(340) Cieza se equivoca en lo que dice,
porque, en realidad, las provisiones eran confusas, y se produjo el trágico error
del que fueron responsables los dos contendientes y sus bandos de partidarios
interesados. La ambición los llenó de impaciencia, y decidieron aplicar la ley
del más fuerte tomándose la supuesta justicia por su mano. Y así, Pizarro
enterró a Almagro, a Pizarro el hijo de Almagro y a éste Gonzalo Pizarro, quien
fue luego decapitado por el representante del Rey, muriendo asimismo miles de
españoles enfrentados en implacables guerras civiles, que también supusieron
una sangría para los indios. Qué diferente habría sido la historia de haber
sabido esperar a que Carlos V pusiera con claridad a cada uno en su sitio, algo
que, además, podía haber sido cuestión de poco tiempo. Perdió la sensatez y
ganó la locura, con la fatalidad de las tragedias griegas.
Se levanta, pues, el telón, y veremos a
Bobadilla enredado en sus dificultades: “Después de que el Provincial Bobadilla
hubo visto las provisiones del Rey, mandó a los procuradores que trajesen a los
pilotos para que dijesen lo que sabían sobre el límite de las gobernaciones”. Y,
de entrada, Cieza nos quita toda esperanza sobre su objetividad: “Vinieron
algunos pilotos de la parte del Almagro y de Pizarro (tres de uno y tres del
otro), y se puede creer sin pecado que estaban bien exhortados para
favorecerlos de tal manera que su gobernador se quedase con el Cuzco, pues cada
uno de ellos les había dado esperanzas de concederles repartimientos. El
Provincial recibió juramento de ellos, que eran Juan de Mafra, Francisco
Cansino, Ginés Sánchez, Francisco Quintero, Pedro Gallego y Juan Márquez. Les
pidió que declarasen la altura (latitud geográfica) a la que se encontraba
el pueblo de Mala. Y, bajo el juramento que habían hecho, dijeron que habían
tomado la medida aquel mismo día, y declararon todos unánimes que estaba a doce
grados y dieciocho minutos”. Así que ya sabemos que la situación de la
población de Mala no era un problema, porque todos estaban de acuerdo en la
distancia exacta a la que se encontraba. Pero empieza la locura. Aparecieron
más pilotos de ambos bandos para darle su opinión a Bobadilla en el asunto
principal, Cuzco sí, o Cuzco no. Y vamos a entender por qué Cieza se equivoca
al decir que la solución era sencilla y
clara. Los pilotos favorables a Pizarro decían que el Cuzco le pertenecía, pero
que estaba solamente a unas ¡cuatro leguas! del límite de su gobernación, una
distancia tan raquítica en una medida de más de mil kilómetros, que carecía de
fiabilidad para zanjar el asunto. Naturalmente, los partidarios de Almagro lo
tenían fácil para defender terca e imprecisamente que se encontraba al otro
lado, en territorio de Almagro. Era una cuestión bizantina, donde nada se podía
demostrar por la inevitable inseguridad de los astrolabios a aquella mínima
escala. Esa fue la fatalidad de una catástrofe anunciada, como indica Cieza:
“Los pilotos de la parte de Pizarro dijeron que el Cuzco entraba en su
gobernación; de la parte de Almagro se presentaron otros que dijeron que caía
en la suya”.
(Imagen) FRAY FRANCISCO DE BOBADILLA va a
resultar un enigma porque tan pronto se muestra sensato y razonable como
evidente partidario de Pizarro. Da la impresión de que tendía a imponer lo que
consideraba justo desde su propia subjetividad, despreciando las reglas de
juego establecidas, con el agravante de que había conseguido que los dos
contrincantes, Pizarro y Almagro, prometiesen acatar su decisión sobre el
conflicto de los límites de las gobernaciones. Su trayectoria de evangelizador
puede servir para confirmar que tenía un temperamento autoritario. No solo
evangelizaba apasionadamente, sino que solía tomar decisiones que rayaban en lo
fanático. Supo utilizar la psicología de los indios para convertirlos, y, según
cuenta el propio Bobadilla en una carta, entre 1528 y 1529 fue capaz de
bautizar a 52.558 indígenas, pero con una contrapartida negativa: confiscó
todos los pergaminos conservados por los caciques y ancianos de las comunidades
nativas, donde conservaban las imágenes de sus dioses y sus cosmogonías, y
ordenó quemarlos en una hoguera por contener herejías contrarias a la religión
católica, perdiéndose así una parte importante del legado cultural y religioso
de los indígenas nicaragüenses. También consta que en 1527 exorcizó el volcán
Masaya, por creer que el humo que exhalaba provenía del fuego eterno del
infierno. Este hecho se recuerda con la llamada cruz de Bobadilla.
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