jueves, 9 de julio de 2020

(Día 1156) El licenciado Cepeda hizo un discurso en Lima defendiendo a Gonzalo Pizarro y acusando a Pedro de la Gasca. Luego, con mala intención, pidió que todos manifestaran si estaban a favor de Pizarro, prometiendo no castigar a los que estuvieran en contra. Lógicamente, todos se mostraron a favor.


     (746) No deja de ser un misterio que el licenciado Cepeda, alguien con buena formación jurídica y conocedor del poderío de Carlos V, se aliara tan fanáticamente con Gonzalo Pizarro. Sin duda jugaba la baza de un futuro glorioso y poderoso, si salían vencedores. Su ciega ambición y su mala catadura le costarán caras, aunque, en su día, veremos que no murió ejecutado por La Gasca, sino, posiblemente, envenenado por manos anónimas. Estaba ya viendo muy feo el panorama, y le pidió a Gonzalo Pizarro que animara a su gente. Le pareció bien, y llamó a todos los capitanes y a los vecinos principales de Lima. Cuando se presentaron, fue Cepeda el que soltó un discurso para hacerles ver cuánto le debían a Gonzalo y a sus hermanos por haber conquistado las tierras de Perú, y qué tramposas ofertas hacía Pedro de la Gasca, a quien también acusaba de que, con sus ardides, se había apoderado de la flota sin permiso de su Majestad. Le echaba en cara, además, la propaganda que estaba haciendo en su favor enviando cartas por todo el Perú. Todo lo cual le servía a Cepeda de argumento para decirles a los asistentes que Gonzalo Pizarro estaba lleno de justas razones para luchar militarmente contra él. Total: Gonzalo Pizarro era un santo y Pedro de la Gasca un demonio.
     Después de añadir que era necesario que defendiesen contra La Gasca sus vidas y sus haciendas, remató su arenga con una oferta trampa: "Finalmente les dijo que la intención de Gonzalo Pizarro era que cada uno le diese su parecer, y que cualquiera que no estuviese de acuerdo, que lo dijese, pues el señor gobernador prometía, como caballero hijodalgo, y lo juraría solemnemente, respetar lo que dijese, y no tocar su persona ni hacienda, sino dejarle libre". Pidió también que los que estaban de acuerdo lo manifestasen, pero con obligación de cumplirlo: "Les dijo que habían de firmarlo con su nombre propio, porque, si alguno después quebrantase su palabra o estuviese tibio antes de concluir las batallas futuras, bastaría para que se le cortase la cabeza. Acabada esta plática del licenciado Cepeda, enseguida dijo Gonzalo Pizarro que esas eran sus mismas palabras, y que cada uno dijese abiertamente lo que sentía al respecto. Luego, todos a una voz, dijeron que harían lo que Cepeda había pedido, y que le servirían a Gonzalo Pizarro en todo cuanto les mandase".
     Cepeda tenía preparado un documento de compromiso personal con Gonzalo Pizarro en los términos expuestos. Su firma iba al pie del texto. Y la tropa se volcó: "Dijeron que ellos decían lo mismo que que el licenciado Cepeda, lo prometieron y juraron, y, después, cada uno lo firmó con su nombre". Pero Santa Clara nos muestra el previsible resultado en aquel imperio de la mentira, donde lo más importante era salvar la cabeza, aunque él hace una interpretación jurídica de lo que en realidad era un pacto entre caballeros (poco fiables): "Concluido esto, Gonzalo Pizarro les dio a todos las gracias por la buena voluntad que mostraban tener, y prometió premiar a todos; pero estos fueron los primeros que le negaron, porque juramento hecho en perjuicio de otro no vale, y en este caso era contra el presidente La Gasca, que venía en nombre del Rey".

     (Imagen) Ya le dediqué una imagen a PEDRO HERNÁNDEZ DE PANIAGUA, nacido en Plasencia (Cáceres), uno de los hombres más leales de Perú. Ahora vemos que quienes mandan en la rebeldía contra la Corona son Gonzalo Pizarro, Francisco de Carvajal y el licenciado Diego Vázquez de Cepeda. Paniagua se encargó de la suicida misión de presentarse en nombre de Pedro de la Gasca ante Gonzalo Pizarro para reprocharle su actitud y ofrecerle soluciones pacíficas. De vuelta, milagrosamente vivo (Pizarro estuvo a punto de matarlo), le escribió a La Gasca un informe de sus gestiones. Está magníficamente escrito, y tiene 25 páginas. Lamentablemente solo podré dar algunos detalles del texto. La siguiente frase, dirigida a La Gasca, no tiene desperdicio: "Desde que vuestra señoría me mandó partir, me propuse tener en poco mi vida, y en mucho hacer lo que convenía al servicio de mi Rey". Tuvo frente a frente al tenebroso triunvirato (Pizarro, Carvajal, Cepeda) sometiéndole a un interrogatorio explosivo, pero a todo les contestó con serenidad y valentía, tratándoles de convencer de su error, y de que no siguieran actuando sin el permiso de Su Majestad. Les alababa la bondad y sensatez de La Gasca. Le respondían que en Perú se corrompe a los hombres con lingotes de oro. Y replicó: "No es de los que se venden por oro, no tiene hijos, y sus hermanos son tan ricos y puestos en tales cargos, que no necesitan el oro del Perú". Les insistió en que el Rey les perdonaría todo si volvían a respetarlo, y que La Gasca procuraría suavizar lo más grave. Gonzalo le peguntó qué era lo más grave. Y les contestó: "Cortarle la cabeza al virrey". Después le dijo claramente a Gonzalo que debía desistir de actuar como gobernador, y le puso como ejemplo a Hernán Cortés, el cual, aunque lo merecía más que él, se conformó con no serlo de México, a pesar de habérselo pedido al Rey muchas veces, pues siempre se lo negó. Le respondió Gonzalo: "Mirad: yo tengo que ser gobernador porque de otro no nos fiamos', y yo le dije: '¿Cómo, señor? ¿Gobernador contra la voluntad del Rey?". Todo ello mientras la cabeza de Paniagua pendía de un hilo.



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