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No parece que Pizarro hablara sinceramente de su preocupación por un posible
castigo del Rey, y, esta vez, da la impresión de que Cieza quiere proteger su
imagen, como si el paso que va a dar a continuación fuera resultado de las
presiones de sus hombres, y, especialmente, de sus dos hermanos. Pizarro mandó
llamar a un escribano, y le dictó una orden sibilina dirigida a Hernando
Pizarro, preludio necesario para lanzarse al cuello de Almagro. Resumo el texto
que Cieza copia íntegramente. Pizarro empieza explicando que la ocupación violenta del Cuzco por parte
de Almagro, además de ser ilegal, había provocado una lucha fratricida entre
compañeros, trayendo también consecuencias muy graves para la campaña contra la
rebelión de Manco Inca, guerra en la que ya habían muerto más de seiscientos
españoles, e impidiendo asimismo que se continuara la fundación de poblaciones.
Le acusaba también de no cumplir, con falsas excusas, las órdenes que el Rey
había dado sobre los límites de las gobernaciones.
Lo que dice Pizarro luego es un modelo de
burdo camuflaje para que Hernando Pizarro no se vea obligado a ir a España (con
la oculta intención de que se quede para dirigir el ataque contra Almagro): “E
puesto que en todo esto es necesario poner remedio, e a él (Pizarro) le compete como Gobernador, y
para que lo pueda hacer sin oposición del Adelantado Almagro, siendo cosa
importante al bien del reino allanar la tierra (habla de atacar a los indios, no a Almagro), dado que él está muy
viejo y cansado, no pudiendo por su sola persona asumir tan grande trabajo, y
porque al presente se halla allí Hernando Pizarro, su hermano, y serle notoria
la confianza que Su Majestad le tiene, y dado que está preparado para irse a
los reinos de España (el Rey le había
ordenado partir) a llevar a Su Majestad cierto oro, aunque en sus cartas le
manda que, si conviene su estancia en el reino de Perú, se quede en él y ayude
a su pacificación. Por tanto, considerando la necesidad de que su persona
permanezca en la provincia, le requería e mandaba que se quede, y no salga de
ella hasta que esté pacífica y sin
ninguna alteración, so pena de cincuenta mil pesos de oro para el Fisco Real, y
que, si por dejarlo de hacer y por estar él tan viejo y enfermo, algún daño
resultara, que Su Majestad le castigue con todo rigor”.
Ciertamente, lo de la sanción a Hernando
Pizarro, rizando el rizo del montaje, da
risa. Y Cieza lo subraya: “Esto pasó a la letra como lo cuento, manejado por
Hernando Pizarro (y un complaciente
Pizarro), pareciéndole que de esa manera se podría colorear el propósito
que tenía”. Pero no les pareció suficiente la mascarada. Hernando Pizarro la
prolongó respondiéndole a Pizarro con un escrito en el que le pedía
teatralmente que anulara su orden, porque “en lo tocante a la guerra, tenía
muchos caballeros que la sabían muy bien hacer, y que él hasta ahora no había
podido salir del Perú para cumplir con
la orden de su Majestad de que le llevara el oro que estaba retenido; y dijo
que apelaba la pena que le ponía si no cumplía lo ordenado. Y el Gobernador D.
Francisco Pizarro no consintió en sus protestaciones”. Patético sainete.
(Imagen) En la segunda hoja de la carta,
FELIPE GUTIEREZ dice (abreviado): “Como vi la discordia que habría con la
llegada de Hernando Pizarro al Cuzco, me vine con él con intención de ponerlos
en paz (a él y a Almagro), y le
amonesté hasta que llegamos al Cuzco, donde hallamos la gente de Almagro, y fue
forzado dar la batalla. Después de haberla vencido Hernando Pizarro, hallamos en
la ciudad a Don Diego de Almagro retraído en su fortaleza, donde tengo por
cierto que le mataría si yo no me hallara presente, que le salvé, y Hernando
Pizarro le mandó prender. Y, porque en la batalla, como es uso en semejantes
tiempos, había habido robos, yo procuré la restitución de ello, y trabajé para
que no hubiese agraviados, e hice amistades entre muchos que estaban enfrentados,
evitando muertes. Propuse la paz de Don Diego de Almagro con Hernando Pizarro, y,
como no tuvo efecto, trabajé para evitar la muerte de Almagro y para que se le
entregase a Vuestra Majestad, o al menos se llevase su asunto a Lima para que
los letrados lo viesen. Lo cual tampoco aprovechó porque Hernando Pizarro hizo
de él justicia (lo ejecutó)”. Termina
su carta diciendo que es urgente poner
remedio a la situación, y que él queda a disposición del Rey esperando que le
envíe a hacer algún descubrimiento, porque convendría que la gobernación se repartiese
como le propone en una memoria que acompaña. A Pizarro, poco antes de morir en
1541, le ordenó el Rey que le devolviera a Felipe una encomienda de indios que
le había quitado, señal de que ya no se llevaban bien. Consta asimismo que,
hacia 1548, Gonzalo Pizarro degolló a Felipe Gutiérrez.
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