, como vimos, La Gasca llegó
a las indias acompañado de Alvarado, a quien le había conseguido el título
supremo de Mariscal de sus tropas. En la Navidad del año 1547, estando Alvarado
y el gran Diego de Mora en guerra contra los hombres de Gonzalo Pizarro, se iba
a celebrar en Trujillo la solemne misa de aquel día, y hubo en la iglesia un conflicto,
del que ya hablé, pero con datos incompletos. Fueron sus protagonistas tres
mujeres de lo más selecto de la ciudad: María Lezcano, Ana de Valverde y Ana de
Velasco, que eran, respectivamente, viuda de Juan de Barbarán, esposa de Diego
de Mora y esposa de Alonso de Alvarado. María tuvo el descaro (en aquella
época, muy grave) de ocupar el sitio reservado a Ana de Valverde, quien, apoyada
por su gran amiga Ana Velasco, discutió fuertemente con ella, que estaba en actitud muy
soberbia. Se armó tal gresca, que el cura tuvo que echar a los feligreses y
celebrar la misa a puerta cerrada. Parecía que todo iba a quedar en nada, pero
Ana de Valverde y Ana de Velasco les comunicaron a sus poderosos maridos lo
ocurrido. Parece ser que, como es lógico, quien quiso bajar los humos de María
Lezcano (cosa imposible) fue Diego de Mora, y envió a dos soldados suyos (Diego
Martín y Juan el Viejo) para que le dieran una lección. Llegaron a la casa de
la 'chula', y se pasaron en el escarmiento. Según declaró ella en su demanda
judicial, "le cortaron las trenzas y le hicieron un feroz corte en la
nariz, dejándosela como nariz de camello". En la imagen se ve parte de la
reclamación que seguía haciendo cuatro años después, y en ella denunciaba a
Diego de Mora, y también a Alonso de Alvarado, quizá alegando que Mora obtuvo
de él el permiso para hacerlo. Por su parte, Alvarado, en un largo escrito de
protesta (en el que pedía la presentación de testigos), fundamentaba su versión
de por qué dio ese giro la demanda. Lo veremos en la siguiente imagen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario