(757) Cuando Gonzalo y los suyos llegaron al
pueblo de Ica, se produjo un típico enfrentamiento visceral entre dos
capitanes, de esos en los que el amor propio reacciona ciegamente, sin pensar
en las consecuencias, tan peligrosos y frecuentes entre gente de armas: "Hernando
Bachicao y Juan de la Torre Villegas (ambos, como sabemos, de mala condición),
por causa de un soldado que había ido a ranchear entre los indios de un pueblo,
tomándoles por la fuerza lo que tenían. El pueblo era del suegro del capitán
Juan de la Torre, quien, viendo lo que hacía el soldado, se lo impidió a puros
palazos. El soldado se lo dijo a Bachicao, su capitán, y por esto riñeron los
dos capitanes. Se llegó a creer que la pendencia era una simulación para
ocultar un intento de matar a Gonzalo Pizarro, pues se reñía delante de las
puertas de su casa y se habían juntado muchos soldados de ambas partes con las
espadas desenvainadas. El gran tirano Francisco de Carvajal, el licenciado
Cepeda, Garcilaso de la Vega y otros capitanes se pusieron de por medio,
poniéndolos en paz, y el soldado desapareció".
Gonzalo Pizarro siguió avanzando:
"Fue al pueblo de Nazca, y llegó con altivez, para que sus leales y sus
enemigos no dijesen que iba huyendo por miedo a Lorenzo de Aldana y de sus capitanes.
Poco después llegó al lugar fray Pedro Muñoz, el mercedario, su gran amigo, que
venía a servirle, desde la ciudad de Trujillo, con doce arcabuceros, buenos
soldados. Salió a recibirle con mucho placer, y lo abrazó con gran amor, porque
le era verdadero amigo, sin que le abandonara cuando todos le desamparaban (aunque
todavía contaba con seiscientos soldados veteranos). Estando allí delante
la mayor parte del ejército, fray Pedro Muñoz les dijo a todos que había
noticia cierta de que los capitanes y soldados de Pedro de la Gasca estaban ya
muy mal avenidos con él. Esto lo dijo, siendo mentira, para darles esperanza. Y
añadió otras muchas cosas (arengando a la tropa como si fuese un capitán)
para que acompañasen al tirano en aquella campaña, y para que no huyesen
tantos. Pero poco aprovechó, porque, en aquellos días que allí descansaron,
también escaparon algunos soldados, yendo a la ciudad de Lima para servir a Su
Majestad, a pesar de la vigilancia que había".
Cada vez estaba Gonzalo Pizarro más
preocupado con la sangría de soldados, y pensó que, si Juan de Acosta y sus
hombres se juntasen con él en Arequipa, sería más fácil tener controlado el
ejército. También sus capitanes se encontraban confusos: "El licenciado
Cepeda, Francisco de Carvajal, Juan de la Torre Villegas, Juan Guillén,
Hernando Bachicaco, Garcilaso de la Vega y Francisco Maldonado le aconsejaron
que diese la vuelta a Lima para atacar de noche a los vecinos y a los
capitanes, porque estarían descuidados. Entonces, fray Pedro de Muñoz dijo que
no se hiciese, pues los de Lima no eran tan torpes como para no poner espías
españoles e indios por el camino, y que también podían mandarle aviso a Lorenzo
de Aldana de que se estaban acercando a Lima. Tras sus palabras, hubo muchos
pareceres distintos entre los capitanes, sin que llegaran a concretarse en
nada". A pesar de sus angustias, veremos que los de Gonzalo Pizarro
tendrán una última y meritoria victoria luchando contra Diego Centeno en
Huarina. La saborearán eufóricos, pero será el canto del cisne.
(Imagen) Si bien no aparece ninguna
réplica de Pedro de la Gasca a las acusaciones de Alonso de Alvarado, el que sí
le contestó a la carta que vimos en la imagen anterior fue GONZALO PIZARRO. Al
estilo disimulador de Alonso, le respondió sin la más mínima cortesía. El
escrito es del 17 de octubre de 1546 (indica 1547, pero es un error, porque
Gonzalo seguía en Lima). Sin duda, Gonzalo ya daba por hecho que Alonso de
Alvarado se había convertido en su enemigo, pero le sigue el juego con cierta
ironía. Le contesta que no le extraña que no haya tenido tiempo para escribirle
desde España, "porque todos los que de aquí se van no se acuerdan de los
que acá quedan". Se burla de que diga que La Gasca es un santo, "pues
ya he visto estas santidades en Vaca de Castro y en Blasco Núñez Vela, que
gastaron la hacienda del Rey". Y le ataca directamente a Alonso: "Lo
que más me asombra es lo muy pronto que vuestra merced ha cambiado con respecto
a lo que antes todos acá sentíamos, echando a perder lo que había conseguido
con tanto trabajo. Si vuestra merced piensa meter mucho la mano en que entre en
Perú La Gasca, crea que no entrará vuestra merced en esta tierra, ni su señora,
doña Ana (de Velasco). Y le digo que, no haciendo vuestra merced lo que
debe, no tendrá aquí amigos, sino enemigos. No queremos perdones, sino mercedes
de su Majestad para todos nosotros, porque le hemos servido mejor que cuantos
hay en el mundo, no como Centeno o Verdugo, que se gastaron los dineros de la
Hacienda Real, mientras que yo, Francisco de Carvajal, Hinojosa y Alonso de
Toro hemos pacificado la tierra. Yo me he vuelto a Lima, donde estoy ahora, y mientras
yo gobierne, las tierras estarán en paz y al servicio de Su Majestad (el extraño
absurdo de ser rebelde y presumir de leal al Rey)". Alvarado en su
carta le animaba a casarse, y Gonzalo termina la suya diciéndole: "Por
ahora no pienso casarme si no es con lanzas y caballos". No me resisto a
poner en la imagen una orden que le escribió Gonzalo Pizarro a su maestresala,
Francisco de Espinosa, el ocho de abril de 1548, un día antes de su derrota, y
dos días antes de que fuera ejecutado. Se había cambiado de sitio en
Jaquijaguana para estar más cerca de los enemigos, y le señala una ruta segura
para que le envíe la pólvora.
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