(746) No deja de ser un misterio que el
licenciado Cepeda, alguien con buena formación jurídica y conocedor del poderío
de Carlos V, se aliara tan fanáticamente con Gonzalo Pizarro. Sin duda jugaba
la baza de un futuro glorioso y poderoso, si salían vencedores. Su ciega
ambición y su mala catadura le costarán caras, aunque, en su día, veremos que no
murió ejecutado por La Gasca, sino, posiblemente, envenenado por manos
anónimas. Estaba ya viendo muy feo el panorama, y le pidió a Gonzalo Pizarro
que animara a su gente. Le pareció bien, y llamó a todos los capitanes y a los
vecinos principales de Lima. Cuando se presentaron, fue Cepeda el que soltó un
discurso para hacerles ver cuánto le debían a Gonzalo y a sus hermanos por
haber conquistado las tierras de Perú, y qué tramposas ofertas hacía Pedro de
la Gasca, a quien también acusaba de que, con sus ardides, se había apoderado
de la flota sin permiso de su Majestad. Le echaba en cara, además, la
propaganda que estaba haciendo en su favor enviando cartas por todo el Perú.
Todo lo cual le servía a Cepeda de argumento para decirles a los asistentes que
Gonzalo Pizarro estaba lleno de justas razones para luchar militarmente contra
él. Total: Gonzalo Pizarro era un santo y Pedro de la Gasca un demonio.
Después de añadir que era necesario que
defendiesen contra La Gasca sus vidas y sus haciendas, remató su arenga con una
oferta trampa: "Finalmente les dijo que la intención de Gonzalo Pizarro
era que cada uno le diese su parecer, y que cualquiera que no estuviese de
acuerdo, que lo dijese, pues el señor gobernador prometía, como caballero
hijodalgo, y lo juraría solemnemente, respetar lo que dijese, y no tocar su
persona ni hacienda, sino dejarle libre". Pidió también que los que
estaban de acuerdo lo manifestasen, pero con obligación de cumplirlo: "Les
dijo que habían de firmarlo con su nombre propio, porque, si alguno después
quebrantase su palabra o estuviese tibio antes de concluir las batallas
futuras, bastaría para que se le cortase la cabeza. Acabada esta plática del
licenciado Cepeda, enseguida dijo Gonzalo Pizarro que esas eran sus mismas
palabras, y que cada uno dijese abiertamente lo que sentía al respecto. Luego,
todos a una voz, dijeron que harían lo que Cepeda había pedido, y que le
servirían a Gonzalo Pizarro en todo cuanto les mandase".
Cepeda tenía preparado un documento de
compromiso personal con Gonzalo Pizarro en los términos expuestos. Su firma iba
al pie del texto. Y la tropa se volcó: "Dijeron que ellos decían lo mismo
que que el licenciado Cepeda, lo prometieron y juraron, y, después, cada uno lo
firmó con su nombre". Pero Santa Clara nos muestra el previsible resultado
en aquel imperio de la mentira, donde lo más importante era salvar la cabeza,
aunque él hace una interpretación jurídica de lo que en realidad era un pacto
entre caballeros (poco fiables): "Concluido esto, Gonzalo Pizarro les dio
a todos las gracias por la buena voluntad que mostraban tener, y prometió
premiar a todos; pero estos fueron los primeros que le negaron, porque
juramento hecho en perjuicio de otro no vale, y en este caso era contra el
presidente La Gasca, que venía en nombre del Rey".
(Imagen) Ya le dediqué una imagen a PEDRO
HERNÁNDEZ DE PANIAGUA, nacido en Plasencia (Cáceres), uno de los hombres más
leales de Perú. Ahora vemos que quienes mandan en la rebeldía contra la Corona
son Gonzalo Pizarro, Francisco de Carvajal y el licenciado Diego Vázquez de
Cepeda. Paniagua se encargó de la suicida misión de presentarse en nombre de
Pedro de la Gasca ante Gonzalo Pizarro para reprocharle su actitud y ofrecerle
soluciones pacíficas. De vuelta, milagrosamente vivo (Pizarro estuvo a punto de
matarlo), le escribió a La Gasca un informe de sus gestiones. Está
magníficamente escrito, y tiene 25 páginas. Lamentablemente solo podré dar
algunos detalles del texto. La siguiente frase, dirigida a La Gasca, no tiene
desperdicio: "Desde que vuestra señoría me mandó partir, me propuse tener
en poco mi vida, y en mucho hacer lo que convenía al servicio de mi Rey".
Tuvo frente a frente al tenebroso triunvirato (Pizarro, Carvajal, Cepeda)
sometiéndole a un interrogatorio explosivo, pero a todo les contestó con
serenidad y valentía, tratándoles de convencer de su error, y de que no
siguieran actuando sin el permiso de Su Majestad. Les alababa la bondad y
sensatez de La Gasca. Le respondían que en Perú se corrompe a los hombres con
lingotes de oro. Y replicó: "No es de los que se venden por oro, no tiene
hijos, y sus hermanos son tan ricos y puestos en tales cargos, que no necesitan
el oro del Perú". Les insistió en que el Rey les perdonaría todo si
volvían a respetarlo, y que La Gasca procuraría suavizar lo más grave. Gonzalo
le peguntó qué era lo más grave. Y les contestó: "Cortarle la cabeza al
virrey". Después le dijo claramente a Gonzalo que debía desistir de actuar
como gobernador, y le puso como ejemplo a Hernán Cortés, el cual, aunque lo
merecía más que él, se conformó con no serlo de México, a pesar de habérselo pedido
al Rey muchas veces, pues siempre se lo negó. Le respondió Gonzalo:
"Mirad: yo tengo que ser gobernador porque de otro no nos fiamos', y yo le
dije: '¿Cómo, señor? ¿Gobernador contra la voluntad del Rey?". Todo ello
mientras la cabeza de Paniagua pendía de un hilo.
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