viernes, 17 de julio de 2020

(Día 1163) Desertaba gente de Pizarro, pero, al que cogía Francisco de Carvajal, lo mataba. Gonzalo Pizarro era mucho más humano: perdonaba con frecuencia.


     (753) Cuando llegó la tropa a Pachacama (a unos 24 km de Lima), las huidas se multiplicaron: "Con el pretexto de ir a buscar alimentos en el pueblo de los indios, muchos no volvieron, yendo a servir a Su Majestad y, en su nombre, al presidente Pedro de la Gasca y a los cuatro capitanes de los navíos. Otros se escondieron, de los cuales fueron apresados cuatro. Los llevaron ante el maestre de Campo, Francisco de Carvajal, y Hernando Bachicao, quienes mandaron que se les ahorcase sin confesión, diciéndoles después Carvajal mil bromas y burlas como si estuvieran vivos".
     Lo que dice Santa Clara a continuación puede dar cierto crédito a lo que Inca Garcilaso explicaba de su padre, Sebastián Garcilaso de la Vega. Según Inca, cuando Gonzalo Pizarro le perdonó la vida permaneció a su lado, pero sin participar en las batallas. Comenté anteriormente que eso era muy difícil de creer, porque estuvo presente en ellas, e incluso le salvó la vida a Gonzalo. Pues va a resultar que ni lo uno ni lo otro, porque cumplía una función especial al lado de Gonzalo, que no era propiamente la de atacar a los enemigos, y tenía ya, al parecer, la intención de abandonarlo. Escuchemos a Santa Clara: "La noche siguiente, estando de vela los capitanes Benito Suárez de Carvajal, Francisco Maldonado y Garcilaso de la Vega, que era capitán de la guardia personal de Pizarro, se fueron juntos a Lima, sin tener licencia, para asegurar sus pertenencias, y el licenciado Carvajal escribió a los cuatro capitanes de los navíos diciéndoles que se iba a poner al servicio de Su Majestad. Los que supieron de la ida de estos caballeros creyeron que no volverían, como lo hizo más tarde Francisco Maldonado, por tener la mujer joven y hermosa, llamada Ana de Acevedo. Pero luego, al amanecer dieron la vuelta al campamento".
     Uno de los intentos de huida fracasó: "Esa misma noche huyó Francisco de Pantoja con doce compañeros, todos los cuales fueron apresados y llevados ante los dos crueles carniceros, Francisco de Carvajal y Hernando Bachicao. Cuando ya habían ahorcado a cinco, llegó un hombre diciendo que Gonzalo Pizarro había mandado que no se ahorcase a nadie".  Lo que ocurrió después nos muestra una sorprendente actitud de comprensión y clemencia por parte de Gonzalo Pizarro: "Como quería mucho a Francisco de Pantoja, le dijo que se fuese a la ciudad de Lima antes de que lo ahorcasen. Le dio, además, un caballo ensillado para el camino y cuatrocientos pesos en oro. Francisco de Pantoja le besó las manos por su generosidad, y le dijo que le serviría hasta la muerte. A los otros, Gonzalo Pizarro los reprendió duramente por haber huido, pero después volvieron a hacerlo. También le dijo a Pantoja que le habría pesado mucho su muerte, porque con él se habría perdido su gentileza y habilidad como jinete. Y así era, ciertamente, porque este hombre fue uno de los mejores jinetes que había entonces en Perú. Escribió un libro sobre la forma de montar y de domar caballos. Conseguido su permiso para marchar, se fue hacia la ciudad de Lima, acompañándolo cuatro arcabuceros hasta dejarlo a salvo, pero Pantoja, con dos de ellos, se escapó después".


     (Imagen) Veamos un caso típico de sospechas sobre fidelidades en aquellas brutales guerras civiles. ALONSO NÚÑEZ DE SAN PEDRO era vecino de Quito, ejercía como mercader después de haber sido soldado, y no cabe duda de que terminará por pasarse al bando legal, el de Pedro de la Gasca, pero desconfiaron de él con antelación. Alonso le contó a Gonzalo Pizarro en una carta del 22 de enero de 1547 lo que había pasado, pidiéndole que le creyera: "Según iba a Lima, hubo algunos que se inventaron que yo era amigo de La Gasca, y que llevaba cartas suyas. El capitán Manuel Estacio (a quien pronto matará traidoramente Bartolomé de Villalobos) me apresó, y ha revisado todas las cajas y cofres que yo tengo, sin hallar nada contra mí. A todos es notorio que he sido servidor del señor padre de vuestra señoría (en las guerras de Francia) junto a Pedro Martín de Cecilia, y asimismo en estas tierras del Perú con vuestros hermanos, luchando en el Cuzco contra Diego de Almagro. No permita que yo padezca por lo que no he hecho. Por otra parte, mi voluntad es que, me pague o no el capitán Bachicao (otro mal enemigo suyo) lo que me ha robado, vuestra señoría me haga sargento de una compañía, que lo sé hacer bien, y servirle hasta morir". Tres días después le escribió el capitán Estacio una carta a Gonzalo Pizarro, dando su versión del incidente: "He mirado todos los cofres de Núñez de San Pedro, pero, aunque no he encontrado ningún documento, lo tendré preso, veré la culpa que tiene (parece una amenaza de tortura), y haré lo que convenga al servicio de vuestra señoría". Muerto Gonzalo Pizarro en 1548, no tuvo que sufrir ninguna represalia Alonso, porque ya se había decantado por Pedro de la Gasca. Y el año 1552 inició un proceso para recuperar lo que, según le decía a Gonzalo, le había robado Bachicao, como muestra la imagen, a quien, muerto en 1547 el ladrón y traidor (lo ejecutó Carvajal por huir de la batalla), se lo había confiscado la Hacienda Real. Era la muy importante suma de "ocho mil ochocientos castellanos de buen oro (unos cuarenta kilos)". Ya fallecido ALONSO NÚÑEZ DE SAN PEDRO, su hijo, Juan Mosquera, continuaba haciendo la reclamación el año 1560.



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